16 jul 2014

Sólo el ecologismo puede frenar al capitalismo

Las crisis alimentarias, las emergencias sanitarias, las pandemias y, en general, los grandes problemas que hoy amenazan al ser humano, han sido desencadenados por el ultracapitalismo depredador. El capitalismo, tal y como lo conocemos, sería inviable sin la sobreexplotación de los recursos naturales. Por eso, frente a la llamada izquierda clásica, si existe un movimiento político que de verdad puede hacer frente a los desmanes de un libre mercado desbocado, ese movimiento político es el ecologismo.
Con la caída del bloque soviético, el capitalismo se vio con las manos libres para hacer a su antojo. En la opinión pública caló la idea de que esa victoria se debía a una superioridad teórica, como si los postulados del libre mercado salvaje fueran una verdad incontestable. El mal llamado socialismo real mostró que la preocupación por el medio ambiente tampoco fue una prioridad en los países de la órbita soviética. Basta fijarse en el caso de la central nuclear de Chernóbil o en el destino del Mar de Aral.
Sin embargo hoy, apoyado en la evidencia científica, sólo desde el ecologismo, la ecología política y el ecosocialismo se puede desafiar sin fisuras el discurso del neoliberalismo. La insostenibilidad del modelo productivo mundial y el patrón de supuesto crecimiento económico basado en el consumismo exponencial, sólo encuentra una respuesta teórica contundente desde los informes y estudios que elabora la comunidad científica en alianza con los movimientos ecologistas. Es sencillo: no podemos seguir así.


Los gestores políticos de la izquierda clásica han tardado demasiado tiempo en darse cuenta de que la justicia ambiental es condición sine qua non para la justica social. Son inseparables. Porque cuando hablamos de bienestar y de calidad de vida, éstos son inviables en un contexto de crisis medioambiental.
Para que unos pocos sigan acaparando riqueza y empobreciendo a la inmensa mayoría de la humanidad, no es sólo necesario precarizar el mercado de trabajo, evadir impuestos, sortear las pocas regulaciones internacionales e imposibilitar o debilitar los mecanismos de decisión democrática de las sociedades. Ante todo el capitalismo salvaje, pendiente sólo del máximo beneficio económico a corto plazo y para unos pocos, necesita destrozar el medio ambiente. El neoliberalismo está logrando derribar las pocas leyes humanas que le pueden suponer una cortapisa, pero se está topando con otras leyes, las que regulan los ecosistemas, cuya violación está poniendo en cuestión las supuestas bondades teóricas del libre mercado.
Esta crisis económica y todas las crisis alimentarias, climáticas y sanitarias tienen su origen en las prácticas del libre mercado desbocado. Los ideólogos de la ley de la selva bien lo saben, por eso entre sus filas se cuentan, por ejemplo, los más furibundos negacionistas del cambio climático. No pueden admitir que el modo de vida basado en el ultraconsumo esté alterando el clima y que eso vaya a provocar situaciones inviables en el futuro inmediato. La máxima de aquel gran jefe indio está a punto de cumplirse: “Cuando el hombre blanco tale el último árbol a cambio de dinero, se dará cuenta de que el dinero no se come”.
Ya lo anunció Marx: el capitalismo salvaje está abocado a la extinción, pero o lo extinguimos nosotros antes, o el género humano desaparecerá con él.

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