Intentar encontrar un ápice de verdad en la lectura de la prensa española supone un esfuerzo abrumador. Abrimos hoy El País: “Monedero cobró 425.000 euros por asesorar a Venezuela y sus socios”. ¿Sus socios? ¿Al Capone? ¿Michael Corleone? ¿La mafia rusa? No. Otros países: Ecuador, Nicaragua y Bolivia. Qué desprecio para estos ser llamados únicamente “sus socios”. ¿Es que no tienen nombre? ¿Y por qué no “Bolivia y sus socios”? No queda tan bien. Y eso solo con el titular. Si seguimos leyendo, el resto es aún peor. Insinuaciones maliciosas y medias verdades. Un tipo factura una cantidad de dinero, dona este a un medio colaborativo y esto resulta ser un escándalo para los que tienen como moneda el franco suizo. En fin, así cada día. No sé si llegaremos a acostumbrarnos. Y aunque a veces son tan zafios que resultan divertidos, generalmente el panorama es desolador, cansino e irritante. Me siento insultado con la desvergüenza de su guerra sucia. No solo nos mienten: también nos toman por imbéciles.
Es tal el aluvión de falacias e insidias que denunciarlas resulta una actividad agotadora. Posicionarnos ante todos estos embustes diarios consume una enorme energía. Es una lucha que supera a cualquiera. Y quizá por eso nos pasan desapercibidas otras cosas. Otras que no vemos. Otras que callan.
Estoy seguro de que fui de los muchos que, hace unos días, viendo “Objetivo Grecia”, nos sentimos atravesados por un rayo luminoso. Me dije: “¡Leches! ¡Pero estos tíos de Syriza ya están gobernando!”. Y lo siguiente que pensé fue: “¿y por qué no sé nada de su acción de gobierno?”.
No hay día en que la prensa española no especule, vaticine, tergiverse o mienta acerca del programa electoral de Syriza y sobre qué harán o no si vencen en las elecciones. ¿Hundirán a Grecia en una especie de neo-apocalipsis del tipo Mad Max con desarrapados matándose por el gasoil? Con todas esas ruinas la verdad es que quedarían unas escenas acojonantes. Pero lo cierto es que no hace falta desbarrar ni ejercer de futurólogos: se les puede juzgar por su acción de gobierno actual. El exceso de informaciones sobre el programa de Syriza (verdadero o inventado) camufla el hecho de que ya es posible saber algo de cómo administran.
Gobiernan las Islas Jónicas y Ática, la región más poblada de Grecia, en la que vive el 40% de su población. También aproximadamente el 20% de los municipios de la misma región.
En estos pocos meses, a pesar de encontrarse un presupuesto ya confeccionado, Syriza aumentó la ayuda de emergencia social en Ática de 1,8 a 13,5 millones de euros. Estableció ayudas para los hogares que no podían pagar la luz, unos 40.000. Los niños estudian con velas. En Grecia, cuatro de cada cinco viviendas no pueden poner la calefacción. Los griegos se ven obligados a encender hogueras de leña en los pisos y ya hay varios casos de muertes por asfixia. Con el recibo de la luz va unido un impuesto extra a la propiedad. Si no lo pagas, la cortan. Pero sindicalistas de eléctricas denunciaron que las grandes empresas pagaban la mitad, o incluso nada.
Syriza se negó a despedir a más funcionarios. Esta negativa ha hecho que esos alcaldes rebeldes, que aducen que hoy los servicios públicos son más importantes que nunca, tengan querellas por desobediencia ante la justicia.
Abren dispensarios públicos con médicos voluntarios para poder ofrecer acceso universal a algunos de los más de tres millones de griegos que hoy no tienen acceso a la sanidad. El movimiento que la defiende tiene como lema: “No nos mataréis”. Los partos cuestan más de 700 euros. Una cesárea: 1.200, una radiografía: 100. Las pruebas diagnósticas son tan inalcanzables que las ONG denuncian el aumento imparable de los abortos no deseados. A todo esto, el anterior Ministro de Sanidad, de Nueva Democracia, realiza manifestaciones como esta: “Enfermedades como el cáncer no son urgentes a menos que estén en la etapa final”. Este ministro además tuvo una condena por plagio intelectual, pero no todo lo copiaba, y se mostró bien capaz de escribir un artículo titulado “Los judíos: toda la verdad”, en el que negaba el Holocausto. Su preocupación por la salud también se aprecia en sus actividades privadas, y en el Teletienda griego vende una máquina milagrosa que “elimina los tóxicos de los cigarrillos”. Digo “anterior Ministro de Sanidad” porque ahora hay uno nuevo. Un antiguo militante nazi y antiguo skin-head de los de bate de béisbol que repite lemas de la dictadura militar “contra los rojos”. Difícil saber si es un avance o un retroceso. Tal es el gabinete con el que se hermana el PP.
Syriza ha reducido los impuestos del pequeño comercio y las PYME y aumentado los impuestos municipales de las grandes compañías, bancos y superficies comerciales. Aunque sería más justo decir que han empezado a pagar, pues antes no lo hacían. Organiza mercados para productores locales que venden sus productos más baratos que en los supermercados y colabora con los comedores sociales y los infantiles. También han cancelado proyectos de plantas de gestión de desechos por no cumplir las leyes de impacto ambiental.
Ni una noticia negativa. Y, creedme, de haberla, con la prensa que tenemos, lo hubiésemos sabido. Solo son unos meses de gobierno, pero algo nos enseñan.
¿Y qué más no sabemos de Grecia? De todo. En general, cuando los medios de comunicación españoles hablan de que Syriza pretende nacionalizar servicios como transportes, agua o luz, ocultan que muchos antes eran públicos, solventes y fueron casi regalados a grandes empresas. La televisión pública griega fue cerrada justo unas semanas después de las concesiones de licencias televisivas a empresarios del entretenimiento que soslayan en los informativos el empobrecimiento generalizado. De paso, Grecia bajó al puesto 99 en el índice de libertad de prensa que confecciona Reporteros sin Fronteras. Por debajo de Kuwait, Gabón y Kirguistán.
El transporte ferroviario, que daba beneficios, se privatizó con el aplauso del comisario europeo del PSOE, Joaquín Almunia. Y solo después de privatizarse el gobierno griego consideró oportuno subvencionar a las empresas beneficiarias. El mismo gobierno hace, día sí y día también, operaciones que atentan contra el más mínimo decoro. Vende casi treinta ministerios y edificios públicos por 260 millones y firma un contrato de alquiler con la empresa que los compra para seguir usándolos por 30 millones al año, haciéndose cargo además del mantenimiento. Una cláusula cómica establece el derecho del gobierno a “recomprarlos” en el futuro.
Los mismos negociazos se han visto en la privatización de la lotería: una concesión por doce años a cambio de lo que el gobierno recaudaba en tres. Empresarios relacionados con el gobierno se hacen con islas, playas, terrenos y edificios olímpicos a precios de risa. Por supuesto, ni un euro de todos estos revierte en los griegos sino que van directamente al fondo para el pago de la deuda. A pesar de ello Alemania se mostró “decepcionada por el nivel de privatizaciones”.
Pero estas son pequeñas cosillas en comparación con la venta de las minas de oro de Calcidia. La empresa que las gestionaba provocó un desastre medioambiental. Antes de hacerse cargo de las indemnizaciones se declaró en quiebra. El estado griego también perdonó las cotizaciones sociales debidas y compró por 11 millones los derechos de explotación. A las pocas horas los vendió por el mismo precio a una empresa constituida dos días antes. Esta, a su vez, vendió el 9% de la explotación a un holding catarí por 175 millones. Solo el 9% valía dieciséis veces más que lo que recaudaron los griegos. Esto deja el pelotazo de Galerías Preciados del PSOE en una chiquillada. La explotación del oro, que solo es apoyada por el gobierno y el partido neonazi, está produciendo catastróficas consecuencias ambientales. Contra ella ha surgido un movimiento social que apoyan decenas de miles de personas. Ierissos es “la aldea gala”, solo que aquí los romanos son fuerzas antiterroristas con declaración de estado de emergencia incluida. Escribir en blogs, o hablar con la prensa contra las minas, se considera motivo para presentar cargos por pertenencia a organización criminal.
¿Y el agua? Bruselas ordenó la privatización del agua. La Mancomunidad de Municipios de Tesalónica organizó un referéndum. El gobierno griego intentó prohibirlo, lo declaró ilegal. La democracia es ilegal en el país que la inventó. A pesar de todo se llevó a cabo con la presencia de observadores internacionales. El resultado fue que el 97,8% de la población estaba en contra de la privatización. Aún así, se privatizó, pero el Tribunal Supremo lo declaró ilegal. Ninguna de estas noticias ha tenido en la prensa española el eco que tuvo, por ejemplo, el cierre de una heladería en Venezuela.
De este modo, ignorando los hechos concretos de Syriza y el gobierno griego, en España la prensa plantea el debate en términos fantasmas. Este hará esto, este hará lo otro. ¿Pero y lo que ya hizo? Sobre eso, el silencio. La insistencia en las diferencias ideológicas sirve en realidad para eliminar de nuestra memoria los obscenos actos concretos de un gobierno que, pura y llanamente, se ha dedicado al saqueo. El pasado de la gran coalición griega entre derecha y socialistas es tan vergonzosamente indefendible que a ninguno de sus cómplices en España se le ocurre traer a colación ni una sola de sus medidas. En su lugar, todo se plantea en términos de orden-desorden, seguridad-incertidumbre, conocido-desconocido. ¡Qué gran diferencia con Venezuela! Cuando toca hablar de Venezuela entonces la prensa sí se ensaña con lo concreto. Ahí sí vemos el drama humano. La ideología, ni se mienta.
Esto avanza los términos del combate argumental que se producirá aquí durante este año. ¿Juzgaremos los ciudadanos al binomio PP-PSOE por sus hechos o por el símbolo de estabilidad que desean representar?
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