Las elecciones andaluzas se han convertido en el prolegómeno de un nuevo tiempo político en España. La irrupción de VoX debería crear un debate renovador en la izquierda. Varios llevábamos ya durante un tiempo avisando de que el abandono de ciertas políticas de tradición socialista -nada que ver con el PSOE- era un error en un periodo histórico a nivel europeo y mundial en el cual la pertenencia sentimental a un grupo da votos. Y muchos.
Es algo para replantearse. ¿Por qué la izquierda abandona una entidad agregadora como es la clase obrera en favor de luchas identitarias? El feminismo (el de Judith Butler, no el de cuatro memos en Twitter) es necesario. La lucha ante el racismo es necesaria. La lucha por los derechos LGTB es necesaria. Pero cuando divides tus políticas y haces de estas luchas tu baluarte principal de cara a las elecciones, cuando pones luchas identitarias por delante de conceptos grupales como clase obrera o división capital – proletariado, estás dando alas a partidos que agregan a partir de conceptos tan vacuos como el de nación. Porque no puedes luchar contra conceptos agregadores -y reaccionarios- si tu política se basa en conceptos disgregadores. De primero de políticas.
Debemos hacer autocrítica. Pero autocrítica de verdad, no autocrítica de “los votantes son gilipollas” o “la culpa es de los medios”. Primero, porque al votante medio le da rematadamente igual el veganismo, decir ‘todes’ en lugar de ‘todos’ o los derechos de los trans -sintiéndolo mucho por los trans y sin restar importancia a su lucha-. Al votante medio le importa saber si va a llenar su nevera a fin de mes y no el último meme que haya subido un concursante de Operación Triunfo. La izquierda está demasiado pegada a las redes y demasiado poco a la calle. Y en cuanto abandonas la calle, en cuanto dejas de dar solución a problemas rematadamente complicados por tu miedo a mojarte, ese hueco lo ocupa la extrema derecha, dando respuestas fáciles a problemáticas que no lo son. Pero la gente quiere eso, respuestas. Aunque sean erróneas.
Sobre los medios no quiero excederme mucho. Cualquier persona que se diga de izquierdas y se moleste porque los medios le hacen el juego a la extrema derecha no ha prestado suficiente atención. Pedirles a medios controlados por capital privado que sean responsables con la información es ser demasiado inocente. La libertad de prensa es la que marca el dueño de la imprenta. Y esto lleva siendo así desde que existen imprentas.
Tampoco ha ayudado la manía que tenemos de definir como fascista a cualquier tipo de derecha. Decía Angela Davis en su Autobiografía que regañaba a sus compañeros del partido de los Panteras Negras cuando hablaban de Estados Unidos como un país dictatorial, siendo evidente que no lo era. “Un análisis erróneo de la realidad trae soluciones erróneas a la misma”, afirmaba Davis.
Eso es lo que ha pasado con el análisis del llamado régimen del 78. No vivimos en una dictadura, vivimos en una democracia burguesa con remanentes franquistas -en sus mecanismos represivos, sobre todo- por la coyuntura sociopolítica que atravesó España hace 40 años. Llamar dictadura a una democracia burguesa no aguanta ningún tipo de análisis político serio. Llamar fascistas a PP y Ciudadanos (que sí, quizás cuentan con elementos fascistas en sus filas, pese a que sus políticas no lo sean) resta credibilidad al término. Y cuando vienen los fascistas de verdad, la gente no se sorprende porque les definas como fascistas. Porque ya has llamado así a toda corriente de derechas, desde la neoliberal (no, el neoliberalismo no es fascismo) hasta la conservadora (no, ser conservador no implica ser fascista).
Ese análisis erróneo de la realidad viene propiciado por una falta de base ideológica preocupante. Se han abandonado posiciones marxistas/obreras perfectamente válidas para dar cabida a tonterías posmodernistas que no interesan a nadie. PODEMOS vivió su expectativa de voto más alta tras las elecciones europeas, cuando defendían la nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos y este era el eje central de su discurso. Tras ello, vivió una etapa de moderación y de acercamiento a posiciones progresistas y sin ninguna incidencia en el día a día de la gente de a pie. Y empezó a caer. El error de Izquierda Unida fue acercarse a ellos. Les han convertido en un cadáver político incluso si abandonan la confluencia. Están perfumados con posmodernismo inútil.
Toca tiempo de reagruparse, de recuperar ciertas teorías perfectamente válidas y extrapolables a la realidad del siglo XXI que se abandonaron para satisfacer a tres tuiteros que no representan a la población. La irrupción de la extrema derecha plantea un importante problema a la izquierda, que debe ser valiente y recuperar elementos ideológicos que nunca debió perder. Debemos formar vanguardia. Y sí, aún estamos a tiempo. A trabajar.
Es algo para replantearse. ¿Por qué la izquierda abandona una entidad agregadora como es la clase obrera en favor de luchas identitarias? El feminismo (el de Judith Butler, no el de cuatro memos en Twitter) es necesario. La lucha ante el racismo es necesaria. La lucha por los derechos LGTB es necesaria. Pero cuando divides tus políticas y haces de estas luchas tu baluarte principal de cara a las elecciones, cuando pones luchas identitarias por delante de conceptos grupales como clase obrera o división capital – proletariado, estás dando alas a partidos que agregan a partir de conceptos tan vacuos como el de nación. Porque no puedes luchar contra conceptos agregadores -y reaccionarios- si tu política se basa en conceptos disgregadores. De primero de políticas.
Debemos hacer autocrítica. Pero autocrítica de verdad, no autocrítica de “los votantes son gilipollas” o “la culpa es de los medios”. Primero, porque al votante medio le da rematadamente igual el veganismo, decir ‘todes’ en lugar de ‘todos’ o los derechos de los trans -sintiéndolo mucho por los trans y sin restar importancia a su lucha-. Al votante medio le importa saber si va a llenar su nevera a fin de mes y no el último meme que haya subido un concursante de Operación Triunfo. La izquierda está demasiado pegada a las redes y demasiado poco a la calle. Y en cuanto abandonas la calle, en cuanto dejas de dar solución a problemas rematadamente complicados por tu miedo a mojarte, ese hueco lo ocupa la extrema derecha, dando respuestas fáciles a problemáticas que no lo son. Pero la gente quiere eso, respuestas. Aunque sean erróneas.
Sobre los medios no quiero excederme mucho. Cualquier persona que se diga de izquierdas y se moleste porque los medios le hacen el juego a la extrema derecha no ha prestado suficiente atención. Pedirles a medios controlados por capital privado que sean responsables con la información es ser demasiado inocente. La libertad de prensa es la que marca el dueño de la imprenta. Y esto lleva siendo así desde que existen imprentas.
Tampoco ha ayudado la manía que tenemos de definir como fascista a cualquier tipo de derecha. Decía Angela Davis en su Autobiografía que regañaba a sus compañeros del partido de los Panteras Negras cuando hablaban de Estados Unidos como un país dictatorial, siendo evidente que no lo era. “Un análisis erróneo de la realidad trae soluciones erróneas a la misma”, afirmaba Davis.
Eso es lo que ha pasado con el análisis del llamado régimen del 78. No vivimos en una dictadura, vivimos en una democracia burguesa con remanentes franquistas -en sus mecanismos represivos, sobre todo- por la coyuntura sociopolítica que atravesó España hace 40 años. Llamar dictadura a una democracia burguesa no aguanta ningún tipo de análisis político serio. Llamar fascistas a PP y Ciudadanos (que sí, quizás cuentan con elementos fascistas en sus filas, pese a que sus políticas no lo sean) resta credibilidad al término. Y cuando vienen los fascistas de verdad, la gente no se sorprende porque les definas como fascistas. Porque ya has llamado así a toda corriente de derechas, desde la neoliberal (no, el neoliberalismo no es fascismo) hasta la conservadora (no, ser conservador no implica ser fascista).
Ese análisis erróneo de la realidad viene propiciado por una falta de base ideológica preocupante. Se han abandonado posiciones marxistas/obreras perfectamente válidas para dar cabida a tonterías posmodernistas que no interesan a nadie. PODEMOS vivió su expectativa de voto más alta tras las elecciones europeas, cuando defendían la nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos y este era el eje central de su discurso. Tras ello, vivió una etapa de moderación y de acercamiento a posiciones progresistas y sin ninguna incidencia en el día a día de la gente de a pie. Y empezó a caer. El error de Izquierda Unida fue acercarse a ellos. Les han convertido en un cadáver político incluso si abandonan la confluencia. Están perfumados con posmodernismo inútil.
Toca tiempo de reagruparse, de recuperar ciertas teorías perfectamente válidas y extrapolables a la realidad del siglo XXI que se abandonaron para satisfacer a tres tuiteros que no representan a la población. La irrupción de la extrema derecha plantea un importante problema a la izquierda, que debe ser valiente y recuperar elementos ideológicos que nunca debió perder. Debemos formar vanguardia. Y sí, aún estamos a tiempo. A trabajar.
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