Los nostálgicos del franquismo -o del 'contra Franco vivíamos mejor'- se parecen a los forofos más radicales de la tauromaquia. Ambos se vuelven mundos autistas, retroalimentados por conativas falacias. Así todo evento se circunscribe al objeto de las fantasías. Los de 'la vida es como un toro' y los de 'esto con Franco no pasaba', terminan por entregarse a sus delirios obsesivos. Todos los males de la sociedad creen solucionarlos con el estoque de un autócrata en la suerte suprema, y su ídolo uniformado de luces en la plaza se adorna sin perder la firmeza de un dictador. En su burbuja represora todo para ellos pita... menos intentar dotarnos de una democracia digna de tal nombre.
Los psicólogos han estudiado el fenómeno. Al llegar a una provecta edad se vuelven más frescos recuerdos de infancia, de la primera juventud, y los cercanos en el tiempo se difuminan. En el socialgeriátrico del españolismo profundo, a los niños de la posguerra la orgánica democracia que comandaron los tecnócratas escrivarianos en el 78, supuso una concesión inaceptable. En su visión de siervos o de analfabetos funcionales, su ínsula barataria idílica se conformaba en los días eternizados del calendario confesional-agrícola zaragozano. Ese paterfamilias embrutecido por la miseria de los perdedores de la guerra, en inevitable trance de asumir por fuerza su esclavitud para sobrevivir, o los otros envilecidos por la soberbia tiránica del bando golpista; pero al final tras los exterminios o el exilio todos 'hermanados' en el totalitarismo redentor, en la Pax de Cuelgamuros ('valle de los caídos').
Esas apolilladas capas sociales abducidas por una visión totalitaria del Estado ya reflejada por Max Aub en 'La gallina ciega', resentidas y autodestructivas a golpes de catecismo preconciliar, se creen sus propios desvaríos. Por mal que nos vaya, todo se ha de arreglar con un mesías de uniforme, o en su defecto un sátrapa consagrado por la Iglesia. Es en ese mefítico tremedal, desenvolviéndose en su hábitat con la habilidad de las anacondas, donde las baronías del bipartidismo alcanzan su clímax.
El problema reside en que tanto arbitrario poder, sin alternativa posible, aburre hasta la extenuación. Por ello necesitan que algunos políticos noveles se crean 'oposición'. Y sus media heredados del antiguo régimen, actualizada su decrepitud con polvo de zombis o merced a sus encuestadores mercenarios, les harán figurarse 'primeros en intención de voto' o 'sorpasso-stars'. Hay que jugar con los muchachos, como con el toro de lidia, hundirles la moral humillándoles una y otra vez. Que se note quiénes mandan con la fiscalía 'afinada', impunes las obscenas corruptelas, por encima del bien y del mal con patente de corso vaticana. Ya marcó la pauta aquel viejo escándalo Matesa, en plena dictadura. Los saqueos si los perpetran los camaradas se tornan veniales pecadillos a olvidar.
Mas nadie se confunda. El gran vencedor de estos últimos comicios ha sido una inquietante abstención, consciente y tenaz, con capacidad de deslegitimar a la propia Monarquía partidocrática. Saben que está 'democracia' orgánica no puede homologarse con las de los países avanzados. Partidos y sindicatos subvencionados por el Estado, sin la separación de poderes imprescindible, no pueden posar más que de hipócritas autoritarios, al haber privado a la sociedad civil de su inalienable derecho de control de la administración. Así por mucho que nos vendan en vano 'progreso' o el estado de beneficencia franquista remasterizado, no pueden suscitar entusiasmo alguno. Anulan con su opresión las potencias creativas de la sociedad, de ahí su decrepitud paralizante, estéril.
Por ello ante el resultado electoral, un PSOE otra vez con el peor resultado de su historia o Convergencia sin referéndum catalán, no se van a atrever a abstenerse para encumbrar al exjefe de Bárcenas, por el fundado temor de llevarse un irreversible batacazo en próximos comicios. Aunque la tentación poltronera se vuelva incontenible y se esté dotado con una falta de sentido del ridículo sin colmo. Vamos hacia el esperpento de unas terceras elecciones generales, no vaya a perderse la inveterada tradición rojigualda del 'Democrexit', es decir, validar cualquier apaño menos el que pase por una democracia verdadera.
Más la rabia del astado muge de dolor en la arena, espoleado por el punzante dolor de las banderillas y la pica. Y la alternativa no consiste en si morirá con calma en la faena o habrá de precipitarse la estocada final. ¿Y si el morlaco, llevado de su desesperación, salta al tendido? Entonces la añosa concurrencia descubre, con sus cansadas piernas, su incapacidad para correr. La propia antigua plaza se resquebraja. Desde la barrera el matador, junto al apoderado y sus subalternos, contemplan el rancio espectáculo del esperpento, irrisión del mundo entero.
Por favor, os lo suplicamos, no decaiga la afición. No dejad a alguien de menor rango que el cardenal Cañizares sin entonar un pasodoble. ¡Qué menos para que el respetable se sienta cincuenta o sesenta años más joven! Aunque como los reyes perdida la corona no puedan reconocerse muchos ya sin los cuernos.
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