Aunque en la práctica la industria de lo ecológico se encuentra inmersa en el sistema social y cultural que promociona lo ecológico, en este post, como es lógico, vamos a separar los conceptos de “ecología” y “consumismo” para además compararlos desde un enfoque antagónico.
de El Roto
El consumismo puro y duro, ese hábito tan arraigado que incluso forma parte de nuestra identidad cultural, de nuestros hábitos más cotidianos, deseos y sueños, es una auténtica pesadilla para el entorno. La factura, tarde o temprano, acabamos pagándola todos, y unos bastante más que otros.
Si la población no cesa de aumentar, y lo mismo ocurre con el estilo de vida consumista, -la llamada sociedad del bienestar para la gran parte de la ciudadanía, al margen de un mayor o menor estado asistencial- al que aspiran los países emergentes y en desarrollo, los recursos, que son limitados, tienen los días contados.
El enfoque de una vida confortable que corresponde a un estilo de vida consumista, el imperante en las sociedades capitalistas, equipara el consumo a la satisfacción de las necesidades y de algo más: la satisfacción de los constantes caprichos de los consumidores.
La maquinaria industrial ofrece productos y servicios que crean necesidades artificiales y, a través del marketing, se consiguen generar nuevos hábitos de consumo que nos llevan a un soberano despilfarro a todos los niveles, económico y de recursos. Por otra parte, inédito en la historia de la humanidad y con un aumento exponencial.
Ello genera, a su vez, un impacto ambiental inasumible para el entorno, y sus manifestaciones son de lo más variopintas, desde la deforestación y lo que ello implica para flora y fauna hasta, por ejemplo, la polución atmosférica, del suelo o acuática y las consecuencias relacionadas con ésta, entre ellas el deterioro de los ecosistemas, problemas de seguridad alimentaria o el mismo avance del cambio climático.
Nuestra manera de vivir, ese vivir deprisa inmersos en unos hábitos de consumo que no conocen el freno también salpica a los productos y servicios de los llamados ecológicos.
Ser un consumidor eco-responsable, por lo tanto, no significa sustituir unos productos convencionales por otros verdes, dentro de un mismo esquema de consumo. Por contra, las costumbres verdes realmente genuinas piden seguir la regla de oro de la ecología, esa triple erre del reducir, reutilizar y reciclar.
Haremos un flavo favor al medio ambiente, pongamos por caso, si adquirimos una bicicleta con el cuadro de bambú en lugar de seguir utilizando la nuestra, en perfectas condiciones de uso.
Tampoco tendría sentido subirse a un avión y recorrer medio mundo para ir a un hotel ecológico, pues la huella de carbono del transporte ha convertido la idea del alojamiento verde en algo absurdo.
O, en el terreno de la alimentación, si no realizamos buenas prácticas a la hora de conservar alimentos, el resultado será muy pobre a nivel ambiental. Nuestro gesto verde será un querer y no poder o, simplemente, un no haber querido nunca.
¿Y adquirir productos verdes de cualquier tipo impulsados por la compra compulsiva? En ocasiones, además, puesto que lo ecológico está de moda, se realizan compras innecesarias como una demostración snob de productos que por lo general son exclusivos.
Estamos en las mismas. Y es que el tirón que tienen los productos verdes está haciéndonos caer en un gasto no siempre compatible con la sostenibilidad.
Si bien es cierto que un producto ecológico siempre encajará mejor dentro de un estilo de vida verde, comprar más de lo realmente necesario nunca puede catalogarse de ecológico, por muy eco-amigable que sean los productos o servicios que compremos o contratemos.
¿La solución a estos problemas? Ir a la esencia de las cosas. El ecologismo exige un modelo social distinto y, a nivel individual, un cambio de mentalidad que resume muy bien la corriente conocida como downshifting, una alternativa a la vida materialista, llena de cosas pero también de insatifaccciones.
Básicamente, se busca un replanteamiento de la forma de vivir para lograr un mayor equilibrio entre el trabajo y el ocio y ser más respetuosos con el medio ambiente.
Aunque cueste creerlo, vivir de forma confortable no es sinónimo de consumismo. Muy al contrario, tener cada vez más puede crear una ansiedad difusa que nos acompaña noche y día.
La vida sencilla nos permite centrarnos en lo que más nos importa, llevar una vida en armonía con la naturaleza y ser más fieles a nosotros mismos. Ser frente a tener, una vida más verde vs un consumismo desaforado.
La economía colaborativa, los grupos de consumo, la producción local de alimentos bio o las ecoaldeas, por otro lado, son marcos perfectos para un downshifter. Lanzarse a ello, eso sí, es más complicado de lo que parece. Nadar contra corriente nunca fue sencillo, pero también es cierto que ahora, más que nunca, están en marcha movimientos sociales que, pese a ser incipientes, son una gran oportunidad para quienes desean unirse a ellos.
O, en todo caso, sin necesidad de apostar por cambios extremos, solo estando concienciados al respecto, igualmente es posible poner nuestro granito de arena para lograr grandes cambios. Porque la ecología es cosa de todos.
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