El palabro ‘clorpirifós’ suena a medicamento, a droga sintética o a jugador griego de baloncesto. En principio, el común de los mortales desconoce lo que es.
Pero quizás el lector se interese en mayor grado por el clorpirifós cuando le expliquemos que lo acompaña en su vida diaria. Está presente en las manzanas que come, en las peras, en las mandarinas; lo expulsa cuando va a orinar o vive alojado en el cordón umbilical que une a las mamás y a sus bebés dentro del saco amniótico. Se trata de un insecticida muy potente y eficaz para combatir las plagas y que, además, es el pesticida más utilizado en la agricultura de España desde que se comenzara a usar en los años ochenta de forma masiva en los cultivos.
No solo eso, sino que pasados más de 40 años desde el inicio de suaplicación a gogó en nuestro país para producir las frutas y las verduras que el lector y su familia consumen, la Unión Europeaprohibirá su empleo a partir de enero de 2020 por los riesgos que implica su uso para la salud humana, la fauna y el medio ambiente, según han podido saber los medios colaboradores de esta investigación de una fuente oficial de la Comisión Europea.
Esta decisión es gasolina para las ONG dedicadas al medio ambiente y para los científicos que desde hace años venían denunciando y demostrando con estudios empíricos que el clorpirifós tiene efectos muy nocivos para el ser humano y su entorno. Tiene una gran persistencia en el cuerpo de las personas y en los medios principalmente acuáticos. “Ya os lo advertíamos desde hace tiempo…”, podrían argumentar en los próximos meses si se consuma ese veto.
El pediatra y científico estadounidense Leonardo Trasande explica a El Confidencial en una charla pausada que el clorpirifós, como pesticida organofosforado que es, provoca graves problemas en el desarrollo cognitivo de los niños desde la más tierna infancia e, incluso, en la etapa prenatal si sus madres han tenido una alta exposición al mismo durante el embarazo.
Este profesor de Pediatría en la Universidad de Nueva York y autor del libro ‘Sicker, Fatter, Poorer’ (‘Más enfermos, más gordos, más pobres’) narra cómo mediante sus propios estudios y tal cual se refleja también en muy diversos ensayos multidisciplinares de centros académicos prestigiosos, la Universidad de Columbia entre ellos, se ha demostrado que el clorpirifós está entre los factores que originan en los niños muchos casos de autismo, trastornos de déficit de atención e hiperactividad, pérdida de puntos en el coeficiente intelectual u obesidad.
A Trasande y a su obra llegamos por el consejo de Kistiñe García, experta en disrupción endocrina de Ecologistas en Acción. En sus trabajos y tras haber analizado datos oficiales, García alerta de que el clorpirifós es el insecticida del que más residuos se encuentran en los análisis de alimentos que anualmente realizan las autoridades competentes. “Me recuerda mucho al DDT, ya que también fue desarrollado como gas de ataque organofosforado en la II Guerra Mundial, como gas nervioso”, apunta la responsable de la campaña contra contaminantes hormonales de Ecologistas en Acción.
El clorpirifós fue desarrollado y registrado como pesticida en 1965 por la multinacional estadounidense Dow Chemical. A pesar de que en España se esté usando abundantemente, en varios países europeos no está autorizada su utilización ahora o nunca lo ha estado. ¿Eso sucede en Estados pequeños y marginales de la UE? No exactamente, Alemania, Dinamarca, Suecia y otros cinco países se listan entre los que no confían en la inocuidad del clorpirifós para la salud y el medio ambiente que promete la industria de los agroquímicos.
En contestación del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación(MAPA) a preguntas de este medio, sus técnicos señalan lo siguiente: “En el momento actual, hay formulados con clorpirifós autorizados en 20 Estados miembros de la UE”. Argumentan que en Bruselas continuamente se está revisando la conveniencia de los pesticidas como el clorpirifós. Agregan que “todos los formulados autorizados en cada Estado miembro también se revisan; en España, las últimas revisiones de los productos se han realizado en los años 2015, 2016 y 2017, siendo el resultado de la evaluación favorable en todas las áreas de evaluación”.
Efectivamente, España y el Mapama aún autorizan la aplicación del clorpirifós en los productos de nuestra cesta de la compra mediante cuatro formulados diferentes que fabrican y comercializan cinco empresas, una de ellas es Dow Agrosciences Ibérica, la filial en nuestro país de Corteva Agrisciences. Desde el 1 de junio pasado, esta última compañía es independiente de la multinacional estadounidense DowDuPont. Todo ello sucede a pesar de que la Comisión Europea vaya a prohibir este insecticida en apenas unos meses. Mientras tanto, los campos de cultivo de limones, naranjas, olivas, puerros o acelgas de España se siguen regando con este peligroso agroquímico.
Cientos de casos de presencia de clorpirifós en alimentos
Los agricultores levantinos de cítricos tendrán que darle una pensada a cómo combatir las plagas de pulgones o de piojo gris si finalmente Bruselas prohíbe el clorpirifós para usos agrícolas en todos los Estados miembros de la UE. Desde hace decenios, llevan aplicando ese plaguicida a sus naranjos, mandarinos y limoneros para asegurar la cosecha.
Según el análisis propio de las bases de datos del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, el clorpirifós es el pesticida más recurrente en las muestras analizadas de productos agrícolas entre 2015 y 2017 (este es el último año con números consolidados que comparte el ministerio). Además, entre los 4.677 test donde se buscó clorpirifós, residuos del mismo se hallaron en justo 400 casos, un 8,5%del total. Tiene una gran presencia en las naranjas, las mandarinas y los plátanos examinados, pero los técnicos del ministerio lo detectaron hasta en 40 productos alimenticios diferentes. Incluso se informa de un caso de residuos de clorpirifós encontrados en huevos de gallina.
En esos tres años, desde 2015 a 2017, hasta 19 muestras examinadas superaban el límite máximo de residuos autorizado, según el análisis de los datos de este medio. Si bien el Ministerio de Sanidad matizó a El Confidencial que finalmente fueron 17 los casos, ya que “tras aplicar la incertidumbre analítica, dos de ellas [de las tres muestras de 2015] se encontraban dentro de los límites legales”.
Dada la prevalencia de los cítricos en cuanto a los residuos registrados por los muestreos, las tres provincias de la Comunidad Valenciana están entre las cuatro con más positivos de clorpirifós en los test para el conjunto de España. Encabeza el listado Valencia, donde se produjeron 153 casos, y la sigue Alicante, con 53.
Los casos de detección de clorpirifós no se limitan a alimentos cuyo origen de producción es España. De los 400 positivos registrados en las bases de datos facilitadas por el Ministerio de Sanidad, hasta 66 corresponden a frutas y verduras procedentes de otros países como Egipto, Marruecos o China.
“Realmente puedes decir que los formulados de clorpirifós son geniales haciendo su trabajo: matar insectos. Los agricultores no los aplicarían si no funcionaran. Ahí está el problema esencial, el gran reto es crear un veneno para los insectos que no lo sea para los humanos”, argumenta Thomas Backhaus, profesor de Toxicología y Ciencias Ambientales de la Universidad de Gotemburgo.
El diagnóstico de las consecuencias patógenas y tóxicas debidas al uso intensivo del clorpirifós parece que ahora lo tienen claro en Bruselas tras decenios de mirar hacia otro lado. ¿Traspondrá inmediatamente el Gobierno español la decisión de la Comisión a la legislación nacional?
Más de 30 expertos alertan de la amenaza
En meses pasados, el grupo de reporteros que ha echado una mirada profunda al tema del pesticida clorpirifós ha leído miles de documentos, informes y ensayos científicos, ha realizado unas 20 peticiones de información pública a autoridades de la UE y nacionales, ha examinado y analizado diversas bases de datos y ha entrevistado a más de 30 expertos de países europeos y norteamericanos que cuentan con una trayectoria consolidada en el estudio del impacto del uso intensivo de agroquímicos para la salud humana y animal y para el medio ambiente.
Este trabajo periodístico ni es flor de un día ni tiene un sesgo activista. Esencialmente, los reporteros han indagado en los efectos nocivos del clorpirifós, un plaguicida usado en la agricultura mundial desde 1965 y que en 2020, 55 años después de haberlo empleado masivamente, será prohibido por la Comisión Europea por las amenazas que representa para los seres vivos; 55 años después, ni más ni menos, según informa hoy en primicia esta investigación periodística.
Somos conocedores de que probar las causas-efectos perjudiciales de los agroquímicos no es tarea sencilla, porque tampoco lo es para los científicos que, desde una perspectiva multidisciplinar, se dedican exclusivamente a este asunto durante su vida profesional.
Esa dificultad de hacer afirmaciones sobre el tema desde el periodismo nos obligó a ser muy rigurosos y consultar ese abanico de fuentes arriba referido. Medular era conversar e intercambiar múltiples conversaciones con los que saben para contrastar las informaciones y resolver dudas. Así lo hicimos con más de 30 expertos, entre ellos: Philippe Grandjean, profesor de Medicina Ambiental en la Universidad Sur de Dinamarca y en la Harvard School de Salud Pública de EEUU; Vicent Yusà (España), profesor de Química de la Universidad de Valencia y jefe de Laboratorios de Salud Pública de la Generalitat Valenciana; Leonardo Trasande (Estados Unidos), pediatra y profesor en la Universidad de Nueva York; Barbara Demeniex (Francia), profesora de Biología en el Laboratorio de Regulaciones Endocrinas del Centro Nacional de la Investigación Científica; Ketil Hylland (Noruega), profesor de Biociencias de la Universidad de Oslo; Axel Mie (Suecia), profesor del Karolinska Institute de Estocolmo en el Departamento de Ciencia Clínica y Educación, y Thomas Backhaus (Suecia), profesor de Toxicología y Ciencias Ambientales de la Universidad de Gotemburgo.
Este trabajo de indagación de largo aliento permite enumerar una serie de males y enfermedades que causan los pesticidas organofosforados como el clorpirifós, entre otros: dificultades en el desarrollo de la corteza cerebral de los recién nacidos, déficit de atención e hiperactividad en los niños, autismo, disminución de puntos en el coeficiente intelectual, alteraciones de la hormona tiroidea, disrupciones en el sistema nervioso, obesidad, infertilidad, pérdida de memoria y párkinson. La población más vulnerable a estas lesiones es la que convive en zonas rurales con cultivos donde se aplican intensamente los plaguicidas organofosforados.
Un trabajo periodístico transnacional
El trabajo ha sido coordinado por Nils Mulvad desde Investigative Reporting Denmark. Parcialmente ha sido sufragado por una ayuda de Journalism Fund. En esta investigacón han colaborado los profesionales que siguen: Stéphane Horel, de 'Le Monde', Anuška Delić, de 'Oštro', Staffan Dahllöf y Oluf Jørgensen, de Investigative Reporting Denmark, Louise Voller, de 'Danwatch', Eiliv Frich Flydal, de 'Dagblet', Wojciech Ciesla, de 'Newsweek', Pamela G. Dempsey y Brant Houston, de Midwest Center for Investigative Reporting, Kristof Clerix de 'Knack', e Irene de Pablo Molinero y Marcos García Rey, de El Confidencial.
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