De cada dólar que se gasta en Internet en Estados Unidos, 44 céntimos van a parar a Amazon. Se prevé que en 2021 la compañía alcance el 50% de todas las ventas por Internet de este país. En todos los sentidos, el producto de su creador, Jeff Bezos, ha desafiado las leyes implícitas de lo establecido en el entorno de la compra-venta y ha abierto camino a una forma de vida que hace tan solo unos años sonaría a ciencia-ficción. “Somos nuestras elecciones”, dijo en su discurso en la Universidad de Princeton Jeff Bezos en 2010, y la elección del empresario ha sido siempre saber anticiparse a las necesidades del consumidor y satisfacerlas. ¿A qué precio?
Con casi 136 millones de dólares en ingresos (117 millones de euros), más de 300 millones de cuentas de clientes activas y una plantilla de unos 566.000 empleados a finales de 2017, la historia de Amazon es uno de los ejemplos icónicos de la era de Internet y de cómo una empresa ha sabido redefinirse por completo hasta casi perfeccionar el arte de la gratificación instantánea. Muchas cosas han cambiado en Amazon desde que, en 1995, Jeff Bezos abrió su tienda virtual para comprar libros (no fue la primera pese a la juventud incipiente de Internet). Hoy en día Amazon vende prácticamente de todo, y lo que no produce lo comercializa a través de terceros; es dueña de la cadena de supermer- cados estadounidense Wholefoods, tiene una faceta tecnológica mediante la que ofrece servicios de almacenamiento de datos y web hosting, un asistente virtual que puede controlar desde la música que escuchas al riego de tu jardín; cuenta con su propio servicio de entretenimiento en pantalla e incluso produce películas.
Aunque ha registrado tasas récord de crecimiento de ventas desde su creación hace 20 años (las acciones de la empresa han subido más de un 56.000% desde que salió a bolsa en 1997), su rentabilidad ha sido irregular. Un margen operativo del 2,8% y un beneficio neto del 2% en el primer trimestre de 2017 reflejaban la filosofía de Bezos de invertir a largo plazo, tal y como explica un reciente estudio de Harvard Business School: “Hasta ese momento los mercados habían recompensado a Amazon por su visión a largo plazo y sus movimientos atrevidos”. Pero tanto la empresa de Jeff Bezos como su propia persona desatan sentimientos antagónicos, desde el fuerte apego al rechazo. ¿Cómo ha conseguido la compañía erigirse como la tienda digital más grande del mundo y ofrecer precios más bajos que sus competidores?
Durante ciertas etapas de su historia Amazon pudo parecerse más a una de las pioneras tecnológicas de Silicon Valley (California), pero pese a su carácter innovador y creador de tendencia, hoy los puestos laborales precarios y los sueldos bajos son ya una de sus señas de identidad. Mientras en 2017 la fortuna de Jeff Bezos alcanzaba los 35.100 millones de dólares (30.248 millones de euros), el empleado medio de la empresa ingresaba 28.446 (24.500 euros). Así, según los datos de la revista estadounidense Fast Company, Bezos ingresaría un sueldo 1,2 millones de veces superior al de su trabajador. Este dato pone de relieve la gran dependencia de Amazon en trabajadores temporales ya que, si bien muchos empleados en su sede principal de Seattle cobran cerca de los 100.000 dólares anuales (86.000 euros), la mayor parte de su plantilla trabaja junto a robots en los almacenes y centros de distribución y logística que se reparten por Estados Unidos y el resto de países donde funciona la empresa.
En un reciente estudio, el semanal The Economist analizaba cómo afecta la llegada de un almacén de Amazon al sueldo medio de trabajadores de la industria en distintas zonas de Estados Unidos. Por ejemplo, en el condado de Lexington, Carolina del Sur, los ingresos anuales de un trabajador de almacén han caído de 47.000 dólares (40.500 euros) a 32.000 (27.500), una bajada del 30% en cinco años. Lo mismo ha ocurrido en Virginia, donde los sueldos del sector han bajado un 17%. El fenómeno de sueldos que van a la baja o se estancan se ha convertido en norma en zonas donde Amazon abre un centro de distribución. Datos del Gobierno norteamericano confirman que los ingresos de los trabajadores de almacén de Amazon están un 10% por debajo de la media de los trabajadores de la misma industria en otras zonas, y esto es un fenómeno que se repite internacionalmente, allá donde va Amazon.
Con más de 50.000 trabajadores en toda Europa, la empresa crece a ritmo frenético también a este lado del océano Atlántico: desde que aterrizó en España en 2011, ya es el mayor comercio online del país. También aquí la alta temporalidad de la plantilla es uno de los principales problemas que la compañía ha traído consigo, algo que ha levantado ampollas. En marzo de 2018, el 98% de los trabajadores del centro logístico de San Fernando de Henares, el más grande del país hasta que se ponga en funcionamiento el nuevo centro en Illescas (Amazon tiene un total de ocho centros en uso y tres más en construcción), secundó la huelga convocada por los trabajadores.
En San Fernando de Henares, el almacén más antiguo de España, trabajan unos 1.100 empleados fijos y alrededor de 900 temporales. Allí el convenio colectivo se consiguió en 2015, finalizó en 2016 y durante 17 meses de negociaciones no se había llegado a un acuerdo. Los motivos que han llevado a la huelga a los trabajadores, que en muchos casos pueden recorrer hasta 20 kilómetros al día, se centran en la congelación de sueldos desde que caducó el convenio (hasta entonces se ajustaba a la subida del IPC), menos cobertura por baja laboral (una gran preocupación por el alto índice de lesiones de hombro y rodilla de los trabajadores), abaratamiento de las horas extra y descenso en la categoría de parte de la plantilla que supondría una diferencia de entre 3.000 a 5.000 euros brutos anuales. La huelga “tan solo buscaba mantener los derechos laborales de la plan- tilla”, manifestaron entonces los sindicatos CCOO y UGT.
Casi todos los trabajadores que acudieron a la huelga no han logrado renovar sus contratos. Desde entonces, empleados de la planta negocian con otras sucursales a nivel europeo una nueva huelga, posiblemente en coincidencia con el ‘Prime day’, una fecha aún sin determinar pero que suele recaer en los meses de verano y ofrece grandes descuentos (en 2017 se convirtió en el día con mayores ventas de la empresa).
Amazon es tan solo la punta del iceberg de la transformación que está suponiendo en muchos ámbitos el auge del comercio electrónico. En menos de una década, las plataformas logísticas de empresas de e-commerce han pasado de abrir cinco días a la semana para servir a las tiendas, a estar operativas los 365 del año, con tres turnos de trabajo distintos para cumplir con la expectativa del reparto en el mismo día. “¿Desde cuándo un almacén de tienda es una plataforma logística? Es un problema de convenio”, ha señalado la secretaria general de Industria de CCOO, Carmen Expósito, que además ha enfatizado las dificultades para conciliar la vida laboral y familiar con turnos de trabajo del tipo que exigen en estos centros.
Al margen de la precariedad laboral, el modelo de comercio que promueve Amazon supone un cambio de paradigma completo que a su vez contrae riesgos ambientales. ¿Cuál es la huella ambiental de comprar un producto y recibirlo en menos de 24 horas? En Estados Unidos ya hay una respuesta: según el último Monthly Energy Review (principal informe de estadísticas energéticas de la Administración en EEUU), en 2016 el transporte de mercancías superó en emisiones de dióxido de carbono a las plantas energéticas por primera vez desde 1979. Casi un cuarto de estas emisiones procede de camiones de medio y alto peso, un impacto creciente que proviene sobre todo de lo que en el mundo de la logística se conoce como ‘la última milla’, en referencia a ese último trecho entre el centro de distribución y el destino final del paquete.
Antes de la revolución del comercio electrónico, la mayoría de esas últimas millas eran las de destino a tienda, mientras que hoy se amplían a zonas residenciales. Para conseguir que el último pedido de Amazon llegue a su puerta sin moverse de casa, el cliente ha cambiado su trayecto hasta la tienda (andando, en transporte público o en un coche relativamente eficiente) por más movi- miento de los vehículos de reparto, que en muchos casos aumenta el tráfico en zonas residenciales y contamina más. El incremento de destinos de paquetes, combinado con la dificultad de predecir los pedidos, hace que los camiones de reparto vayan en muchas ocasiones tan solo a media carga, por lo que cada vez necesitan realizar más viajes.
“El incentivo del beneficio económico está empujando a las empresas de comercio electrónico en la dirección equivocada”, analizaba en la prensa norteamericana uno de los fundadores del Instituto de Estudios de Transporte en la Universidad de California, Miguel Jaller, quien entre otras cosas aboga por la agrupación de múltiples compras en un solo envío. (Amazon ofrece sin coste el envío de tantos paquetes sean necesarios a sus clientes Prime, así como a pedidos por encima de cierto valor). El incremento de las emisiones de dióxido de carbono a través del transporte de productos prácticamente individualizado es solo una de las facetas de Amazon que Greenpeace ha criticado en su último informe. En su estudio más reciente de la compañía en 2017, la organización conservacionista denuncia que además de ser uno de los comercios más grandes del mundo, Amazon también es el tercer vendedor de ordenadores a nivel mundial. Pese a ello, la empresa es una de las menos transparentes del mundo en cuanto a su impacto ambiental y se niega a descubrir la huella de gases de efecto invernadero que genera. Asimismo ofrece escasos detalles más allá de los legalmente requeridos sobre el origen de los materiales que utiliza para la fabricación de sus productos, y no publica ninguna restricción sobre componentes químicos peligrosos. La única valoración positiva de Greenpeace sobre Amazon hoy es su apuesta por el uso de energías renovables, una práctica que comenzó en su división Amazon Web Services y que la empresa pretende expandir al resto de facetas de su negocio. En este aspecto, Greenpeace reconoce que Amazon se ha erigido como uno de los líderes del sector en la promoción del uso de renovables en Estados Unidos.
Conseguir los apabullantes beneficios económicos que Amazon amasa estos días sería imposible si fuera únicamente por su faceta como minorista, aunque se trate de su perfil más conocido. La empresa de Bezos, que prácticamente desde el primer día quiso expandir su negocio hasta ser capaz de abarcarlo todo, según relata Brad Stone en su libro The Everything Store: Jeff Bezos and the age of Amazon, va mucho más allá.
Una faceta poco conocida de la compañía es Amazon Web Services, su división de servicios de almacenamiento de datos cuyos principales clientes son desde empresas como Netflix hasta el Gobierno estadounidense, al que ofrece servicios de ‘cloud’. Amazon consiguió el contrato para trabajar con agencias de inteligencia como la CIA en 2013 desbancando a IBM. Si continúa, se estima que en diez años habrá hecho unos 600 millones de dólares (514 millones de euros) de negocio con el Gobierno. El acuerdo se formalizó en la etapa de Barak Obama, si bien la actual Administración de Donald J. Trump parece tener intenciones de revocarlo. El presidente norteamericano tiene abierta una guerra de tuits contra la compañía, se dice que en parte por la cobertura crítica de las actuaciones del Gobierno del diario The Washington Post, cuyo dueño es Jeff Bezos desde que en 2013 adquirió el diario por 250 millones de dólares (214 millones de euros).
La publicidad online es otro de los grandes generadores de ingresos de la compañía. En los primeros cuatro meses de 2018, el sector con mayor crecimiento de beneficios fue Amazon Marketing Services, con un incremento anual estimado del 83%. Pero el analista de Wall Street Robert Honeywell explica que “la gallina de los huevos de oro de Amazon” está en su ‘marketplace’, el servicio de mercado virtual en el que se ha convertido y por el que cualquier proveedor puede utilizar su plataforma digital mediante el pago de tasas para vender productos de manera electrónica sin tener una web propia. De esta forma, Amazon sería el equivalente a un gran centro comercial con las mejores condiciones, cuyos locales para minoristas se disputarían otros pequeños negocios.
Tampoco hubiera sido posible para Amazon llegar a donde está hoy en día sin su complicado y astuto entramado para evitar impuestos. El reciente candidato demócrata a la presidencia norteamericana, Bernie Sanders, fue uno de los primeros en llamar la atención sobre este hecho. “¿Sabes cuántos impuestos sobre la renta corporativa (equivalente al impuesto de sociedades en España) pagó Amazon en 2017? Cero”, tuiteó el 30 de abril. En efecto, y aunque la declaración de la renta de la compañía no es pública, la institución de investigación Politifact, ganadora del premio Pulitzer, ha verificado que Amazon no solo no pagará ni un céntimo en el equivalente al impuesto de sociedades, sino que además cobrará 137 millones de dólares (117 millones de euros) como devolución.
¿Cómo es posible que una empresa que declara 5.600 millones de beneficio consiga que el Gobierno le devuelva dinero? Los analistas explican dos posibles causas: por un lado, incentivos valoradas en 220 millones de dólares (188 millones de euros), así como compensaciones por la acumulación de mercancías valorados en 917 millones (786 millones de euros). Todo ello dentro de la legalidad en Estados Unidos.
En Europa tampoco ha faltado la controversia: la Comisión Europea ha reclamado a Amazon 250 millones de euros por ayudas fiscales en Luxemburgo. El Ejecutivo comunitario considera que el ‘tax ruling’ para la compañía de Bezos entre 2003 y 2011 le permitió pagar “sustancialmente menos” que otras empresas locales. En caso de ser así, casi tres cuartas partes de los beneficios de la empresa no habrían sido gravados, si bien la multinacional ha negado un trato de favor y estudia recurrir la decisión.
Es tanto el poder de una empresa del tamaño de Amazon que unas 20 ciudades estadounidenses se pelean por acoger las nuevas oficinas centrales de la compañía. El gigante digital valora los incentivos fiscales que distintos estados le ofrecen con tal de que se asiente en su territorio. Pero a diferencia del centro de operaciones, el resto de localizaciones de Amazon, su ingente y vertiginosa cadena de centros de distribución logística continúa devaluando las condiciones de trabajo para sus empleados. Uno de los últimos artículos del diario The Intercept ponía de manifiesto cómo mientras Amazon sortea hábilmente el pago de impuestos de sociedades, recibe a su vez más dinero de las arcas federales estadounidenses en forma de cupones de alimentación. Aunque hasta ahora es un proyecto en estudio, Amazon está a punto de aceptar ‘food stamps’ (el Suplemental Nutrition Assistance Program o SNAP es una especie de estampilla que el Gobierno federal otorga para que familias pobres adquieran comida) como pago por compras de alimentos.
El estudio de The Intercept defiende que estos nuevos ingresos tendrán doble beneficio para la compañía, ya que un importante porcentaje de los trabajadores de la propia Amazon depende del programa SNAP para poner comida sobre la mesa. En cinco de los seis estados que ofrecieron datos para el informe, Amazon estaba entre las 20 compañías con más empleados en el programa de asistencia a la alimentación. En su mayoría, el tipo de empleado con sueldos bajos que recibe la ayuda del programa SNAP coincide con trabajadores de empresas como Walmart o McDonalds. ¿Será Amazon, con su frenético ritmo de expansión que no parece tener límites, el nuevo perfil de gigante tecnológico con una plantilla esencialmente pobre?
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