No, no y no. Nadie quería publicar la primera novela de Chuck Palahniuk (Pasco, EE UU, 1962). Para los editores,Monstruos invisibles resulta demasiado incómoda, con su modelo desfigurada y frases como: “Todo lo que hace Dios es vernos y matarnos cuando nos aburrimos. No debemos nunca ser aburridos”. Fiel a sus propias palabras, Palahniuk decidió responder al rechazo con más provocación. “Había perdido toda esperanza de ser publicado, así que quería mandarles algo que nunca olvidaran”, relata por teléfono. Dicho, hecho. Envió una crítica salvaje del consumismo, en la que los hombres se juntaban en locales secretos para pegarse en busca de regeneración. Se titulaba El club de la lucha.
Ambientada una década después, la obra mantiene intacta la esencia del original. En el cómic, hay ríos de sangre, enfermos terminales, bombas caseras y Robert Paulson todavía luce sus enormes senos. Y, cómo no, ahí está Tyler Durden, más anárquico y convencido de la necesidad de un baño de violencia que despierte a la manada de compradores adormecidos que habita el planeta. El hombre que advertía de que nuestra vida “se acaba a cada minuto", el que viste y “folla” como todos querrían, ha vuelto. Y su álter ego, que se ha casado con Marla y trata de criar a su hijo, regresará al infierno del que creía haber huido.“Me compró la libertad. Si no, seguiría escribiendo solo en mi tiempo libre”, defiende Palahniuk, que pasó de mecánico experto en camiones a narrador mundialmente conocido. Porque El club de la lucha se convirtió en objeto de culto, sus frases son repetidas hasta la saciedad e incluso hay locales como los de la obra. De ahí que una gran expectación rodeara su secuela, El club de la lucha 2(Reservoir Books), que expande ahora en formato de novela gráfica aquella locura liderada por Tyler Durden.
“Una secuela nunca había entrado en mi mente”, destaca Palahniuk. Todo se debe a su amiga y escritora Chelsea Cain, quien le planteó la idea y le organizó una cita con dos autores de cómics. A partir de ahí, al escritor le costó una quincena de borradores dar con una fórmula satisfactoria. En 1996, cuando se publicó la obra original, Durden y Palahniuk se parecían: “Estaba rodeado de gente así, de verdad pensábamos en una revolución”. Pero el autor ha sufrido el avance escéptico del tiempo, mientras que el personaje continúa anclado a su utopía: “Estoy más viejo, mi vida ha cambiado y me resultaba complicado pensar en las cosas radicales que Tyler diría”.
OBRA Y JUICIO EXTREMOS
Las críticas de El club de la lucha 2han sido casi igual de radicales que el libro. Se ha dicho que revoluciona el cómic o que ha arruinado el legado del original. Algunos han apreciado sus decisiones arriesgadas (como la presencia del propio Palahniuk en las viñetas, dibujadas por Cameron Stewart), otros las han despreciado. En todo caso, el autor zanja los ataques con un “que Dios los bendiga” y prefiere analizar el formato: “Fue como si no hubiera escrito un libro en mi vida. El tebeo me permitió usar gestos físicos y composiciones que limitaran los diálogos. Se convirtió en una batalla contra la palabra escrita”.
Al fin y al cabo, la novela original y su adaptación cinematográfica también sufrieron críticas e indiferencia al principio. “Fue recibida mal, cabreó a mucha gente, pero encantó a unos pocos y era suficientemente distinta como para quedarse en la memoria. Así surgen las ideas clásicas: tardan mucho en tener un público, pero eso les da una vida muy larga”.
Aun así, ambos todavía tienen puntos en común: “Aprecio su idea de un nuevo comienzo, sus objetivos en términos de paz y de hacer del mundo un lugar armonioso y productivo”. ¿Y su apología de la violencia? “No puedo apoyar eso en una entrevista”. Palahniuk no se muestra especialmente aterrado por un presente donde el ISIS roba vidas y libertades y una diputada británica puede morir de un disparo en plena calle, a la luz del día. Para él, es más de lo mismo: “Cuando era niño, el mundo me parecía un lugar muy violento. Estaban el conflicto con Eta, el Ira… Pero había tanta gente a favor de la paz que pensé que la lograríamos. Hoy me he rendido. He concluido que el ser humano es adicto al conflicto y ama pelearse”.
Tras 20 minutos de conversación, la resignación de Palahniuk sorprende hasta cierto punto. He aquí un narrador capaz de imaginar a un hombre masturbándose con un cilindro de cera introducido en su miembro u otro que para sacar dinero finge ahogarse en los restaurantes. Pero desde el otro lado del teléfono llega una voz lenta y ponderada, que a veces se ríe pero mantiene una compostura que nada comparte con sus disparatados personajes. Un escritor “de verbos más que adjetivos”, como se define, que jura que nunca se ha pegado con nadie o ha estado en algún club de la lucha. Un tipo que soñó de pequeño con ser cura - “para escuchar todas las confesiones más secretas”-, pero que optó por novelista, porque así además podía contar aquellas historias. Le han llamado nihilista, pero él responde que es un “romántico”: “La mayoría de mis obras termina con alguien enamorándose y con un enlace”.
A su catálogo pronto se añadirá El club de la lucha 3, de nuevo en forma de cómic. ¿Y aquel musical de la obra original que preparaba con el director David Fincher? “Lo siento, ya no estoy autorizado a comentarlo”. Por mucho que uno insista, el autor repite hasta tres veces que no piensa añadir nada más. Es lo que tiene la primera regla del club de la lucha: no se puede hablar de ello.
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