28 mar 2015

El periodismo insensible en el accidente de Germanwings

Informar minuto a minuto de una catástrofe o accidente tiene el grave riesgo de publicar o difundir informaciones que afecten gravemente a personas anónimas. La carrera por dar los primeros la última noticia nos impide, en muchas ocasiones, tomarnos el tiempo necesario para considerar, si más allá de poder dar la información, debemos hacerlo. Aquí va un ejemplo:
Habían pasado apenas ocho horas del accidente de Germanwings, en los Alpes franceses, que había acabado con la vida de 150 personas. Las autoridades francesas ya habían declarado que no había supervivientes en la zona. De repente apareció la noticia de que podía haber un superviviente. Algunos medios recogieron una información de una web local francesa en la que se hablaba de un cuerpo que se movía.
El Periódico de Cataluña recogía así la noticia de la existencia del posible superviviente en su seguimiento en directo del suceso: “16.13. Un medio local asegura que durante un sobrevuelo de la zona del siniestro se ha visto a un superviviente. No obstante, es una información no confirmada”. A pesar de ser una información no confirmada, que todavía se mantiene en su web y en su perfil de twitter, el diario no se paró a pensar de la conveniencia de difundir una información que podría dar esperanzas a las familias que habían perdido a sus seres queridos de que ese posible superviviente sin confirmar fuera su hijo, madre, novia o abuelo. Fue sólo un breve, un tuit, una línea entre el maremagnum de información que se facilitó ese día, pero una frase que de haber sido vista por algún familiar, éste podría haber albergado una vana esperanza de encontrar con vida a lo que más querían en este mundo. La noticia, lamentablemente, resultó ser falsa. Incluso el alcalde de Seyne Les Alpes, Francis Hermitte, declaró a la CNN que la información que había dado un periódico español sobre la posible existencia de un cuerpo moviéndose era completamente falsa.
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La falta de sensibilidad a la hora de tratar este tipo de sucesos no es exclusivo de nuestro país, ni siquiera de nuestro tiempo, es algo consustancial al periodismo y al ser humano. Hay ineptos, individuos sin escrúpulos y con una nula concepción de la ética periodística y humana. Es por esto que nada cambiará, todo seguirá igual cuando un suceso luctuoso que conmocione a la sociedad vuelva a ocurrir. Mientras haya accidentes y catástrofes habrá medios y periodistas que se equivoquen y que se salten los códigos deontológicos y humanitarios.
Todos estas cuestiones morales y éticas de la profesión sólo nos conmueven cuando el suceso se produce en nuestro entorno social o cultural. Nunca nos planteamos si es ético o conveniente sacar a una madre doliente en Yemen que acaba de perder a sus hijos, o a un niño desmembrado en un bombardeo en Gaza. Sin embargo, vemos indecente esperar con las cámaras en fila, preparadas, para captar el dolor de los familiares que acudían al aeropuerto de El Prat a conocer el terrible destino que habían sufrido sus seres queridos. Son multitud de matices y visiones las que se dan en estas circunstancias para valorar lo adecuado de mostrar el dolor o no hacerlo, y todas tienen su parte de razón.
No hay manuales absolutos para saber cómo uno debe acercarse a un familiar doliente porque cada uno vive el sufrimiento de una manera y cualquier forma de aproximarse a su dolor puede ser aceptada de un modo diferente por cada persona. Pero el periodista siempre tiene que tener en su proceder dos palabras presentes: sensibilidad y empatía. En una tragedia aérea de este calibre donde mueren 150 personas, los medios de comunicación siempre buscan la historia humana. Quiénes eran los fallecidos, cómo eran, dónde viajaban y cuál era su vida. Se publican en cuanto se conocen los nombres sin valorar si las familias quieren que todo eso se cuente. Se olvida uno de los preceptos fundamentales a la hora de narrar este tipo de sucesos: pedir permiso a las familias. Puede que ellos quieran que se narre la historia de su familiar, que no sea un nombre más que se pierda entre los 150 fallecidos de la tragedia. Por eso hay que pedir permiso, hay que acercarse a las familias con delicadeza y preguntar si quieren manifestar su duelo, puede que lo agradezcan, que deseen que eso ocurra. Según el Victims and Media Center de la Michigan School of Journalism, el periodista tiene que transmitir a las familias a las que se aborda en un suceso de este tipo que tienen el control absoluto de lo que se va a publicar o emitir. Eso no se consigue grabando desde el primer minuto o con una libreta abierta en la mano. Grabar a la carrera, cámara en mano, el dolor de un familiar sin haberle pedido permiso no es una manera ética de cubrir una información de este tipo.
La ética suele ser la gran damnificada a la hora de informar sobre tragedias y acercarse a las familias para que faciliten datos sobre los fallecidos. Para valorar la importancia de que esté siempre presente en la mente de un periodista es preciso conocer el proceder de otros y comprobar el horror al que otros compañeros de profesión llegaron en su momento para poder contar una historia. David Randall en su libro El periodista Universal, narra la historia de un editor local de Los Angeles Examiner, Jim Richardson, que dio órdenes a un periodista de su periódico, Wayne Sutton, para que consiguiera información de la víctima de un asesinato llamando a su madre, así consiguió la información que precisaba:
“’No le cuentes lo que ha pasado’, le ordenó. ‘Dile que su hija acaba de ganar un concurso de belleza en Camp Roberts. Luego sácale toda la información que puedas sobre ella’. Sutton hizo lo que le habían ordenado y la madre le confió encantada la historia de la vida de su hija. Entonces Sutton tapó el micrófono del teléfono con la mano. ‘¿Y ahora qué hago?’, preguntó. Richardson le dirigió una mirada aviesa. ‘Ahora vas y se lo dices’, farfulló”.

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