Acaba de consumarse el primer acto de una revolución ciudadana en Ucrania, uno de los enclaves geoestratégicos de Europa, y la izquierda sigue ofuscada por los acontecimientos.
De nada parece haber valido contemplar durante las últimas semanas a hombres y mujeres, jóvenes y mayores, codo con codo en las barricadas de la plaza del Maidán de Kiev, en ocasiones soportando temperaturas de veinte grados bajo cero. Ni la autogestión de la revuelta por la sociedad civil, convirtiendo edificios públicos ocupados en improvisados hospitales y centros de intendencia para atender las urgencias “del frente de los indignados”. Una izquierda de pensamiento único solo veía grupos neofascistas (que los había) y “conspiración proeuropea” donde además y sobre todo existía la heroica lucha de gran parte de un pueblo por la ruptura democracia frente a un régimen despótico y corrupto.
de Brookes
Curiosamente esa ha sido, hasta la sangrienta jornada del jueves 20 de febrero, también la postura adoptada ante el conflicto por los grandes medios de comunicación y las cancillerías occidentales. Justo hasta que los francotiradores Berkut, mandados por el gobierno del oligarca Yanukóvich, sembraron de cadáveres los alrededores del Parlamento asediado, conmocionando a la opinión pública mundial con imágenes de insólita crueldad. Pero solo en parte. Porque la mayoría de los medios alternativos, al menos en España, seguían manteniendo en lo sustancial la misma óptica unidimensional y recelosa. Redes sociales como Kaos, Rebelión y Nodo 50, en tantas otras ocasiones abnegadas vanguardia de la contrainformación plural frente al monolitismo oficial, parecieron disciplinar su cobertura sobre los sucesos como si se tratara de un simple juego de tronos entre radicales y extremistas. Especialmente confusa por su incongruencia fue la posición de determinadas webs ácratas y cenetistas, ignorando la presencia activa en la protesta de grupos anarquistas, de vieja memoria en Ucrania, y sindicatos de perfil libertario como la UAT.
En su gran mayoría, las noticias y opiniones que despuntaban en estos medios, secundando durante un tiempo a los canales convencionales, insistían en el papel decisivo desempeñado por las formaciones ultranacionalistas de iconografía xenófoba y nazi-fascista. Hasta tal punto, que episodios como el secuestro y tortura de un dirigente opositor por bandas paramilitares; las palizas sufridas por periodistas acreditados a manos de la policía política; las informaciones sobre desaparecidos e incluso las macabras escenas de “caza del hombre” perpetradas por las tropas especiales de la policía, apenas tuvieron eco en sus dominios. No resulta descabellado afirmar que, en cierta medida, la revuelta ucraniana ha mostrado el talón de Aquiles de la izquierda mediática de referencia, que si bien es orgullosamente anticapitalista pierde fuelle en cuanto a militancia democrática integral. Políticamente correctos, nadie, ni líderes políticos ni sindicales, tanto en el bando del gobierno español como en la oposición, se posicionó sobre los trágicos acontecimientos que tenían lugar en Kiev, afirmando el complaciente argumento del “conflicto interno”.
Es difícil saber cuál es la razón que ha hecho converger informativa y opinativamente a servidores del statu quo con sus tradicionales adversarios, criminalizando ideológicamente lo que fundamentalmente era la expresión de rebeldía de una mayoría social contra un régimen corrupto al presentarlo como una maniobra, exclusiva y excluyente, de grupos violentos de extrema derecha. No es un fenómeno nuevo. Se produjo antes en Egipto, donde el criminal golpe militar contra el gobierno legítimo de corte islamista fue también defendido a ambos lados del espectro ideológico sin mayores reservas. En el caso de la crisis ucraniana, es muy probable que el fomento de la percepción de la infiltración nazi-fascista como dominante en la protestas se amoldara también a las necesidades ideológicas confesables o silentes de unos y de otros.
Solo así se entiende que un órgano tan astutamente conservador como El País pusiera sordina al manifiesto de apoyo a los manifestantes del Maidán suscrito por más de cien intelectuales de prestigio internacional, publicándolo en el rincón de Cartas al Director, mientras en sus páginas de información el sesgo ultra conferido a los opositores de Yanukóvich representaba la categorización más frecuente en las noticias de corresponsales y agencias. Tampoco las masivas manifestaciones de la colonia ucraniana en España a favor de los activistas del Maidán merecieron el honor del periódico global en español, por otra parte tan diligente a la hora de censurar al régimen venezolano.
Sin duda esa desmesura xenófoba oficiaba como “aviso a navegantes” en el contexto de las próximas elecciones europeas que prevén un importante auge en cuanto apoyo popular para los partidos euroescépticos del arco ultranacionalista. Y por otro lado, tampoco parecía convenir a los intereses de los gobiernos neoliberales de la Unión Europea (UE), sometidos a una creciente presión ciudadana por sus políticas austericidas, el exitoso ejemplo de una rebelión social que había dado un paso más allá en su protesta, uniendo al pacífico y responsable “sí se puede” una resolución capaz de lograr la ruptura real con el sistema. Porque, en este ámbito, lo que la presunta hegemonía de los grupos de extrema derecha en la sublevación del Maidán vendría a confirmar es que con un cambio de abajo-arriba no basta para legitimarse. Es preciso que contenga principios democráticos insobornables.
La reacción de la izquierda alternativa ante los acontecimientos de Kiev recuerda en la lejanía los tiempos de la guerra fría. Cuando casi todas las formaciones del espectro comunista, mayoritario entonces en la izquierda, cerraron filas en un mismo silencio ante la ocupación de Budapest (Hungría) en el 1956 por los tanques soviéticos para reprimir la sublevación popular, o respecto a la invasión de Checoslovaquía por las tropas del Kremlin con ocasión de la “primavera de Praga” en 1968. Entonces apenas hubo voces críticas que denunciaran esos atropellos bélicos (el precedente de la doctrina de “la injerencia humanitaria” de años después) del Bloque del Este para impedir a sus países satélites el “derecho a decidir”. Entonces como ahora, la izquierda, en su mayor medida, calló porque el caso comprometía a “uno de los nuestros”, y se utilizó la excusa de la provocación internacional para justificar la represión indiscriminada. En el actual caso de Ucrania la censura consiste en obviar la historia de opresión que ha caracterizado a la política rusa-soviética con aquel país (desde las masivas deportaciones al Gulag al accidente nuclear de Chernóbil pasando por el Golodomor, la hambruna forzada que mató a millones de ucranianos en los años treinta).
Así las cosas, el próximo 25 de mayo habrá dos elecciones en Europa. Las propias de los países que integran la Unión Europea (UE) y las que tendrán lugar en Ucrania para elegir un nuevo presidente de gobierno tras la “revolución del Maidán”. A los primeros comicios concurrirán partidos nacionalistas que han logrado un considerable ascenso en sus expectativas por sus audaces denuncias euroescépticas. En los segundos también competirán sectores ultras, pero con una vocación totalmente distinta; para acercarse a la UE. Aunque lo verdaderamente interesante el 25M será ver a la vez en escena a partidos ultras europeos, como el Frente Nacional de Le Pen, y a formaciones de la izquierda alternativa continental convocándonos a derrocar a la Troika y al sistema desde dentro del sistema. De arriba-abajo y con las reglas de juego del statu quo.
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