Steve Bannon, el jefe de estrategia del presidente estadounidense, Donald Trump, se ha posicionado en sus primeros días en la Casa Blanca como el cerebro de un plan político agresivo destinado, según sus palabras, a acabar con el "orden" establecido y poner el sistema patas arriba.
Donald Trump hablando por teléfono con líderes internacionales, ante un desorden de documentos y periódicos en el escritorio del Despacho Oval, y Bannon perdido en sus pensamientos frente a él: es una foto que han divulgado los medios y que retrata bien los primeros días de la convulsa Presidencia del magnate neoyorquino.
El que fuera su jefe de campaña es ahora el más cercano consejero del mandatario estadounidense y, para sorpresa de analistas y ex altos funcionarios, también tendrá un asiento permanente en el Consejo de Seguridad Nacional, el órgano que aconseja sobre asuntos de guerra y paz, tradicionalmente reservado a la cúpula militar, de inteligencia, diplomática o científica.
"Es escandaloso que Bannon, un supremacista blanco, sea un miembro permanente del Consejo de Seguridad Nacional (NSC, en sus siglas en inglés) y se descarte al jefe del Estado Mayor Conjunto y al director nacional de Inteligencia (dos puestos que solían ser estables)", indicó este jueves la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
A Bannon le gusta definirse ante la prensa como el "Darth Vader" (el famoso villano de la saga "Star Wars") de la política estadounidense.
El estratega jefe también ha sido llamado por el diario "The New York Times" como "el presidente de facto" o por la revista "Time" el "gran manipulador" por su omnipresencia en las decisiones más atrevidas del Ejecutivo.
A sus 63 años, la mano derecha de Trump tiene una dilatada y variada vida profesional: de oficial de la Marina pasó a trabajar en finanzas con Goldman Sachs; posteriormente fue inversor audiovisual y, finalmente, en 2012, fue nombrado presidente de Breibart News, un conglomerado digital convertido en altavoz del nacionalismo y la alt-right (nueva ultraderecha) estadounidense.
En los últimos años, Bannon se ha movido desde las periferias del populismo nacionalista y de las pequeñas conferencias en hoteles de poca monta hasta el centro de la vida política mundial, insuflando vida al candidato Trump a los mandos de su campaña, que centró en mensajes aislacionistas, proteccionistas y que apelaban a los más básicos instintos de las masas descontentas.
La marca de Bannon ha quedado patente en el tono populista del discurso de investidura de Trump y en los decretos para acelerar la construcción de un muro en la frontera con México o para suspender el programa de refugiados y la emisión de visados a personas de siete países de mayoría musulmana.
Pese a la alarma desatada por estas primeras medidas, Bannon ha declarado durante años su predisposición a sabotear el sistema llevándolo al límite y hace poco ha conminado a la prensa a "mantener la boca cerrada", declarándola el mayor enemigo político de la Administración al calificarla de "partido de la oposición".
Bannon ha dicho en el pasado que el "caos" y la "oscuridad" son algo deseable y esta semana aseguró al diario "The Washington Post" que a lo que el mundo está asistiendo es al "nacimiento de un nuevo orden político".
Ruth Ben-Ghiat, profesora de historia de la Universidad de Nueva York, afirmaba este miércoles en una columna de opinión que lo que Trump y Bannon están orquestando tiene todas las características de un "golpe de Estado" en el que el "shock y la confusión" dejan fuera de juego a las fuerzas políticas tradicionales.
Ben-Ghiat argumenta que el guión del "golpe" pasa por la creación de un hermético grupo de leales que decidan asuntos saltándose procesos de toma de decisiones tradicionales (como demuestra la caótica y secreta puesta en marcha del veto a los refugiados de la semana pasada) y purgas internas que desarticulen el papel de control de otros poderes del Estado.
En el medio de la confusión, Trump y Bannon siguen ejecutando una especie de truco de magia que ha monopolizado el discurso mediático, ha descolocado a empresarios, políticos y gobiernos extranjeros y busca mantener al mandatario al frente de una revolución política hasta 2024 (fin de un hipotético segundo y último mandato).
Para entonces, el mundo sabrá si el mantra del opaco jefe de estrategia era, como dijo en 2013, "acabar con el Estado (...), que todo se venga abajo".
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