11 oct 2013

Banquero ejecutado por prácticas irregulares

Antiguamente los negocios basaban su éxito en el grado de confianza y fiabilidad que eran capaces de generar entre sus clientes, de lo contrario uno corría el peligro de perder la cabeza. Hoy este edificio es una finca de vecinos, pero su fachada aún conserva la vieja publicidad, medio desteñida, apenas visible, ninguneada por el viandante, de una “Casa de viajeros, hospedajes económicos, servicios (ilegible)”. Esta es la calle de Canvis Nous, antaño un lugar muy concurrido y cercano al puerto, donde buscaban instalarse los forasteros al llegar a la ciudad. El nombre le viene porque aquí y en la vecina calle de Canvis Vells nacieron las primeras entidades financieras durante la Edad Media, a imitación de lo que estaba sucediendo en las repúblicas italianas y en el resto del Mediterráneo. En su origen, la primera función de los futuros bancos se limitaba al cambio de divisas, una actividad reservada a los judíos ya que, como la usura, estaba prohibida por la Iglesia.


Así fue hasta que en el siglo XIII se reactivó el comercio internacional y el volumen de este negocio lo hizo atractivo para los cristianos. Durante el reinado de Jaume I se liberalizó el sector, y los profesionales de ambas comunidades se instalaron en la desaparecida plaza de Canvis de la Mar.
Los bancos comenzaron literalmente sobre unas mesas —o bancas— cubiertas por paños bordados con las armas de la ciudad. En caso de quiebra se los rompían, a lo que se llamaba bancarrota. Si esto se producía, el infractor ya no podía operar más en la calle de Canvis Vells i tenía que trasladarse a Canvis Nous. En las Cortes de Barcelona de 1300 se decidió castigar a los malos banqueros pregonando su nombre por la ciudad, en una versión voceada del señor cobrador del frac. Si no se enmendaban podían perder la licencia para ejercer y ser encarcelados a pan y agua hasta pagar sus deudas. No obstante, cada vez había más banqueros en Canvis Nous, y menos en Canvis Vells.


Intentando atajar el colapso, se duplicó la fianza que se solicitaba para abrir una mesa de cambio y se endurecieron las condenas con pena de decapitación para los defraudadores. El caso más conocido —recordado por más de uno al inicio de la presente crisis— fue el del banquero barcelonés Francesc Castelló, a quien tocó vivir los convulsos años centrales del siglo XIV, en medio de epidemias de peste negra, malas cosechas, hambrunas y quiebras bancarias. Muchos ciudadanos se quejaban de que los bancos eran reacios a dejarles retirar sus ahorros, o que se los devolvían en moneda pequeña cuando habían sido depositados en oro. Castelló participaba en arriesgadas operaciones comerciales en el Mediterráneo oriental y no pudo cumplir con sus deudas, declarándose en bancarrota sin llegar a ningún acuerdo con aquellos que le habían confiado sus capitales.


Éste es el único caso conocido de nuestra historia en que un banquero ha sido castigado con la muerte por prácticas irregulares. El martes 10 de noviembre de 1360 fue llevado ante su propia casa en la plaza de Canvis de la Mar, y a la caída del sol se le cortó la cabeza. Allí donde se cumplió la condena, pocos años más tarde —en 1397— se terminaría de construir la primitiva Llotja sobre la que se edificaría el moderno edificio de la actual plaza Palau. No obstante, la ejecución pública del poderoso Francesc Castelló no sirvió para enderezar la economía y gran parte del sistema financiero europeo se desmoronó en las siguientes dos décadas. Tanto en Italia como en Cataluña se produjo una gran recesión crediticia, que se llevó por delante la banca de Bernat de Pagameres, y en 1381 declararon suspensión de pagos las bancas de Andreu Olivella y de Pere Descaus. Los banqueros perdieron totalmente la fiabilidad y credibilidad de sus oficios, hasta que en 1401 se creó la Taula de Canvi de Barcelona en el edificio de la Llotja, garantizada por la propia monarquía. La elección del lugar no dejó de tener su ironía, pues allí donde se le cortó la cabeza a la banca privada se creó la primera banca pública de la historia.


En cuanto al hospedaje económico de la calle Canvis Nous se trataba de una casa de huéspedes bautizada como El Canigó, conocida a partir de 1926 como pensión Valencia y, tras la Guerra Civil, como pensión Real. Durante la posguerra, los huéspedes compartían escalera con el centro de estudios franciscanos Franciscália, que en otra pirueta de la vida celebró en 1960 el 75º aniversario del poema Canigó de Jacint Verdaguer con una excursión a Prades y a Sant Miquel de Cuixà, y regreso el mismo día a este antiguo hostal del que cada vez quedan menos letras.

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