El patriotismo ha sido uno de los sentimientos más utilizados por las derechas de este país a fin de movilizar a la población en defensa de sus intereses particulares. Su supuesto patriotismo ha sido la coartada emocional para justificar las intervenciones del Estado (sobre el cual ejercen una enorme influencia) para mantener sus privilegios, presentando sus acciones como resultado de su supuesto “amor a la Patria”. En esta versión, la Patria y los intereses económicos, financieros y corporativos representados por las fuerzas políticas conservadoras y neoliberales (que a nivel de calle se las conoce como las derechas) son categorías y conceptos homologables.
El caso más claro de esta situación en la historia reciente de este país fue el golpe militar patriótico del año 1936 (apoyado por las fuerzas del nazismo alemán y del fascismo italiano, sin cuya ayuda tal golpe no hubiera sido exitoso) que interrumpió la democracia española, presente en la II República. Este golpe tuvo como objetivo principal proteger la propiedad de grupos financieros (como la banca) y empresariales (como los grandes terratenientes y la gran patronal), así como de grupos corporativos (como la Iglesia y el Ejército) cuyos beneficios habían sido reducidos por las reformas realizadas y/o propuestas por el gobierno republicano popular, medidas que afectaron también a las clases sociales pudientes, que dominaban la vida política y mediática del país, de las cuales los grupos e instituciones citados anteriormente formaban parte.
¿Qué quería decir “salvar la Patria” en el golpe militar supuestamente patriótico de 1936?
El eslogan de los golpistas era la llamada patriótica a “salvar la Patria Española” de los “rojos” y “separatistas”, identificando la Patria con sus intereses. Tal golpe estableció, al resultar vencedores los golpistas (en parte como consecuencia de la falta de ayuda militar procedente de los otros países europeos, excepto la Unión Soviética, que sí ayudó), una de las dictaduras más sangrientas que existieron en la Europa Occidental en el siglo XX. Según el mayor experto en fascismo europeo, el profesor Malefakis, de la Universidad de Columbia de la ciudad de Nueva York, por cada asesinato político que cometió el régimen fascista liderado por Mussolini, el régimen dictatorial del General Franco cometió 10.000. En total, más de 400.000 militares y civiles perecieron en aquel conflicto, originado por aquel supuestamente patriótico golpe militar. Y todavía hoy España es el país del mundo, después de Camboya, que tiene mayor porcentaje de personas desaparecidas por motivos políticos, el paradero del los cuales es todavía desconocido.
Dicho régimen dictatorial era consciente de que tenía a la mayoría de la población en contra, lo cual explica que el terror fuera una política de Estado (terror aplicado para salvar la Patria), alcanzando unas dimensiones que se han definido correctamente como genocidio. Fue un genocidio de clase, en contra de la clase trabajadora y de las clases populares, realizado en defensa de los privilegios de unas minorías que controlaban aquel Estado. Fue un régimen enormemente represivo y corrupto dirigido por un General responsable del mayor número de asesinatos de españoles de la historia de este país, un General, además, enormemente corrupto como bien se ha documentado. Es una desvergüenza nacional que este personaje tenga todo un monumento nacional.
¿Qué quería decir la defensa patriótica de la “unidad de España”?
La justificación del golpe militar patriótico fue mantener la “unidad de España”, unidad que, por cierto, nadie estaba cuestionando, pues las voces que supuestamente abogaban por su ruptura estaban, en realidad, deseando establecer otra visión de España, que fuera plurinacional, donde se respetaran los distintos pueblos y naciones unidos por consenso democrático y no por la fuerza militar. El Presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, definido por los golpistas como secesionista y asesinado por ello, no era separatista. En realidad fue en su día director de una revista llamada Nueva España, y lo que proponía era una redefinición de España, pidiendo la federación de sus distintos pueblos y naciones, reflejando la diversidad que la enriquece.
En realidad, las dos fuerzas mayoritarias de las izquierdas españolas, el PSOE y el PCE, durante la lucha en contra de la dictadura, defendieron esta visión plurinacional de España, incluyendo el derecho de cada una de sus naciones a decidir sobre su articulación dentro del Estado español. Tal derecho a decidir fue abandonado por la oposición del Ejército y del Monarca durante la Transición, proceso de transición que se desarrolló bajo su supervisión y con un gran domino de las fuerzas conservadoras que controlaban el Estado y que configuraron el producto final, incluso el redactado de la Constitución. Ni que decir tiene que las izquierdas y otras fuerzas democráticas también pudieron dejar su imprimátur en dicho documento, pero el desequilibrio de fuerzas en el periodo de transición era tal que las derechas tenían mucho más poder e influencia sobre el Estado que las izquierdas, que acababan de salir de la clandestinidad. Y ello quedó reflejado en el documento llamado Constitución. Cuando las derechas, así como El País (y el PSOE) hablan de patriotismo constitucional, están, en realidad, promoviendo una perpetuación de las relaciones de poder desequilibradas, sintetizadas en aquel documento, producto de un proceso en el que las derechas tenían mucho poder y las izquierdas muy poco. La Constitución tiene elementos positivos, pero también otros muy negativos de difícil cambio debido al sesgo enormemente favorable a las derechas que determina la configuración del Senado, que tiene la clave del cambio constitucional. Ahora bien, muy difícil no quiere decir imposible, pero el sesgo está bien claro como resultado de aquel desequilibrio de fuerzas al que hice referencia antes en mi observación sobre la Transición.
Los enormes costes de este tipo de patriotismo y de esta visión de España
El dominio del Estado dictatorial por parte de las fuerzas conservadoras fue la mayor causa del enorme retraso económico, social, político y cultural de España. Cuando ocurrió el golpe militar patriótico en 1936, España tenía un nivel de desarrollo y riqueza (medida por el PIB per cápita) semejante al que tenía Italia. Al final de la dictadura, casi cuarenta años más tarde, España tenía un PIB (indicador del nivel de riqueza) per cápita que era solo el 64% del de Italia. Y el Estado del Bienestar era, el año de la muerte del dictador, 1975, uno de los menos financiados en Europa (junto con Grecia y Portugal, que habían sido también gobernados por dictaduras ultraconservadoras). Estas fueron las consecuencias del patriotismo de derechas, que antepuso la defensa de sus privilegios a los intereses de la mayoría de la población. El domino de las derechas sobre el Estado español explica pues, como ya indiqué, el gran retraso económico, político y social de España, que incluso continúa en el día de hoy, siendo España uno de los países que tiene el gasto social por habitante más bajo de la UE-15 (el grupo de países con un nivel de desarrollo similar al español), y ello a pesar de los indudables progresos conseguidos durante sel periodo democrático (ver mi libro El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias. Anagrama, 2006).
La otra España y el patriotismo popular
Frente a este patriotismo de las derechas ha existido siempre otra visión de España y de la Patria, la cual identifica Patria con la gente normal y corriente, y patriotismo con la defensa de sus intereses. Desde esta perspectiva, patriotismo era y es el sentido de pertenencia a un colectivo que a través del ejercicio de su soberanía configura y desarrolla su propia identidad. Patriotismo popular es, pues, a diferencia del patriotismo elitista, el garantizar y expandir la calidad de vida de la población, constituida en los diferentes pueblos y naciones existentes en España (respetar esta diversidad no es lo mismo, como maliciosamente presentar los sostenedores del patriotismo de derechas, conseguir privilegios especiales).
En esta visión, un acto patriótico es, por ejemplo, establecer programas universales de atención sanitaria a la población, o garantizar la buena educación a toda la infancia, adolescencia, adultos y personas de edad avanzada, o ayudar a las familias en su desarrollo, o asegurar una jubilación digna a todos los ciudadanos cuando, por razones de edad o de lo que fuera, una persona se retira de su trabajo, o facilitar que todo ciudadano tenga un trabajo satisfactorio y bien remunerado, y así una larga lista de compromisos e intervenciones que ayudan a crear una conciencia de identidad, pertenencia y soliaridad. Esta visión surge de una concepción del poder derivada de la soberanía popular y entra en conflicto con la otra visión casi mística del concepto de Patria, en la que esta es identificada con los intereses particulares de los grupos económicos, financieros, políticos, corporativos y mediáticos dominantes.
La visión popular de la Patria y el patriotismo se construye siendo parte integrante de la formación de la colectividad, en contraposición con el concepto elitista de Patria de las derechas, que la identifican con símbolos, narrativas e instituciones que se equiparan con las estructuras del poder. Es un síntoma saludable que esta visión popular, profundamente democrática, que había caracterizado la visión de España del patriotismo de las izquierdas, sea recuperada ahora por los herederos del 15-M, contraponiéndola a la visión elitista de derechas que domina en los establishments políticos y mediáticos del país. El 15-M era una denuncia del sistema democrático español precisamente por su falta de democracia (“no nos representan”) como consecuencia del maridaje entre el poder financiero y económico por un lado, y el poder político y mediático por el otro. Sus eslóganes hablaban claro. “Esta España no es nuestra España”, y llevaban razón.
La utilización, de nuevo, del argumento de la defensa de la “unidad de España”
Predeciblemente, estamos viendo una enorme resistencia y hostil oposición a la redefinición de España, que incluye el derecho a decidir, derecho apoyado por la gran mayoría de la población de Catalunya. Según las sucesivas encuestas, unos porcentajes elevados de la población que vive en Catalunya desean ejercer tal derecho. Derecho a decidir implica, naturalmente, el derecho a escoger, siendo una de las alternativas la de la secesión de Catalunya de España. Pero no es la única alternativa. Esta resistencia a esta posibilidad es justificada por parte de los establishments políticos y mediáticos españolistas porque asumen que ello conllevaría la secesión de Catalunya (oposición al referéndum es, según ellos, oposición a la secesión). Es interesante indicar que este supuesto asume que la mayoría de los catalanes desean separarse de España, lo cual las encuestas señalan que no es cierto. Pero no deja de ser interesante que tales establishments asuman este deseo de separación, pues, si eso fuera cierto, están –con su negativa a permitir tal derecho a elegir- decidiendo continuar con la situación actual a base de fuerza militar (garantizada por el Ejército, según declara la Constitución), pues parecen admitir que el deseo de los catalanes es separarse, pero no tienen que permitirles que lo hagan, percepción que precisamente es la mayor causa del crecimiento del independentismo. La mejor manera de prevenir la secesión es, precisamente, hacer el referéndum, con la plena expresión democrática. Ni que decir tiene que, en el caso improbable de que la población catalana mostrara un claro apoyo mayoritario por la secesión (posibilidad que yo creo que sería menor si se permitiera la plena expresión democrática del sentir de la población catalana, pero que sería más que probable en el caso de que la intolerancia antidemocrática continuara por parte del Estado español), tal deseo de separación de Catalunya debería consensuarse con el Estado español.
En realidad, este Estado está siendo cuestionado por fuerzas progresistas a lo largo del territorio español que comparten con las fuerzas de izquierdas progresistas de Catalunya la visión plurinacional, habiéndose establecido una alianza y coalición con Podemos e IU (que a su vez comparten esta visión plurinacional) que probablemente, en su acción coordinada, expresada democráticamente, permitirá y forzará un cambio. Hoy los deseos de justicia social (con la exigencia de un cambio y reversión de las nefastas políticas de austeridad) y de democracia van de la mano en esta redefinición de España.
El limitado compromiso de las derechas con la soberanía popular
Esta defensa de los intereses de la mayoría (y no solo de la minoría) de la población exige una concepción más popular y extensa del patriotismo, homologándola al concepto de soberanía popular. La falta de sensibilidad hacia esta soberanía popular es lo que ha ocurrido en dos sentidos. Uno es el claro abandono de la soberanía en el apoyo por parte del PP, Ciudadanos y CDC a los tratados de libre comercio, como el TTIP (que favorecen predominantemente a los grupos financieros y empresariales, representados por las derechas, pero perjudican a la mayoría de la población). Anteponer los intereses minoritarios sobre los mayoritarios es un ejemplo claro de falta de patriotismo, imposibilitando el ejercicio de la soberanía popular, al trasladar las decisiones a niveles supranacionales, lejanos e indiferentes a tal soberanía. Y otro ejemplo de la violación de los derechos de decisión y soberanía popular es también la práctica de las derechas (PP, Ciudadanos y Convergència) de mostrar una gran docilidad hacia el gobierno alemán (representante del capital financiero alemán) y sus políticas neoliberales, y ello para beneficio del capital financiero y la gran patronal españoles, que se benefician de las políticas impuestas por aquel gobierno y por el español, que representan los mismos intereses dentro de la Eurozona. Y ahí está el quid de la cuestión. Pero, mírese como se mire, es difícil sostener que las derechas en España puedan hoy presentarse como las fuerzas patrióticas que la han salvado. En realidad, si España es, como debería verse, la suma de las poblaciones (de las cuales la mayoría son las clases populares) de sus distintos pueblos y naciones, entonces es fácil de ver que su compromiso con España tiene escasa credibilidad, pues sus políticas públicas la han dañado enormemente, tanto en su calidad de vida como en su integridad. Así de claro.
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