16 jul 2018

Malnutrición y clase, cuando comer mal es lo más barato

…el desequilibrio entre ricos y pobres es la enfermedad más antigua y más grave de todas las repúblicas. – Plutarco (46-120 DC)

Es bastante conocida la relación entre el riesgo de enfermar y la falta de recursos económicos. Sabemos que incluso hay una diferencia en la esperanza de vida dependiendo del barrio en el que se resida y una de las principales causas de esta terrible relación proviene de la alimentación. De hecho, según la prestigiosa publicación The Lancet,las principales causas de muerte en el mundo durante 2016 fueron el tabaco y la mala alimentación.

En España, más de la mitad de la población adulta tiene sobrepeso, incluido obesidad, concluye el Estudio Nutricional de la Población Española (ENPE). Por otro lado, el 41,3% de niños y niñas presenta sobrepeso (23,2%) u obesidad (18,1%), casi uno de cada dos, según el estudio Aladino del Ministerio de Sanidad. Seguimos por encima de la media de los países de la OCDE y sufriendo las consecuencias en la salud pública y en el gasto sanitario.

Entre las enfermedades derivadas de los malos hábitos alimentarios encontramos diabetes tipo 2, obesidad, hipertensión, enfermedades cardiovasculares o algunos tipos de cáncer. Por primera vez, tenemos casos de diabetes tipo 2 diagnosticado en niños, una enfermedad típica en población adulta. Esta situación convive con los bancos de alimentos, que en 2015 atendieron a casi 1,6 millones de personas. El hambre es una realidad que va más allá de una crítica interesada al gobierno. Además, el derecho a una alimentación adecuada sigue sin estar recogido como un derecho fundamental en la Constitución.

Tenemos una de las tasas más altas de pobreza infantil en Europa, solo superados por Rumanía y Grecia. Uno de cada tres niños vive en riesgo de pobreza o exclusión y aproximadamente 2,5 millones ya viven en esa situación (UNICEF).  Los grandes recortes en prestaciones sociales y educación de los últimos años no ayudan precisamente a mejorar esta situación.

No afecta a todo el mundo por igual
Varios informes y estudios arrojan datos similares sobre la desigualdad alimentaria. El sobrepeso, por ejemplo, afecta a todas las clases sociales pero de forma notablemente más acusada en las clases más humildes.

El Informe sobre la malnutrición infantil del Ayuntamiento Madrid, en colaboración con la Asociación Española de Pediatría, concluye que la calidad de la dieta fue peor entre los niños y niñas cuyos padres estaban desempleados o sufrían dificultades para llegar a final de mes. En concreto presentan menos consumo de pescado, verduras y hortalizas, mientras que el de refrescos y zumos industriales era demasiado alto. Especialistas en Pediatría opinaron que estos hábitos pueden estar favorecidos por la crisis económica.

En la misma línea, el reciente Estudio de la situación nutricional de la población infantil de la ciudad de Madrid indica que no había diferencias significativas por distrito entre los escolares que presentaban bajo peso, mientras que la obesidad y sobrepeso tenían mucha más incidencia en los distritos menos desarrollados (46,7% frente a un 34,7% en los distritos más desarrollados). También presentaban más sobrepeso y obesidad los alumnos que  iban al comedor escolar con beca. Los menores cuyos padres sufren algún tipo de dificultad para acceder a una alimentación adecuada por razones económicas tienen incrementado el riesgo de sobrepeso y obesidad en un 50%.

¿Por qué?
Los precios de los alimentos básicos saludables han aumentado sin parar en los últimos años mientras bajan a la mitad los de los productos comestibles ultraprocesados. Tienen en común que son muy sabrosos y con una apariencia y textura agradable, lo que les convierte en muy tentadores, sobre todo cuando el paladar se cría a gusto de estos productos, lo que también los convierte en un negocio muy rentable. Llevar una dieta saludable puede ser asequible y fácil de llevar a cabo, el problema es que comer mal es todavía más barato y ni siquiera hace falta cocinar ni planificar un mínimo.

La falta de acceso equitativo a un buen consejo dietético no permite escoger en igualdad de condiciones, lo que se agrava con un bolsillo ajustado. Vivimos en el único país de la UE sin nutricionistas en el sistema sanitario, pese a que se han convocado alguna plaza recientemente, es claramente insuficiente y sigue sin haber acceso en atención primaria.  Es decir, acudir a una consulta con el profesional que se forma en la Universidad pública desde hace años, es de pago, al no poder trabajar en la Sanidad de todos, pese a llevar años luchando por ello desde la profesión.

Soluciones 
Regular el IVA y el precio de los alimentos saludables, facilitando su acceso, a la vez que se  toman medidas fiscales con los que no lo son, reflejando así el distinto impacto que producen. Priorizar los productos frescos, de temporada y proximidad. Promocionar campañas y la visibilidad de las opciones más sanas.

Es necesario atajar la publicidad dirigida a niños en determinada franja horaria. En Inglaterra o México, con tasas de obesidad escandalosas, ya han prohibido totalmente la publicidad de comida basura en horario infantil. Nosotros tenemos la autorregulación publicitaria que ejerce la gran industria alimentaria o la colaboración de sociedades médicas y nutricionales con marcas de productos nada saludables.

Atenuar el entorno obesogénico actual, repleto de “tentaciones” y estímulos emocionales por todos lados, encaminados a un tipo de alimentación poco recomendable (trabajo, clase, supermercado, calle, vending, TV). Favorecer la movilidad en bicicleta puede ayudar también contra el sedentarismo. No culpar solo al individuo de su situación porque este contexto alimentario, los condicionantes socio-económicos o la mala información, entre otros, impiden elegir libremente el tipo de alimentación.

Revisar los criterios “saludables” en el etiquetado alimentario, la utilidad de algunos datos y facilitar la comprensión. Avanzar en la transparencia que merece la ciudadanía en algo tan importante y cotidiano. Introducir la educación alimentaria, basada en ciencia, tanto en escuelas como en los centros de trabajo, asociaciones vecinales o las AMPAS. A la vez, invertir más en prevención, actualmente no llegamos al 3% del gasto sanitario total.

En definitiva, políticas públicas y una regulación a la altura, poniendo siempre por encima la salud de todos a los intereses de alguna marca.  Con voluntad política y el empuje imprescindible de la sociedad civil, la alimentación sana y sostenible puede dejar de ser un privilegio.

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