10 jul 2015

Industria textil: mirar la letra pequeña

La Coordinadora Estatal de Comercio Justo (CEJS) presentó el informe “Tira del hilo”, investigación que pretende aportar información sobre algo que la mayoría sabemos: que la mayor parte del dinero con el que pagamos la ropa de las grandes marcas termina en  manos de multinacionales, mientras las trabajadoras y trabajadores que tejieron esas prendas intentan sobrevivir con salarios indignos.
A partir de los años 70 comenzó un proceso de deslocalización industrial que le  permitió a grandes empresas multinacionales llevar su producción a sitios a donde los salarios son más bajos, las condiciones laborales, más precarias, y los sindicatos, más perseguidos. Como señala Eva Kreisler referente de la Campaña “Ropa Limpia”, mediante las cadenas de subcontratación las multinacionales deslocalizan la producción y también el riesgo; subcontratan responsabilidades. Producen bajo condiciones laborales deplorables y provocan grandes daños medioambientales lejos de sus países de origen.


Quizás no manejemos cifras exactas de la explotación que sufren miles de personas a causa de la industria textil pero sabemos de qué se trata. Algunas campañas se han centrado en aspectos concretos como los derechos laborales en el sector de bienes deportivos o en la erradicación del trabajo infantil. Sin embargo, los intentos por mejorar la realidad a veces no alcanzan: la deslocalización de la producción provoca que el sector de la moda busque los costos más bajos en países con leyes más permisivas y allí se trasladan. Ante este complejo panorama, las organizaciones sociales que trabajan por los derechos laborales sostienen que la única forma de avanzar sobre esta problemática global es imponer marcos jurídicos de carácter internacional y vinculante, que obliguen a las empresas a hacerse responsables de la producción que subcontratan sin importar el país a donde se asienten.
Además de la lucha por legislaciones adecuadas en el ámbito del mercado textil existen alternativas para aportar a revertir esta situación,  o al menos no contribuir a que se reproduzcan estos modelos de explotación propios del sistema capitalista. Entre otras, la alternativa del comercio justo  ha crecido y significa un gran paso de un largo recorrido por transitar.
La diferencia fundamental entre el Comercio justo y el tradicional  es el objetivo. El fin del comercio convencional es solo ganar dinero mientras que el Comercio Justo hace negocios para apoyar a las personas involucradas. En el Comercio Justo las personas son un fin, mientras que en el convencional los trabajadores son solo un medio para ganar dinero. A su vez el Comercio Justo es un modelo empresarial sostenible donde todos los actores de la cadena de valor, desde el cliente final hasta el productor, contribuyen a la sostenibilidad. Es la única red comercial en la que todos los intermediarios están dispuestos a reducir sus márgenes de ganancia para que le quede un mayor beneficio al productor. Las relaciones comerciales se basan en el trato directo y el respeto mutuo, con criterios no sólo económicos sino también sociales y ambientales.
El comercio Justo funciona en números países del mundo, y comercializa casi la totalidad de los productos que compramos en la vida cotidiana. Negarnos  a mantener una industria basada en la producción masiva y en la concentración de los beneficios económicos a costa de la explotación no es una tarea imposible. Existen otras vías para consumir de manera más consciente y todos podemos aportar a que la transformación no sea una utopía. Algo pequeño como la letra de la etiqueta de la ropa puede ser grande. Solo leerla y actuar en consecuencia puede iniciar cambios trascendentales.

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