Parece que 2015 quedará reflejado en los libros de Historia como el año de los seísmos políticos en las altas cimas del viejo continente. Todo empezó el 25 de enero, cuando la victoria de Syriza en Grecia zarandeó la estabilidad política comunitaria. El segundo seísmo no tardaría en llegar. El 7 de mayo de este histórico 2015, la victoria ‘tory’ y su promesa electoral de convocar una consulta sobre la permanencia de Reino Unido en la UE en 2017 suponen una nueva amenaza para Europa, tal y como hoy la conocemos. ¿Quién será el próximo país en agitar al viejo continente? Por número de oportunidades (elecciones municipales, autonómicas y generales en un mismo año, además de las plebiscitarias catalanas), podría ser España.
El panorama político español está, sin lugar a réplica, quebrado. Los viejos partidos que se consolidaron durante una turbia transición se ahogan en un mar de corrupción y vagancia. Nuevos partidos, primero con el repentino auge de Podemos, luego con el constante pulso de Ciudadanos, están desafiando el casi universal bipartidismo. Esto demuestra que el fin de la historia, como anunciaba Fukuyama, todavía no ha llegado. También demuestra que hay esperanza para un país sumido en la crisis económica, la ignorancia cultural, la tragedia social, el desapego político.
Grecia y la deuda odiosa
Pero volvamos al principio, a Grecia. Alexis Tsipras y su Gobierno han sido lo suficientemente avispados y atrevidos como para analizar las causas del “milagro alemán” y exigir un trato igualitario. Sin embargo, Grecia, país pobre, vencido y dominado, carece del poder necesario para decidir las reglas del juego y pese a intentar desafiar al orden establecido, sus propuestas son una y otra vez rechazadas, frecuentemente de forma injustificada.
La crisis y la creciente deuda de los países del sur de Europa ha revelado un secreto a voces: el viejo continente sigue dividido entre una periferia dominada y centro dominante o, dicho de otra manera, entre acreedores perdedores y endeudados condonados. España, como Grecia, forma parte parte del primer grupo, el de la periferia dominada y los acreedores perdedores.
Tras la guerra de Cuba, Estados Unidos se negó a pagar la deuda contraída a España acogiéndose al principio de deuda odiosa
Quizás el caso más cercano de deuda odiosa sea la Guerra de Cuba. En 1895, Estados Unidos declaró la guerra a España con el pretexto de una explosión en el puerto de La Habana. España perdió la guerra y su colonia, Cuba, en 1898, sin embargo –basándose en los más de 15 millones de libras que Reino Unido había reclamado y recibido por la independencia de Estados Unidos– exigió al país norteamericano el pago de las deudas que había contraído, es decir, el coste de esa misma guerra. Pero en esta ocasión Estados Unidos se negó a pagar, acogiéndose al principio jurídico de la deuda odiosa, por el cual la deuda externa de un gobierno contraída y utilizada contra los intereses de los ciudadanos del país, no tiene por qué ser pagada. Un ejemplo claro serían las deudas contraídas durante una dictadura, pero también bajo gobiernos democráticos que han endeudado a su país a espaldas de sus ciudadanos, sin su consentimiento y con fines de enriquecimiento personal.
Estados Unidos volvería a defender la misma teoría jurídica tras la invasión de Irak. El Secretario del Tesoro, John W. Snow, dijo públicamente que “ciertamente el pueblo de Irak no debe asumir las deudas contraídas durante el régimen de un dictador”. Cabe decir que de haber asumido esa deuda, los beneficios empresariales por la explotación del petróleo habrían caído en picado.
De acuerdo con este mismo principio, el gobierno griego podría aducir, y de hecho lo ha intentado sin buenos resultados, que gran parte de su deuda ha sido contraída por gobiernos ‘democráticos’ pero sin conocimiento por parte de su ciudadanía. Cabe insistir en que Grecia no es un país dominante, como Estados Unidos o Alemania, sino un país dominado, como España, que carece de poder para decidir las reglas del juego.
Gran parte de su deuda ha sido contraída por gobiernos ‘democráticos’ pero sin conocimiento por parte de su ciudadanía
Alemania, el deudor condonado
Alemania ha recibido históricamente un trato favorable en momentos de dificultad económica. La I Guerra Mundial y el consecuente Tratado de Versalles dejaron al país germano en una desastrosa situación económica,acarreando una deuda millonaria que posteriormente fue prácticamente ‘perdonada’gracias al Plan Young, la moratoria Hoover, las posteriores negociaciones de Lausanne y sí, también gracias a Hitler.
Pocos años después, la historia se volvió a repetir. Al finalizar la II Guerra Mundial Alemania quedó de nuevo sumida en una desastrosa situación económica y ‘milagrosamente’ resurgió gracias al Acuerdo de Londres de 1953, en el se condonaba gran parte de su deuda externa. Grecia y España fueron dos de los 25 acreedores que acordaron perdonar a Alemania, y a largo plazo son los grandes perdedores de este acuerdo, que se produjo en el contexto polarizado de la Guerra Fría, en el que Alemania jugaba un papel clave.
Hitler pidió un préstamo en nombre del país heleno que en 2012 fue re-valorado a la baja por parte del gobierno alemán
Para entender la deuda griega debemos remontarnos a la ocupación nazi que codujo al país heleno a la catástrofe económica. En plena II Guerra Mundial, Hitler pidió un préstamo en nombre del país heleno que en 2012 fue re-valorado a la baja por parte del gobierno alemán (7.000 millones de euros frente a los 11.000 calculados por Grecia). Pero además, Alemania nunca devolvió a Grecia, como enumera Eduardo Luque, “la tasa impuesta por Hitler por el privilegio de ser invadidos, el robo de las reservas de oro de los bancos griegos, nunca devueltas; las cosechas robadas para abastecer a la población y el ejército alemán, que mataron de hambre a 300.000 griegos”. Todo esto contribuyó a la bancarrota de la que todavía no ha salido. Sin embargo, hoy se exige que pague hasta el último céntimo de lo que puede considerarse una deuda históricamente injusta.
El Tratado de Maastricht reforzó la Europa dominada y la dominante. Syriza no propone una destrucción de Europa, sino la imprescindible reconstrucción social de un país al borde del colapso económico. España debería tomar nota, renunciar a la confortable posición del dominado y de defender los intereses sociales.
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