Sería difícil hallar motivos que justifiquen no acoger a los refugiados que huyen del terror y la miseria. Una simple actitud humanitaria bastaría sobradamente para deshacer cuantos argumentos puedan presentarse en materia de economía, seguridad, religión o cualquier otra estúpida excusa, a la hora de negarles hospitalidad a centenares de miles de gentes desesperadas, intentando escapar de una guerra infame que nunca pidieron.
Sería asimismo difícil que alguien lograra convencerme de que los refugiados sirios e iraquíes rechazan sistemáticamente la “hospitalidad” de los ricos países del golfo Pérsico, de religión musulmana, y costumbres análogas, cuando evitarían un éxodo de muerte y calamidades hacia destinos inciertos.
Ni en los Emiratos Árabes Unidos, ni tampoco en Omán, Kuwait, Qatar o Bahréin veo que la población haya salido a la calle al grito de “Acollim ara” y “Casa nostra, casa vostra” como se ha celebrado en Barcelona, siendo la primera gran manifestación europea pro refugiados.
Acoger a los refugiados no es una obligación, es un deber.
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