“España debe modificar el uso de su territorio para reducir el riesgo de inundaciones”. Pronunciada hace un año durante un congreso de la Fundación Nueva Cultura del Agua, esta frase del presidente de la Asociación de Geógrafos Españoles, Jorge Olcina, ha tomado cuerpo de manera trágica y desoladora en diferentes puntos de la región levantina. “La ocupación humana y las actividades económicas han aumentado la vulnerabilidad de la península ibérica frente a inundaciones y sequías”. Para revisar y actualizar lo que vaticinó en aquella ocasión, nada mejor que una charla pausada con Olcina sobre crisis climática, gestión del territorio y acción política. Tras las primeras clases del día, el catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante hace un alto en el camino para responder al otro lado del teléfono.
El aumento de fenómenos climáticos extremos relacionados con el agua, como las sequías y las lluvias torrenciales, es una de las manifestaciones de la situación de emergencia climática que estamos viviendo. ¿Debe sorprendernos lo ocurrido este año con la DANA?
En general, todo el litoral mediterráneo es una región de riesgo y sabemos que con una determinada frecuencia se producen fenómenos de esas características. Además, hay algunos elementos que nos hacen pensar que el efecto del calentamiento ya está aquí. Por un lado, el mar Mediterráneo lleva una tendencia de calentamiento en los últimos 30 años y sabemos que un Mediterráneo cálido es la materia prima que utilizan todo este tipo de situaciones inestables que llamamos ‘de gota fría’ y que hemos tenido por aquí.
Un segundo factor, que ya señalan varios estudios, es la alternancia en la circulación atmosférica en nuestras latitudes, lo que hace que se produzcan con más frecuencia situaciones de gota fría. Me explico, las borrascas están reguladas por una gran corriente en chorro situada a unos nueve kilómetros de altitud, y esa corriente en los últimos años circula a menos velocidad y produce ondulaciones más frecuentemente que generan gota fría, es decir, que baja el aire muy frío del Polo Norte, por así decirlo, hasta nuestra latitud y genera mucha inestabilidad.
Estos dos factores estarían hablándonos de cierta influencia del calentamiento. Sabiendo que es zona de riesgo, la gota fría ya se puede producir en cualquier época del año, no es solo un fenómeno de otoño, y un Mediterráneo muy caliente es un riesgo mayor porque es la materia prima que alimenta esos episodios.
La acción humana tiene mucho que ver en la situación de calentamiento global, pero también somos responsables en la gestión de los territorios, del cuidado de los ríos, que también tiene sus efectos cuando ocurren estos fenómenos climatológicos.
Los efectos de estas lluvias torrenciales se agravan porque el territorio está muy mal organizado, muy mal actuado. Se han ocupado espacios de inundación, no se ha respetado el dominio público hidráulico: hemos visto edificaciones en zonas inundables, naves industriales, infraestructuras que se construyen sin la capacidad de evacuación suficiente de las aguas… En definitiva, el territorio mal organizado y mal actuado es el que agrava las consecuencias de estas lluvias.
¿Cuál es el margen de reacción y de cambio?
Lo que haría falta es que las administraciones se conciencien de que estamos ante un problema serio. El cambio climático va a traer estas consecuencias: fenómenos extremos cada vez más intensos y más frecuentes y, por tanto, tienen que ponerse las pilas y actuar. Elaborar planes de adaptación al cambio climático que afecten a todas las escalas de la Administración: la estatal, la autonómica y, sobre todo, las locales, que juegan un papel muy importante. Hasta que no haya esa conciencia en la política….
¿Y la sociedad está concienciada?
Hay que hacer una labor muy importante de educación a la sociedad en todos estos temas. Los currículos de enseñanza primaria y secundaria tienen que empezar a meter estas cuestiones de una forma decidida y amplia, no quedarse solo en un tema o en un apartado de una asignatura. Estamos hablando del problema más importante que tiene la humanidad en este siglo y, por tanto, la sociedad tiene que educarse bien en estas cuestiones. Solo así podremos ser más exigentes con nuestros políticos, para que de verdad se pongan a trabajar en estos temas.
De hecho, ha sido el sector más joven de la sociedad quien ha tomado la delantera de la presión ciudadana.
Ese movimiento juvenil es fantástico, nos ha abierto los ojos a todos los demás. A ver si la política toma nota, pero parece que es difícil.
Por un lado, el Gobierno de Murcia ha tramitado recientemente un cambio legislativo para volver a edificar en cauces de ríos; por otro lado, Ecologistas en Acción denuncia que en el Estado español hay más de 50.000 construcciones en cauces y zonas inundables de muy alto riesgo. ¿Cómo se conjugan estas dos realidades situadas en posiciones tan opuestas?
Lo fundamental es que la ciudadanía sea consciente del riesgo en el que vive en estas determinadas zonas y que pida responsabilidades. A estos políticos imprudentes que intentan tramitar normativas que atentan contra la protección de los cauces no se les debería votar; al contrario, se deberían incluso emprender acciones en contra de este tipo de actuaciones.
Hay una dicotomía muy grande. Es verdad que los partidos de izquierda están más concienciados con el problema. Es una cuestión, sobre todo, del modelo capitalista y liberal, que piensa que el territorio lo puede asumir todo, y eso no es así.
¿La adaptación al cambio climático supondría una ruptura o al menos pasaría por un cuestionamiento absoluto de los modelos económicos y de desarrollo?
Todo lo que llamamos adaptación al cambio climático se asocia con una cuestión energética, eso está claro, pero afecta también a todos los sectores que están implantados en el territorio; por ejemplo, el modelo urbanístico hay que cambiarlo radicalmente. De entrada, la prohibición de ocupar el dominio público, como ya dice la Ley de Costas y la Ley de Aguas, hay que cumplirla a rajatabla. Y nuestro modelo de comportamiento en el territorio también hay que cambiarlo.
El cambio climático, en el fondo, es una oportunidad para cambiar los malos hábitos que en las últimas décadas hemos hecho en el territorio, tanto en urbanismo, como en construcción, como en cultivos agrarios. Allá donde no hay agua no se pueden seguir plantando regadíos, tendrás que hacer un buen plan para ver hasta dónde puedes llegar, reutilizar las aguas residuales… Hay que hacer planes sensatos y racionales de ocupación del territorio. A todo eso es a lo que nos puede conducir tomarnos en serio la adaptación del cambio climático, a un cambio de paradigma, que es totalmente necesario y no hay vuelta atrás.
Si bien ya existe un marco jurídico que puede dar algunas respuestas, lo cierto es que no se cumple.
Hay dos posturas. Desde los medios técnicos y científicos está la denuncia científica: por lo menos, señalizar, hacer buenos informes de dónde están construidas mal las cosas, de dónde se ha actuado mal sobre el territorio. Y luego está la parte ciudadana: tenemos que hacernos responsables y denunciar también las malas praxis sobre el territorio, si no seguiremos soportando este tipo de actuaciones, especialmente en los municipios. Las ansias de transformar siempre van a estar ahí, los ayuntamientos lo que quieren es más construcción, más dinero por licencias de obras. Y el último episodio de gota fría ha demostrado que el medio físico se comporta de manera extrema y no permite cualquier tipo de actuación sobre él.
¿Aún queda tiempo? Está pendiente que se pueda aprobar la ley de cambio climático, pero la parálisis gubernamental lo está impidiendo.
Este periodo de impasse está retrasando medidas que se deberían haber tomado hace meses. Y el tiempo corre. El cambio climático, y sus efectos en forma de extremos atmosféricos, es lo que llamamos un riesgo silencioso, pero constante. Cualquier retraso en la puesta en marcha de una ley de cambio climático, de un programa nacional de adaptación al cambio climático que luego tienen que secundar las comunidades autónomas, los ayuntamientos y los municipios, supone un tiempo perdido y un mayor coste económico en los próximos años. Porque si vienen este tipo de fenómenos, como hemos tenido ahora, tenemos que poner dinero para indemnizar, cuando seguramente, si hubiéramos actuado con planificación, no habría tantos daños económicos. Todo es una rueda que va hacia lo no deseable. La política tiene que tomarse ya en serio el cambio climático, apoyar las leyes necesarias de transición energética y de adaptación al cambio climático y no esperar más. El retraso es contraproducente.
Alemania sí ha aprobado recientemente un amplio plan de medidas para hacer frente al cambio climático.
No lo he visto con detalle, pero entra de la lógica de que algunos países del norte de Europa que están llevando un poco la voz cantante en estos temas y nosotros vamos un poco a remolque. La ciudadanía más o menos está concienciada del problema y los medios de comunicación más o menos nos están informando, y aquí, además de la política, la empresa tiene que jugar un papel muy destacado. El empresario moderno debe apostar por la sostenibilidad, tener una visión amplia. Esos planes que aquí se tramitan bajo manga… no. Hace falta transparencia y sostenibilidad.
En la comunidad científica, ¿os sentís escuchados y llamados a participar en este cambio de paradigma?
Creo que no. Cuando ocurren fenómenos como el que hemos tenido aquí de inundaciones, entonces sí, pero luego pasan las semanas y todo cae en el olvido. Realmente, la ciencia vinculada con el territorio no está teniendo la voz que debería en la planificación, no solo del territorio, sino también de actividades económicas y de infraestructuras. Somos poco escuchados.
Entonces, ¿cuando se os escucha es únicamente de manera puntual y no para tomar decisiones estructurales?
Se actúa a golpe de desastre. Cuando viene la catástrofe, entonces sí, dame consejos, pero luego pasa el efecto primero y cae en el olvido. Aquí estamos ante un problema muy serio que es el tema del calentamiento, ya con efectos evidentes en nuestro clima. Hay que ponerse a trabajar en la adaptación. Las administraciones y las empresas tienen que contar con los datos que tenemos.
La reciente Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU ha finalizado con escasos compromisos.
Pensábamos que Naciones Unidas sería quien tendría capacidad de liderazgo, pero vemos que si los países más contaminantes no adoptan el Acuerdo de París y boicotean este tipo de cumbres, de poco sirve. Yo aquí sí quiero lanzar un mensaje de optimismo. La Unión Europea está trabajando bien esta cuestión, con sus planes de medio y largo plazo, de cambio de la economía europea; Australia y Japón, también. Es decir, grandes economías del planeta sí que han hecho una apuesta decidida por un cambio de modelo. Nos costará más o menos, pero por lo menos el objetivo está trazado. Por otro lado, Estados Unidos, o Brasil –que ha cambiado el paradigma y siguen los dictámenes de Estados Unidos–, hacen un boicot a una tendencia de racionalidad humana. Nos estamos jugando el futuro de la tierra y debemos ser conscientes de eso.
El aumento de fenómenos climáticos extremos relacionados con el agua, como las sequías y las lluvias torrenciales, es una de las manifestaciones de la situación de emergencia climática que estamos viviendo. ¿Debe sorprendernos lo ocurrido este año con la DANA?
En general, todo el litoral mediterráneo es una región de riesgo y sabemos que con una determinada frecuencia se producen fenómenos de esas características. Además, hay algunos elementos que nos hacen pensar que el efecto del calentamiento ya está aquí. Por un lado, el mar Mediterráneo lleva una tendencia de calentamiento en los últimos 30 años y sabemos que un Mediterráneo cálido es la materia prima que utilizan todo este tipo de situaciones inestables que llamamos ‘de gota fría’ y que hemos tenido por aquí.
Un segundo factor, que ya señalan varios estudios, es la alternancia en la circulación atmosférica en nuestras latitudes, lo que hace que se produzcan con más frecuencia situaciones de gota fría. Me explico, las borrascas están reguladas por una gran corriente en chorro situada a unos nueve kilómetros de altitud, y esa corriente en los últimos años circula a menos velocidad y produce ondulaciones más frecuentemente que generan gota fría, es decir, que baja el aire muy frío del Polo Norte, por así decirlo, hasta nuestra latitud y genera mucha inestabilidad.
Estos dos factores estarían hablándonos de cierta influencia del calentamiento. Sabiendo que es zona de riesgo, la gota fría ya se puede producir en cualquier época del año, no es solo un fenómeno de otoño, y un Mediterráneo muy caliente es un riesgo mayor porque es la materia prima que alimenta esos episodios.
La acción humana tiene mucho que ver en la situación de calentamiento global, pero también somos responsables en la gestión de los territorios, del cuidado de los ríos, que también tiene sus efectos cuando ocurren estos fenómenos climatológicos.
Los efectos de estas lluvias torrenciales se agravan porque el territorio está muy mal organizado, muy mal actuado. Se han ocupado espacios de inundación, no se ha respetado el dominio público hidráulico: hemos visto edificaciones en zonas inundables, naves industriales, infraestructuras que se construyen sin la capacidad de evacuación suficiente de las aguas… En definitiva, el territorio mal organizado y mal actuado es el que agrava las consecuencias de estas lluvias.
¿Cuál es el margen de reacción y de cambio?
Lo que haría falta es que las administraciones se conciencien de que estamos ante un problema serio. El cambio climático va a traer estas consecuencias: fenómenos extremos cada vez más intensos y más frecuentes y, por tanto, tienen que ponerse las pilas y actuar. Elaborar planes de adaptación al cambio climático que afecten a todas las escalas de la Administración: la estatal, la autonómica y, sobre todo, las locales, que juegan un papel muy importante. Hasta que no haya esa conciencia en la política….
¿Y la sociedad está concienciada?
Hay que hacer una labor muy importante de educación a la sociedad en todos estos temas. Los currículos de enseñanza primaria y secundaria tienen que empezar a meter estas cuestiones de una forma decidida y amplia, no quedarse solo en un tema o en un apartado de una asignatura. Estamos hablando del problema más importante que tiene la humanidad en este siglo y, por tanto, la sociedad tiene que educarse bien en estas cuestiones. Solo así podremos ser más exigentes con nuestros políticos, para que de verdad se pongan a trabajar en estos temas.
De hecho, ha sido el sector más joven de la sociedad quien ha tomado la delantera de la presión ciudadana.
Ese movimiento juvenil es fantástico, nos ha abierto los ojos a todos los demás. A ver si la política toma nota, pero parece que es difícil.
Por un lado, el Gobierno de Murcia ha tramitado recientemente un cambio legislativo para volver a edificar en cauces de ríos; por otro lado, Ecologistas en Acción denuncia que en el Estado español hay más de 50.000 construcciones en cauces y zonas inundables de muy alto riesgo. ¿Cómo se conjugan estas dos realidades situadas en posiciones tan opuestas?
Lo fundamental es que la ciudadanía sea consciente del riesgo en el que vive en estas determinadas zonas y que pida responsabilidades. A estos políticos imprudentes que intentan tramitar normativas que atentan contra la protección de los cauces no se les debería votar; al contrario, se deberían incluso emprender acciones en contra de este tipo de actuaciones.
Hay una dicotomía muy grande. Es verdad que los partidos de izquierda están más concienciados con el problema. Es una cuestión, sobre todo, del modelo capitalista y liberal, que piensa que el territorio lo puede asumir todo, y eso no es así.
¿La adaptación al cambio climático supondría una ruptura o al menos pasaría por un cuestionamiento absoluto de los modelos económicos y de desarrollo?
Todo lo que llamamos adaptación al cambio climático se asocia con una cuestión energética, eso está claro, pero afecta también a todos los sectores que están implantados en el territorio; por ejemplo, el modelo urbanístico hay que cambiarlo radicalmente. De entrada, la prohibición de ocupar el dominio público, como ya dice la Ley de Costas y la Ley de Aguas, hay que cumplirla a rajatabla. Y nuestro modelo de comportamiento en el territorio también hay que cambiarlo.
El cambio climático, en el fondo, es una oportunidad para cambiar los malos hábitos que en las últimas décadas hemos hecho en el territorio, tanto en urbanismo, como en construcción, como en cultivos agrarios. Allá donde no hay agua no se pueden seguir plantando regadíos, tendrás que hacer un buen plan para ver hasta dónde puedes llegar, reutilizar las aguas residuales… Hay que hacer planes sensatos y racionales de ocupación del territorio. A todo eso es a lo que nos puede conducir tomarnos en serio la adaptación del cambio climático, a un cambio de paradigma, que es totalmente necesario y no hay vuelta atrás.
Si bien ya existe un marco jurídico que puede dar algunas respuestas, lo cierto es que no se cumple.
Hay dos posturas. Desde los medios técnicos y científicos está la denuncia científica: por lo menos, señalizar, hacer buenos informes de dónde están construidas mal las cosas, de dónde se ha actuado mal sobre el territorio. Y luego está la parte ciudadana: tenemos que hacernos responsables y denunciar también las malas praxis sobre el territorio, si no seguiremos soportando este tipo de actuaciones, especialmente en los municipios. Las ansias de transformar siempre van a estar ahí, los ayuntamientos lo que quieren es más construcción, más dinero por licencias de obras. Y el último episodio de gota fría ha demostrado que el medio físico se comporta de manera extrema y no permite cualquier tipo de actuación sobre él.
¿Aún queda tiempo? Está pendiente que se pueda aprobar la ley de cambio climático, pero la parálisis gubernamental lo está impidiendo.
Este periodo de impasse está retrasando medidas que se deberían haber tomado hace meses. Y el tiempo corre. El cambio climático, y sus efectos en forma de extremos atmosféricos, es lo que llamamos un riesgo silencioso, pero constante. Cualquier retraso en la puesta en marcha de una ley de cambio climático, de un programa nacional de adaptación al cambio climático que luego tienen que secundar las comunidades autónomas, los ayuntamientos y los municipios, supone un tiempo perdido y un mayor coste económico en los próximos años. Porque si vienen este tipo de fenómenos, como hemos tenido ahora, tenemos que poner dinero para indemnizar, cuando seguramente, si hubiéramos actuado con planificación, no habría tantos daños económicos. Todo es una rueda que va hacia lo no deseable. La política tiene que tomarse ya en serio el cambio climático, apoyar las leyes necesarias de transición energética y de adaptación al cambio climático y no esperar más. El retraso es contraproducente.
Alemania sí ha aprobado recientemente un amplio plan de medidas para hacer frente al cambio climático.
No lo he visto con detalle, pero entra de la lógica de que algunos países del norte de Europa que están llevando un poco la voz cantante en estos temas y nosotros vamos un poco a remolque. La ciudadanía más o menos está concienciada del problema y los medios de comunicación más o menos nos están informando, y aquí, además de la política, la empresa tiene que jugar un papel muy destacado. El empresario moderno debe apostar por la sostenibilidad, tener una visión amplia. Esos planes que aquí se tramitan bajo manga… no. Hace falta transparencia y sostenibilidad.
En la comunidad científica, ¿os sentís escuchados y llamados a participar en este cambio de paradigma?
Creo que no. Cuando ocurren fenómenos como el que hemos tenido aquí de inundaciones, entonces sí, pero luego pasan las semanas y todo cae en el olvido. Realmente, la ciencia vinculada con el territorio no está teniendo la voz que debería en la planificación, no solo del territorio, sino también de actividades económicas y de infraestructuras. Somos poco escuchados.
Entonces, ¿cuando se os escucha es únicamente de manera puntual y no para tomar decisiones estructurales?
Se actúa a golpe de desastre. Cuando viene la catástrofe, entonces sí, dame consejos, pero luego pasa el efecto primero y cae en el olvido. Aquí estamos ante un problema muy serio que es el tema del calentamiento, ya con efectos evidentes en nuestro clima. Hay que ponerse a trabajar en la adaptación. Las administraciones y las empresas tienen que contar con los datos que tenemos.
La reciente Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU ha finalizado con escasos compromisos.
Pensábamos que Naciones Unidas sería quien tendría capacidad de liderazgo, pero vemos que si los países más contaminantes no adoptan el Acuerdo de París y boicotean este tipo de cumbres, de poco sirve. Yo aquí sí quiero lanzar un mensaje de optimismo. La Unión Europea está trabajando bien esta cuestión, con sus planes de medio y largo plazo, de cambio de la economía europea; Australia y Japón, también. Es decir, grandes economías del planeta sí que han hecho una apuesta decidida por un cambio de modelo. Nos costará más o menos, pero por lo menos el objetivo está trazado. Por otro lado, Estados Unidos, o Brasil –que ha cambiado el paradigma y siguen los dictámenes de Estados Unidos–, hacen un boicot a una tendencia de racionalidad humana. Nos estamos jugando el futuro de la tierra y debemos ser conscientes de eso.
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