Los fachas, los tibios, los que se encogen de hombros incluso cuando su propia casa se derrumba deben estar aterrados porque las ciudades hablan.
Porque van desengrasándose las gargantas a pesar del miedo y de las incertidumbre y de llevar tanta pobreza a rastras y tanta mala leche y tanto fascista adueñándose de las calles.
A pesar de las ostias y de las leyes a medida.
A pesar del inmovilismo, de la intoxicación, de querer convertir la salud y las ideas, la riqueza y la justica en un impuesto terrorista.
Las ciudades hablan, hablan las universidades, las fábricas, las escuelas, los discapacitados, las mujeres, los desempleados, los desahuciados, hablan los presos, los campesinos, los padres, los hijos, los ancianos.
Hablan los estafados, los pescadores, los investigadores, los obreros, los endeudados, a veces, hasta los poetas hablamos.
Hablan los detenidos, los jóvenes, los enfermos.
Hablan los que se quedaron sin porvenir.
Hablan los que se quedaron con las manos vacías.
Hablan los campos, las fábricas, los ríos.
Hablan las banderas, las fronteras.
Hablan los muertos.
Las fosas, hablan.
Habla la memoria.
Se abre paso la voz, como recién parida.
Ahí está, en los pueblos y ciudades.
Que sea bienvenida.
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