En el corazón de Jerusalén, donde la religiosidad se tiñe de un misticismo secular, se alza una voz disidente entre los pasillos de Mea Shearim: Neturei Karta, defensores de una fe pura, inmaculada por las políticas expansionistas de Israel. Este grupo ultraortodoxo judío, portador de una herencia espiritual que se remonta a los albores de su tradición, no sólo cuestiona la legitimidad del Estado de Israel, sino que también lo considera un cáncer en el seno del judaísmo mundial. Encabezados por el rabino Meir Hirsh, el movimiento despliega banderas de luto en señal de protesta por lo que consideran una abominación: la creación del Estado de Israel en 1948.
Rodeado de textos sagrados y bajo el símbolo de la resistencia palestina, Hirsh articula un discurso de repudio a lo que califica de sionismo asesino y sediento de sangre. Con la serenidad de los profetas, predice la inevitable caída de lo que percibe como una entidad ilegítima y afirma, con certeza bíblica, la incompatibilidad entre el sionismo y el verdadero judaísmo. A los ojos de este movimiento, el gobierno israelí no es más que un régimen autoritario que, en nombre de un ultranacionalismo religioso distorsionado, oprime a sus vecinos y mancilla la esencia misma del pueblo judío.
Los adeptos de Neturei Karta, aunque en minoría, ejercen su activismo globalmente, con presencia incluso en los recintos del poder político palestino. Rechazan la ayuda estatal y viven al margen de las subvenciones, manteniendo su integridad mediante apoyos internacionales. Condenan los crímenes cometidos en su nombre y enarbolan la justicia teológica frente a la tiranía.
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