Las fuentes de energías fósiles continúan superando de largo a las renovables en la producción de electricidad en Europa, a pesar de que la maquinaria marketiniana de empresas y gobiernos no deja de insistir en su determinación para luchar contra el cambio climático. Según los expertos, la descarbonización de la economía es la única vía para evitar que el calentamiento global alcance niveles críticos, pero el uso de energías convencionales no sólo no disminuyó en el viejo continente en 2015 —último año reseñado—, sino que aumentó un 1,5%, según Entsoe. ¿Hasta qué punto es real es cambio de paradigma en el modelo energético?
Sobre el papel, las intenciones son buenas: la Unión Europea está firmemente comprometida contra el cambio climático y en esa línea, el pasado noviembre, ratificó el Acuerdo de París por el que los firmantes se comprometen a mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los dos grados con respecto a niveles preindustriales; paralelamente, su Estrategia 2030 contempla reducir las emisiones domésticas de gases de efecto invernadero un 40%, mejorar la eficiencia energética un 27% y aumentar el peso de las renovables en su mix en el mismo porcentaje.
En la práctica, “se trata de compromisos insuficientes”, asegura Célia Gautier, responsable en Francia de políticas europeas de la Climate Global Network, una red que aglutina más de un millar de ONGs de 120 países. “Los objetivos actuales nos llevarán a un aumento de la temperatura global de tres grados, no de dos”, insiste Gautier, en línea con las conclusiones del último informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicado el pasado 3 de noviembre, un día antes de la entrada en vigor del Acuerdo de París.
A la Estrategia 2030 no solo le falta ambición, sino también realismo: en 2015, la práctica totalidad de los países europeos situaban el uso de carbón, petróleo y gas por encima del 30% para producir electricidad, llegando al 60% en casos como Italia e incluso a cerca del 90% en casos como Polonia, según la Red Europea de Gestores de Redes de Transporte de Electricidad (Entsoe). En su conjunto, el uso de energías convencionales en el continente aumentó un 1,5%.
Según Gautier, uno de los principales problemas es el excesivo poder de presión de las empresas de la industria energética sobre los Estados. A ello se suma la “invasión” por parte de los mayoristas de las energías fósiles del sector de las renovables. “Grupos como Shell, BP o Total, que desearían una transición más lenta, a lo largo de 100 o 200 años, se han hecho con la patronal del sector de las energías limpias, que es el que podría haber ejercido más presión” para lograr objetivos más ambiciosos, lamenta. E insiste en que Bruselas debe “dejar de hacer regalos a las empresas y aprobar un impuesto consistente al carbón y a la emisión de gases de efecto invernadero”.
El acuerdo negociado en la capital francesa durante la XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21), que debe entrar en vigor en 2020, es el más importante en materia climática desde el Protocolo de Kioto de 1997 y cimenta las bases de la transición energética global.
Pese a ello, “aún es pronto para saber si París ha supuesto un cambio de tendencia. Como idea genérica se puede decir que sí, algunas empresas invierten más en renovables”, explica Carlos García Paret, economista especializado en finanzas climáticas. “Pero la mayoría tienen importantes activos fósiles que quieren amortizar”.
Una transición desigual por países y compañías
El sector eléctrico, responsable del 25% de las emisiones mundiales de Gases de Efecto Invernadero (GEI), tiene un rol protagonista en la transición desde el carbón hacia las energías limpias. En Europa, las principales eléctricas parecen haber asumido el carpetazo al recurso más sucio, y compañías como E.ON, EDF o Iberdrola se pronuncian a favor de un impuesto “real” al dióxido de carbono; sin embargo, su relación con los combustibles fósiles sigue siendo, como poco, ambigua.
Buen ejemplo de ello es Alemania y su Energiewende, la ‘revolución energética’ con la que el gobierno germano quiere transformar el sector eléctrico del país. El Ejecutivo ha prometido cerrar todo su parque nuclear (17 reactores) para 2022 y la principal compañía alemana, E.ON, presume de ser una de las primeras empresas en deshacerse de las energías convencionales y apostar exclusivamente por las limpias. Claro que, para lograrlo, ha creado una nueva empresa, Uniper, que se quedará con la energía hidroeléctrica, el carbón y el gas, y de la que E.ON seguirá detentando el 46,65% de las acciones, aunque según fuentes de la compañía la intención sea venderlas. Así, la excusa para mantener una eléctrica centrada sólo en energía convencional es la seguridad: “¿Sin viento? ¿Sin sol? No hay problema, nosotros nos aseguramos de que siempre tengas luz y calefacción”, reza su eslogan.
El caso de Francia es particular en el esquema europeo. Es de los menores emisores de CO2, pero solo porque se apoya abrumadoramente en la energía nuclear. En agosto de 2015, el gobierno galo aprobó una ley de transición energética para reducir la dependencia de las nucleares y de los combustibles fósiles y aumentar el uso de las renovables. Pero pese a la declaración de intenciones, la realidad es que el año pasado las energías limpias no llegaron ni a un cuarto de la producción eléctrica del país frente al 80% de la nuclear. EDF, la principal compañía eléctrica francesa, participada en un 85% por el gobierno galo y la mayor generadora de Europa, basa su producción en la energía nuclear (78 reactores en todo el mundo) y no parece tener ninguna intención de deshacerse de sus centrales.
El caso español es flagrante: el Gobierno de Mariano Rajoy va orgullosamente a contracorriente y su ejecutivo no solo no va a planear un calendario de cierre de plantas de carbón, como sí han hecho otros países de la UE, sino que ha blindado las ayudas al carbón hasta 2018, siendo uno de los países que más ayudas ha dado a este sector. Por el contrario ha recortado las subvenciones a las renovables e implantado un impuesto al autoconsumo.
La estrategia de la principal compañía eléctrica del país es, en principio, opuesta a la del gobierno: “Nos llamaban`los de los molinillos”, ironiza un portavoz de Iberdrola, que saca pecho por la apuesta de su compañía por la energía eólica desde hace ya muchos años. Y es cierto que la española es una de las empresas europeas, junto a EDP en Portugal, con mayor peso de las energías limpias en su producción. Sin embargo, el gas aún es, con mucho, la fuente de energía que lidera su producción eléctrica (34% con ciclos combinados de gas y alrededor de 5% de cogeneración), según datos facilitados por la propia compañía, y en su mix energético en torno a un 48% proviene de combustibles fósiles.
En el resto de Europa los buenos propósitos se quedan en papel mojado: la italiana Enel, propietaria de Endesa, asegura que logrará una huella neutra de carbono para 2050 (compensando las emisiones de C02 con iniciativas como la plantación de árboles), pero más del 50% de su mix de producción sigue proviniendo de fuentes sucias; la eléctrica pública sueca Vattenfall ha renunciado a continuar explotando las minas de carbón que posee, entre las diez más contaminantes de Europa… pero no tiene reparos en venderlas para que otros lo hagan por ella; y otras, como EPH (República Checa), ni siquiera fingen preocuparse por el cambio climático y se enorgullecen de “ocupar un importante lugar en la extracción de lignito –carbón-” además de operar el gasoducto más grande de la Unión Europea.
Una transición a todo gas
Mientras, de cara a la galería, Bruselas apuesta por la promoción de los combustibles limpios, un recurso que no forma parte del club de las renovables se está colando como “energía de transición”: el gas.
La demanda de este combustible en la Unión Europea ha caído un 23% desde 2010, según EG3, panel de expertos en diplomacia climática, y sin embargo, en su último ‘Paquete de Invierno’ la Comisión apostó por el desarrollo de nuevas infraestructuras gasistas en el continente. Luis González, del área de Energía de Ecologistas en Acción, achaca este movimiento al intento de la UE de independizarse parcialmente del gas ruso y, en menor medida, del argelino, mediante la explotación de sus propias reservas.
Pero esas inversiones podrían “hacer que las prioridades políticas y financieras comunitarias se alejen de las energías renovables y la eficiencia energética”, advierte Amigos de la Tierra en un informe que critica que “las políticas en materia de gas parecen no estar motivadas por la demanda sino por los intereses del sector”.
En este sentido, la patronal española del gas (Sedigas) se felicitaba por el refuerzo del papel este recurso en los planes de Bruselas y veía en los acuerdos de París una “oportunidad”. En una tribuna para EFEVerde, su presidente y directivo de Gas Natural Fenosa, Antonio Peris, señalaba que “el gas contribuye de manera determinante a satisfacer los retos climáticos existentes”. La Climate Action Network ve claro que “en Europa se ha puesto en marcha una vasta operación por parte de la industria para hacer pasar el gas por una energía limpia”.
Países como Reino Unido han dado máxima prioridad a este recurso con su apuesta decidida por el fracking (extracción de gas mediante fractura hidráulica) hasta el punto de que el Gobierno elabora guías en las que da respuesta a preguntas como “¿Por qué necesitamos gas?”, lo que ha llevado a que se organicen movimientos sociales en contra como Frack Off. Otros diez países de la UE, entre ellos Alemania, Holanda y España, también apuestan por emplear esta técnica. El secretario de Estado de Medio Ambiente español, Pablo Saavedra, aseguraba recientemente que “el gas es el combustible fósil menos contaminante (...) lo que lo convierte en la evolución natural del carbón y el petróleo en esta transición hacia modelos de descarbonización”.
Pero los expertos lanzan su jarro de agua fría: “Hay múltiples razones para preferir el gas natural al carbón, pero el cambio climático no es una de ellas”, afirmaba el físico Nathan Myhrvold, director de un nuevo estudio, publicado en la revista científica Environmental Research Letters, que asegura que si se reemplazaran todas las centrales eléctricas de carbón por gas natural, la reducción del calentamiento global durante este siglo sería mínima.
El profesor Cameron Hepburn, especialista en economía del medio ambiente de la Universidad de Oxford, explicaba que el gran plan del gas “está muerto” si no se mejora el sistema de Almacenamiento de Captura de Carbono (CCS, por sus siglas en inglés), que consiste en atrapar el dióxido de carbono de las plantas térmicas para evitar que llegue a la atmósfera.
Al final, tal y como asegura Hepburn, “los gobiernos siempre han preferido garantizar el abastecimiento y abaratar el coste por encima de las consideraciones ambientales”, indica a este medio Hepburn. Para lograr una transición efectiva, “la clave está en que se debe evitar la construcción de nuevas infraestructuras de recursos fósiles y no usar más (las existentes) a partir de 2050”, algo que a la vista de los acontecimientos, no está ocurriendo.
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