Las actuales políticas anticrisis suponen el mayor ataque contra sus basamentos que haya sufrido nunca el Estado del Bienestar peninsular. Su sistemática voladura implica la ruptura del pacto social y político sobre el que se asentaba el Estado tras la Transición. De ahí la intensidad que adquiere hoy la discusión en torno al modelo territorial. En este escenario, ¿qué lugar tiene Europa?
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El examen al laboratorio de recortes de Artur Mas Por Daniel Font
David Fernández, cabeza de lista de las Candidaturas D’Unitat Popular (CUP):“Somos una suerte de zapatismo urbano que se basa en el proyecto histórico de la izquierda independentista”
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Las Candidaturas de Unitat Popular (CUP) han decidido presentarse por primera vez a las elecciones autonómicas catalanas. Se trata de un proyecto de municipalismo asambleario en el que conviven sensibilidades y trayectorias que van desde el independentismo de izquierda a corrientes libertarias, pasando por infinidad de matices y posiciones que, a menudo, tienen que ver más con el contexto local en el que hacen política que con identidades ideológicas cerradas. La decisión de concurrir a las elecciones al Parlament se ha tomado tras un proceso de debate que ha durado meses, no exento de conflictos y controversias internas.
Dicho esto, la CUP no es perfecta. No comparto todas sus posiciones ni estoy de acuerdo con muchas opiniones de alguna gente de la CUP. Pero estas son las razones por las que yo, que no soy independentista, que me puedo llegar a definir como antinacionalista –evidentemente, no es lo mismo ser nacionalista que defender políticamente la independencia–, voy a votar a la CUP.
No pienses en un elefante independiente
La habilidad de CiU para rentabilizar la manifestación y el trabajo de la Assemblea Nacional Catalana y el anhelo independentista ha sorprendido más de uno. Ha sido una maniobra ciertamente hábil, desde luego, pero no tan difícil de entender. La sensación de hartazgo es generalizada. En Catalunya y en todo el sur de Europa. El independentismo transversalista, el de “primero la independencia y luego ya veremos qué tipo de país queremos”, ha crecido paradójicamente no tanto como consecuencia de un debate ideológico sino de gente que está cansada, que quiere “un cambio”.El éxito de CiU radica en su capacidad de haber sido permeable al discurso del “tenim pressa” (tenemos prisa); en su habilidad para contraponer un discurso articulado, generador de sentido para sus audiencias, en un momento en el que, a causa de la crisis, cualquier propuesta que aparentemente signifique una ruptura con lo actual puede generar adhesiones.
En el libro No pienses en un elefante Georges Lakoff explica la importancia del discurso en la política. No es nada nuevo y las consecuencias son evidentes: mientras debatimos sobre la independencia, no hablamos de los recortes sociales. En esta campaña electoral hay tantas banderas y tan grandes que están consiguiendo tapar a las tijeras. Pero mientras los no independentistas digan “no pienses en la independencia”, el debate seguirá siendo ese y sólo ese.
Por decirlo de manera aun más clara: a las CUP se les presupone el independentismo, por lo que puede permitirse no hablar de él y centrar su campaña en la deuda, los recortes, la ausencia de democracia: “¿Independencia? Sí, claro. Fin del debate. Ahora hablemos de lo importante”.
El eje “democracia radical”
La izquierda independentista catalana ha defendido desde 1968 la existencia de dos ejes de lucha: la liberación nacional y la liberación social. No es posible, según su discurso, pensar en el uno sin el otro. No es posible pensar en la independencia si ésta no va acompañada de la superación de la forma de producción capitalista y las desigualdades que provoca.
Pero la CUP aporta un tercer eje que sitúa en el mismo plano de relevancia que los dos anteriores y que para mí es el más importante: la radicalidad democrática. Su propuesta se basa en la concepción asamblearia de la política partiendo desde abajo, desde el municipio y los barrios. Antes de decidir si presentarse a las elecciones, se convocaron más de 100 asambleas abiertas en todo el territorio, en las que la militancia de la CUP escuchó mucho más de lo que habló. Si consiguen entrar al Parlament convocarán una asamblea en enero para decidir colectivamente los sueldos de sus diputados, en qué comisiones parlamentarias estar y de qué manera, qué mecanismos de control democráticos establecer para sus diputados y asesores, qué hacer con el dinero que reciban del Parlament, etc.
La dimensión europea del conflicto
La noche en la que comenzaba oficialmente la campaña electoral, la CUP resignificó el ritual en el que los candidatos enganchan el cartel de la campaña. David Fernàndez, cabeza de lista por Barcelona e Isabel Vallet, cuarta, taparon completamente una oficina de La Caixa en Gracia con enormes carteles, mientras se repetía el gesto por los demás pueblos y barrios de todo Catalunya. En ellos destacaba la crítica a las ayudas recibidas por la banca y los desahucios, y recordaba que la CUP es la única candidatura que no ha pedido un préstamo bancario para concurrir a las elecciones.
La izquierda independentista catalana, al igual que la extrema izquierda de casi toda Europa, ha sido tradicionalmente euroescéptica. Una parte de las CUP también lo es; es uno de los aspectos que yo no comparto. Coincidimos en entender la deuda como mecanismo de control autoritario de la Troika, la necesidad de declarar un impago democrático. Pero la posición defendida por Syriza en Grecia, impago democrático dentro del euro, es defendida dentro de la CUP por menos gente de la que a mí me gustaría. Es, creo, uno de sus debates pendientes.
No están detrás o delante del movimiento, están al lado
La CUP va a seguir siendo una propuesta municipalista. La labor de los diputados no va a ser liderar nada. La CUP hace política de base y la entrada al Parlament no va a cambiar ni eso ni sus prioridades. Como recordó Quim Arrufat, tercero por Barcelona, van a seguir siendo esa fuerza que ha conseguido la única dimisión por corrupción de CiU (gracias a su único concejal de Reus), que someten a referendum la recalificación de terrenos (Viladamat), que consiguen frenar planes urbanísticos como las Áreas Residenciales Estratégicas (Berga), que municipalizan la gestión del agua en donde gobiernan obedeciendo, que ponen como condición para los pactos de gobierno que los alcaldes y concejales no cobren más que la media del municipio.
La CUP no nos representa, porque nadie nos representa. No es la vanguardia, ni la correa de transmisión de los movimientos. Simplemente es parte de los movimientos. Sus militantes participan cotidianamente en las luchas por la vivienda, los servicios públicos, el cooperativismo, el feminismo, la ecología, el movimiento vecinal. Los movimientos le exigirán, como hasta ahora, que no sea una participación interesada y electoralista; por lo que conozco de la CUP, el principal riesgo no es ese sino que, de tener éxito, las energías de mucha gente se centren en el trabajo parlamentario en vez de en seguir participando en otros espacios. La entrada en el Parlament la han planteado como un experimento del que aprender. Quieren ser una caja de resonancia que se relacione de tú a tú con los movimientos desde el respeto por la autonomía de éstos.
Serán el único grupo parlamentario que no firmará un comunicado conjunto agradeciendo la labor de los Mossos y criminalizando al movimiento la próxima vez que rodeemos el Parlament, porque lo estarán rodeando con nosotras sin siglas y sin tratar de rentabilizarlo, como ya hicieron el 15 de junio de 2011.
Independentismo sin fronteras
David Fernàndez, tras ser presentado como cabeza de lista de la CUP por Barcelona, escribía en su twitter (@higiniaroig) “El 1r tuit va, obertament, pels 170.000 invisibles del règim: els "sense papers". Països Catalans lliures de Guantànamos #CIESNO #hovolemtot”. Es el único candidato que durante la campaña se ha referido al régimen de fronteras y los CIE, con una posición radicalmente contraria. Es también el único que ha mencionado como referente a Ecuador, único estado en el mundo que reconoce y blinda constitucionalmente el principio de ciudadanía universal. Ningún otro estado reconoce en su constitución el derecho a emigrar e inmigrar.
Porque, ¿qué significa independencia? ¿Crear más fronteras, un nuevo estado con su aparato represivo que discrimine en función de criterios etno-raciales y reproduzca lo mismo que tenemos pero con barretina y banda sonora de Manel? Para mí, la única independencia deseable es aquella que, desde el principio de ciudadanía universal, invente formas de autoorganización que nos permitan ’independizarnos’ del 1%, del régimen de fronteras, de la Troika, de la deuda, del chantaje del trabajo asalariado... Es decir, una independencia sin fronteras, contra las fronteras. Como dicen las Iaioflautas, “volem la república catalana del 99%”.
La CUP no lo va a hacer. Hoy la democracia no se construye dentro de los parlamentos sino entre la gente que los rodea. Pero que haya un trocito de esa calle en el Parlament que haga de caja de resonancia, que alguien le lleve a Puig las pelotas disparadas en las manifestaciones, que CiU tenga que escuchar cada día a uno de los periodistas que más casos de corrupción ha destapado, que se impulse también desde dentro del Parlament el debate sobre el necesario proceso constituyente, es un experimento que merece ser probado.
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