El estadounidense Gary Becker, ganador del Premio Nobel de Economía en 1992 por "haber extendido el dominio del análisis microeconómico a un amplio grupo de comportamientos e interacciones humanas, incluyendo comportamientos no mercantiles" murió el pasado sábado a los 83 años tras una larga enfermedad, según anunció la Universidad de Chicago, de la que fuera profesor y uno de sus más destacados representantes. Becker, discípulo del economista Milton Friedman, fue el autor de obras como El capital humano (1964) o Tratado sobre la familia (1981).
En su dilatada trayectoria, Becker abordó temas tan diversos como la familia, el capital humano, la justicia, el crimen o la distribución del tiempo llevando la sociología y la psicología al terreno económico. La fórmula que aplicaba a estos asuntos, y que le permitía resolver problemas de las ciencias sociales, de la gestión política o incluso de preferencias privadas, era la de la consideración del individuo como un ser racionalmente calculador que está valorando siempre beneficios y riesgos. El ejemplo que mejor retrata su abordaje teórico es el del crimen.
A la pregunta de por qué delinquen las personas, Becker responde que porque les resulta barato. Según Becker, la criminalidad no proviene de sujetos desviados que cometen los delitos de modo mecánico, sino de sujetos racionales que están constantemente calculando oportunidades, costes y sanciones [esto explica porque hay tantos políticos corruptos... porque les sale barato...]. De modo que, cuanto más alta sea la pena, menos personas se atreverán a delinquir, porque los beneficios del crimen no les compensarán los riesgos que corren. Todo es un cálculo de probabilidades…
Más sanciones, menos delitos
Esta misma valoración tiene lugar en nuestras decisiones privadas. Cada uno de nosotros elige unas acciones u otras en función de sus preferencias. Para Becker, todas nuestras decisiones son racionales y sus consecuencias, corolario lógico de las mismas. Si en la teoría liberal, en el ámbito colectivo cualquier acción corre el riesgo de convertirse en su contrario (el deseo de hacer un bien puede llevarnos a un mal mayor y el vicio privado se puede convertir en una virtud pública) en el terreno personal parece existir una correlación directa entre resultado e intención.
Así lo explica Becker en El enfoque económico del comportamiento humano: “Una buena salud y una larga vida son objetivos importantes para la mayoría de las personas, pero un momento de reflexión bastará seguramente para convencer a cualquiera de que éstos no son los únicos objetivos a alcanzar por las personas en cuestión: puede sacrificarse un poco de salud o algunos años de vida si estos objetivos entran en conflicto con otros... Por tanto, una persona puede ser fumadora empedernida o puede trabajar tanto que excluya a su vida de todo ejercicio físico, y ello no necesariamente porque ignore las consecuencias de sus actos o porque sea incapaz de utilizar la información que posee, sino porque el periodo de vida que se le garantiza no vale para el coste de dejar de fumar o de trabajar con menor intensidad”.
Para Becker, la ley de la demanda es siempre apta para predecir que un aumento del precio reducirá la cantidad demandada (sea cual sea el objeto de la demanda) por lo que no tiene sentido excluir determinadas áreas de ese razonamiento. Si las sanciones con las que se castigan los delitos son severas, éstos decrecerán; si tener hijos es barato, se tendrán muchos y si el coste del divorcio disminuye, los matrimonios rotos aumentarán. A lo mejor no nos gusta mucho nuestra pareja, pero si las opciones disponibles nos satisfacen menos o si el coste de buscar una nueva es elevado, nos quedaremos con la que estamos; igualmente, si estamos casados y existen opciones de ser infiel sin riesgo, lo seremos sin el menor remordimiento.
¿Contrario al ser humano?
Estas tesis, que merecieron el premio Nobel de economía, no dejan de resultar perturbadoras por su consideración mecánica de los sentimientos y su reducción al mero pragmatismo. Definir desde la utilidad o desde la ausencia de mejores posibilidades compromisos de tanta magnitud vital como el matrimonio o los hijos, resulta, a primera vista, contrario a la esencia de lo humano. Podría argumentarse que precisamente en esa clase de situaciones no sería lo económicamente calculado lo que nos orienta, (como la pasión que nos hace ver como única a la persona de la que estamos enamorados) y que, en ese contexto, las consideraciones pragmáticas nos dan igual. Pero tal refutación tendría escaso sentido, a los ojos de la Escuela de Chicago.
Sean cuales sean las explicaciones que nos damos, lo que importa son los resultados. Quizá nos percibamos de otro modo, quizá prefiramos engañarnos pensando en la existencia de perspectivas más trascendentes, afirma Becker, pero nuestras acciones no difieren esencialmente de las que llevaríamos a cabo si nos guiásemos conscientemente por estos presupuestos racionalistas. Puede que nos guste más pensar que nos guían el corazón, el amor o la honestidad a la hora de realizar nuestras elecciones, pero en el fondo lo que opera es otra cosa, el cálculo de la utilidad. Podemos utilizar las palabras que queramos, pero nos estamos engañando: las personas siempre estamos intentando conseguir lo mejor que tenemos a nuestro alcance, afirma Becker.
Por lo tanto, en la mentalidad de Becker, no hay decisiones morales o psicológicas que valgan; se trata de un cálculo de oportunidad y costes, gracias al cual, cada uno acaba encontrando aquello que estaba deseando. Somos seres humanos racionales, y nos demos o no cuenta, en nuestro inconsciente sólo hay recompensa o castigo…
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