Año 1963, España. Más de cincuenta personas fallecen y decenas quedan ciegas debido al consumo de bebidas alcohólicas elaboradas con metanol, un compuesto químico tóxico que se emplea como anticongelante, disolvente y combustible.
Los anteriores datos son los oficialmente reconocidos, pero es probable que miles de personas fueran víctimas de esta intoxicación sin que su entorno supiera el origen de sus dolencias. El envenenamiento tuvo una especial incidencia en Galicia –lugar en el que se originó el fraude– y en Canarias. Fue en ese archipiélago donde la farmacéutica María Elisa Álvarez Obaya descubrió el origen de la intoxicación alimentaria.
María Elisa nació en Villaviciosa (Asturias) el 12 de enero de 1934. Tras finalizar el bachillerato, se matriculó en la Facultad de Farmacia de Santiago de Compostela. Allí realizó la mayor parte de sus estudios: suspendió la asignatura de bromatología –la ciencia que estudia los alimentos–, pero la aprobó en la Universidad de Barcelona en el curso 1960-1961.
A las pocas semanas de terminar sus estudios se trasladó a la pequeña población de Haría (Lanzarote) para regentar una pequeña farmacia. Desde enero de 1962 se le asignó también –de manera interina– el cargo de Inspectora Farmacéutica Municipal. Esa modesta farmacia fue el lugar en el que María Elisa realizó los primeros análisis que destaparon el llamado caso del metílico.
Alcohol industrial en el aguardiente
Pero empecemos por el principio. En 1963, Rogelio Aguiar, el dueño de las Bodegas Aragón (Orense) experimentaba con diferentes alcoholes la preparación de aguardientes y licores. Buscaba aumentar sus beneficios y terminó comprando alcohol metílico a la empresa Alcoholes Aroca (Madrid) que distribuía ese producto para uso industrial.
Sabiendo que no era apto para el consumo humano, Aguiar compró 75.000 litros de metanol: invirtió en ellos la mitad de dinero que suponía la misma cantidad de etanol, el principal tipo de alcohol presente en las bebidas alcohólicas.
El metanol comprado procedía de la destilación de la hulla y se empleaba normalmente para fabricar barnices, pinturas y combustibles. Mezclado con agua, esencias y etanol para mitigar sus efectos perniciosos, Aguiar empleó este líquido para preparar diferentes licores que comercializó sin informar de su procedencia.
En Haría se produjeron varias muertes a principios de 1963, donde María Elisa trabajaba como Inspectora Farmacéutica Municipal. Por los síntomas que observó y por la sucesión de los hechos, sospechó que podía tratarse de una intoxicación por metanol procedente del consumo de aguardiente.
Pocos medios y muchas reticencias
La farmacéutica tuvo que soportar la hostilidad de muchas personas. Era una mujer y, además, una recién licenciada, una principiante, una novata. A pesar de la oposición inicial, y gracias al apoyo del equipo municipal, María Elisa inmovilizó los productos sospechosos requisados en comercios y bares de la zona. Todos procedían de las bodegas Lago e Hijos, de Vigo.
El 17 de marzo de 1963, con los escasos medios de los que disponía en su modesta farmacia, María Elisa estudió los contenidos de las garrafas de ron incautadas y confirmó que contenían metanol. Para corroborar sus investigaciones, envió algunas muestras a la Jefatura de Sanidad de Las Palmas: los análisis allí realizados ratificaron las conclusiones de la farmacéutica.
A partir de ese momento, se pasaron los informes al Juzgado de Instrucción de Arrecife (Lanzarote). Se realizaron minuciosas investigaciones en todo el estado, analizando licores y otras bebidas como los vinagres para elaborar pescados en escabeche.
El juicio por este fraude alimentario tuvo lugar a finales de 1967, cuatro años después de las primeras muertes y casos de ceguera. Once personas fueron condenadas por su participación en este delito. Se declararon insolventes y, como suele suceder, el tema cayó en el olvido rápidamente, dejando a muchas víctimas desamparadas.
Se sospecha, además, que las personas damnificadas fueron mucho más numerosas que las admitidas en la versión oficial. Sin realizar autopsias a muchos de los fallecidos en extrañas circunstancias, fue imposible vincular estas muertes al consumo de metanol.
Un poema premonitorio
El poema que abre este escrito forma parte de los Cantares gallegos de Rosalía de Castro. La ceguera es uno de los síntomas de la intoxicación por metanol: irónicamente, la contraetiqueta de una de las botellas de licor que provocaron esta intoxicación contenía este poema. Y, efectivamente, la vista desapareció de muchos ojos.
¿Y qué pasó con María Elisa Álvarez Obaya? Fue distinguida por la Real Academia de Farmacia y por el Ayuntamiento de Haría con la Medalla Carracido.
Tras el magnífico trabajo que realizó, se trasladó a trabajar a los laboratorios de la Inspección Farmacéutica de Las Palmas, donde se dedicó a realizar análisis bromatológicos. El destino la llevó a dedicarse a esa asignatura que se le había resistido durante su carrera en Santiago de Compostela. Allí, en Las Palmas, trabajó hasta su jubilación.
María Elisa falleció el 26 de febrero de 2010. Sin ninguna duda, gracias a su trabajo y a su coraje, salvó la vida de muchas personas.
Los anteriores datos son los oficialmente reconocidos, pero es probable que miles de personas fueran víctimas de esta intoxicación sin que su entorno supiera el origen de sus dolencias. El envenenamiento tuvo una especial incidencia en Galicia –lugar en el que se originó el fraude– y en Canarias. Fue en ese archipiélago donde la farmacéutica María Elisa Álvarez Obaya descubrió el origen de la intoxicación alimentaria.
María Elisa nació en Villaviciosa (Asturias) el 12 de enero de 1934. Tras finalizar el bachillerato, se matriculó en la Facultad de Farmacia de Santiago de Compostela. Allí realizó la mayor parte de sus estudios: suspendió la asignatura de bromatología –la ciencia que estudia los alimentos–, pero la aprobó en la Universidad de Barcelona en el curso 1960-1961.
A las pocas semanas de terminar sus estudios se trasladó a la pequeña población de Haría (Lanzarote) para regentar una pequeña farmacia. Desde enero de 1962 se le asignó también –de manera interina– el cargo de Inspectora Farmacéutica Municipal. Esa modesta farmacia fue el lugar en el que María Elisa realizó los primeros análisis que destaparon el llamado caso del metílico.
Alcohol industrial en el aguardiente
Pero empecemos por el principio. En 1963, Rogelio Aguiar, el dueño de las Bodegas Aragón (Orense) experimentaba con diferentes alcoholes la preparación de aguardientes y licores. Buscaba aumentar sus beneficios y terminó comprando alcohol metílico a la empresa Alcoholes Aroca (Madrid) que distribuía ese producto para uso industrial.
Sabiendo que no era apto para el consumo humano, Aguiar compró 75.000 litros de metanol: invirtió en ellos la mitad de dinero que suponía la misma cantidad de etanol, el principal tipo de alcohol presente en las bebidas alcohólicas.
El metanol comprado procedía de la destilación de la hulla y se empleaba normalmente para fabricar barnices, pinturas y combustibles. Mezclado con agua, esencias y etanol para mitigar sus efectos perniciosos, Aguiar empleó este líquido para preparar diferentes licores que comercializó sin informar de su procedencia.
En Haría se produjeron varias muertes a principios de 1963, donde María Elisa trabajaba como Inspectora Farmacéutica Municipal. Por los síntomas que observó y por la sucesión de los hechos, sospechó que podía tratarse de una intoxicación por metanol procedente del consumo de aguardiente.
Pocos medios y muchas reticencias
La farmacéutica tuvo que soportar la hostilidad de muchas personas. Era una mujer y, además, una recién licenciada, una principiante, una novata. A pesar de la oposición inicial, y gracias al apoyo del equipo municipal, María Elisa inmovilizó los productos sospechosos requisados en comercios y bares de la zona. Todos procedían de las bodegas Lago e Hijos, de Vigo.
El 17 de marzo de 1963, con los escasos medios de los que disponía en su modesta farmacia, María Elisa estudió los contenidos de las garrafas de ron incautadas y confirmó que contenían metanol. Para corroborar sus investigaciones, envió algunas muestras a la Jefatura de Sanidad de Las Palmas: los análisis allí realizados ratificaron las conclusiones de la farmacéutica.
A partir de ese momento, se pasaron los informes al Juzgado de Instrucción de Arrecife (Lanzarote). Se realizaron minuciosas investigaciones en todo el estado, analizando licores y otras bebidas como los vinagres para elaborar pescados en escabeche.
El juicio por este fraude alimentario tuvo lugar a finales de 1967, cuatro años después de las primeras muertes y casos de ceguera. Once personas fueron condenadas por su participación en este delito. Se declararon insolventes y, como suele suceder, el tema cayó en el olvido rápidamente, dejando a muchas víctimas desamparadas.
Se sospecha, además, que las personas damnificadas fueron mucho más numerosas que las admitidas en la versión oficial. Sin realizar autopsias a muchos de los fallecidos en extrañas circunstancias, fue imposible vincular estas muertes al consumo de metanol.
Un poema premonitorio
El poema que abre este escrito forma parte de los Cantares gallegos de Rosalía de Castro. La ceguera es uno de los síntomas de la intoxicación por metanol: irónicamente, la contraetiqueta de una de las botellas de licor que provocaron esta intoxicación contenía este poema. Y, efectivamente, la vista desapareció de muchos ojos.
¿Y qué pasó con María Elisa Álvarez Obaya? Fue distinguida por la Real Academia de Farmacia y por el Ayuntamiento de Haría con la Medalla Carracido.
Tras el magnífico trabajo que realizó, se trasladó a trabajar a los laboratorios de la Inspección Farmacéutica de Las Palmas, donde se dedicó a realizar análisis bromatológicos. El destino la llevó a dedicarse a esa asignatura que se le había resistido durante su carrera en Santiago de Compostela. Allí, en Las Palmas, trabajó hasta su jubilación.
María Elisa falleció el 26 de febrero de 2010. Sin ninguna duda, gracias a su trabajo y a su coraje, salvó la vida de muchas personas.
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