Acaba de llegar al Parlamento Europeo, pero Florent Marcellesi (Equo) ya se ha topado con la firma del CETA, el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá que este eurodiputado llevaba tiempo denunciando. Este político y ecologista aterrizó en la Eurocámara el pasado 11 de octubre para sustituir a Jordi Sebastiá (Compromís), tal y como habían acordado para concurrir juntos en la lista de Primavera Europea. Mercellesi recibe a La Marea en Madrid antes de poner rumbo a Marrakech, donde se celebrará dentro de pocos días la Cumbre Climática COP22. Precisamente este viernes entran en vigor los acuerdos alcanzados hace ahora casi un año en la Cumbre de París, cuyo principal objetivo es que la temperatura del planeta no suba más de 2 grados antes de 2030. España no ha ratificado todavía el acuerdo formalmente.
¿Qué tal han sido sus primeros días en el Parlamento Europeo?
Muy intensos. He llegado justo en un momento político muy polémico en torno al CETA. Primero hicimos con los Verdes Europeos una cumbre social en Bruselas, con la participación de muchísimos cargos electos y miembros de la sociedad civil en contra de este tratado. La semana siguiente tuve mi primera intervención en el Pleno justo sobre el CETA, y justo unos días más tarde la UE y Canadá firmaban ese tratado. Fueron unos días muy interesantes y ya estamos planteando los próximos pasos a seguir porque dentro de muy poco vamos a tener que votar sí o no, sin enmiendas, al CETA.
Hace poco publicó un artículo en el que decía que después de las elecciones en Francia y Alemania es muy probable que se retoquen los tratados fundacionales de la UE. ¿Es optimista al respecto, teniendo en cuenta el contexto de creciente nacionalismo y crisis económica?
No soy ni pesimista ni optimista, soy voluntarista. Es decir, pienso que tenemos que plantear día a día la lucha si queremos ganarla dentro de dos años. Seguramente se van a abrir esos tratados, la caja de pandora. No sabemos hasta qué punto, pero sabemos que algo se va a mover. Si queremos que nuestras ideas estén en el centro de la batalla política y cultural, tenemos que aunar fuerzas a nivel europeo, por ejemplo con Varoufakis, con gente a nivel local y del sector social y político. No nos vale sólo con decir que no queremos esta Europa: tenemos que decir qué tipo de economía queremos, qué planeta queremos dejar a nuestros hijos, qué tipo de política industrial… Tenemos que ser mucho más profundos en la estrategia positiva.
A veces pensamos que luchar contra el cambio climático significa perder calidad de vida, renunciar a muchas comodidades… En su opinión, ¿qué oportunidades representa esta lucha para la humanidad?
Básicamente, la oportunidad de repensar el modelo de producción y consumo en el que vivimos. El cambio climático es un problema porque está afectando a los empleos, a los derechos, a nuestro bienestar hoy y mañana, pero también es una oportunidad porque nos dice que podemos cambiar a mejor. Por ejemplo, con empleos que en vez de destruir el medio ambiente y la dignidad de los trabajadores, sean dignos y respeten el planeta. Los empleos verdes, por ejemplo, que crean muchísimos más puestos de trabajo que los llamados empleos marrones. En España estamos hablando de dos millones de puestos de trabajo, y en el conjunto de Europa de 20 millones, tantos como desempleados hay en la Unión Europea.
¿Qué son los empleos marrones?
Son aquellos que son muy intensivos en energía, emisiones de CO2 y uso de agua y materia. Aquellos que lo que hacen es destruir valor social y ecológico en vez de construir un mundo mejor. Esos empleos claramente no nos valen en un mundo donde queremos al mismo tiempo justicia social y sostenibilidad, por eso necesitamos una gran transición ecológica en la economía y acompañar a los trabajadores de los sectores marrones hacia otros ámbitos laborales. Eso puede pasar, por ejemplo, con el carbón: nosotros no estamos en contra de los mineros, estamos en contra del carbón. A los mineros les proponemos una transición hacia otros sectores que sean pan para hoy y para mañana.
Volvamos al CETA. En su opinión, ¿cuáles son los grandes riesgos medioambientales y sociales de este tratado?
Tanto el CETA como el TTIP plantean problemas sociales, democráticos y ecológicos bastante parecidos. En lo social, podemos hablar de la destrucción de puestos de trabajo. El CETA significará una pérdida de 200.000 empleos en Europa; el TTIP, de 600.000. Después está el riesgo en lo democrático, que está en dar más poder a las multinacionales a través, por ejemplo, de los tribunales de arbitraje. Y en el ámbito ecológico hay varias cosas. Sería más fácil traer arenas bituminosas desde Canadá, que son mucho más contaminantes que los petróleos convencionales, que ya es decir. Al mismo tiempo, son tratados que van a aumentar de forma radical las emisiones de CO2. Por tanto, aquí debemos preguntarnos si podemos firmar el Acuerdo de París y, a la vez, ratificar otros tratados que van en el sentido contrario, como el CETA o el TTIP. Tenemos que ser coherentes en nuestras políticas.
Cuando piensa en un modelo económico diferente, ¿a qué tipo de modelo se refiere exactamente?
Primero, se trata de un horizonte donde tenemos empleos que valgan la pena desde el punto de vista social y ecológico. Segundo, es un modelo donde tenemos repartos de distribución de las riquezas, sean económicas, sociales, ecológicas, con reparto también del trabajo. Y al mismo tiempo es una sociedad donde hay democracia participativa, desde abajo, representativa, potente a nivel europeo.
El Acuerdo de París tuvo mucha publicidad y Francia es un anfitrión fuerte a nivel internacional. Sin embargo, a nivel de compromisos no tuvo tanta fuerza. ¿Cómo percibe los ánimos de cara a la COP22?
Podemos definir el acuerdo de París con tres palabras: fue al mismo tiempo un milagro, un desastre y una oportunidad. Milagro, porque es increíble que hayamos conseguido de forma unánime firmar un acuerdo que tenga una meta ambiciosa. Es un desastre porque las herramientas que están dentro del acuerdo no permiten alcanzar los objetivos. Y es una oportunidad porque si conseguimos seguir con la línea política y social que ha iniciado este tratado, podemos ver que la transición ecológica es imparable. Es el último punto el que más nos interesa de cara a Marrakech, porque hemos visto que en un año ha entrado en vigor lo acordado en París, lo cual también es un milagro. Teniendo en cuenta también la presión social y política que hay detrás, y la capacidad de no volver atrás en la transición, este acuerdo es una oportunidad. Va a depender siempre de la capacidad de movilización que tengamos a nivel social y político, porque únicamente se cumplirán las palabras si detrás hay gente a nivel local, regional, estatal y europeo que esté dispuesta a luchar por él.
Se celebran cumbres climáticas desde 1972, ¿qué tiene que pasar para que los gobiernos se pongan manos a la obra y se den cuenta de que el tiempo se acaba?
Que haya aún más empujón desde la sociedad, aunque desde Podemos se ponga mucho el foco en los gobiernos diciendo que no han ido demasiado lejos, algo que compartimos nosotros también porque como ecologistas nos habría gustado un acuerdo más potente. La Cumbre de París coincidió con época electoral en España, y ningún partido, salvo el nuestro, habló de cambio climático. Podemos achacar mucho la responsabilidad a los gobernantes, pero si ni siquiera somos capaces de poner el tema como prioridad, es complicado después decirle a los gobiernos lo que no hacen. Incluso podemos decir que en París, los gobiernos hicieron más de lo que hicimos nosotros en campaña electoral. Deberíamos pensar que quizás el problema no está sólo en los gobiernos, sino también en la forma de poner las prioridades políticas.
En París, con los atentados todavía recientes, hubo muchas limitaciones y represión contra la movilización social, que al fin y al cabo es una herramienta de presión. ¿Cree que en Marruecos también se limitará la movilización en las calles?
Es complicado ver lo que va a pasar porque a veces pensamos que los países que llamamos “desarrollados” es donde vamos a tener más libertad, y sucede al revés. Nunca sabemos cómo nos van a tratar, pero esperamos que en Marruecos nos dejen expresarnos tanto en el recinto oficial como fuera, donde estarán las movilizaciones sociales, porque es importantísimo. Tampoco tenemos mucha esperanza con el gobierno marroquí. Hay muchas temáticas que estamos siguiendo con ellos, como el nefasto acuerdo pesquero o su política colonial en el Sáhara Occidental… Espero que la voz de la ciudadanía se pueda oír porque es fundamental para conseguir un buen acuerdo.
Se acercan las elecciones en EEUU. Obama, que despertó esperanzas al principio entre muchos ecologistas, pronto abandonará la Casa Blanca. ¿Qué valoración hace de sus mandatos, y cómo ve el panorama con Hillary Clinton o Donald Trump en su puesto?
Tenemos una relación de amor-odio con Obama. De odio porque en muchas cosas no ha estado a la altura: a nivel de paz, de cambio climático… Y también de amor, porque ha hecho mucho más que otros presidentes de Estados Unidos, empezando por el Acuerdo de París, donde tuvo un papel muy importante para alcanzar un pacto a pesar de tener las manos atadas con el Senado y el Congreso en contra. Cuando vemos quién puede ser su sucesor, podemos decir que Obama es casi de lo mejor que ha tenido Estados Unidos como presidente. Trump dice que el Acuerdo de París es un peligro para los intereses comerciales y económicos de su país y que lo primero que hará si llega a la Casa Blanca será retirarse del mismo. Estamos en una situación paradójica, con Obama y su falta de ambición al frente del primer país emisor de CO2 del mundo, que va a parecer un ángel en comparación con lo que viene detrás.
Imagino que está al tanto de los protocolos contra la contaminación en Madrid. El Ayuntamiento se plantea limitar la circulación en el centro de la capital sólo a residentes. Sin embargo, a menudo estas propuestas finalmente no se llevan a cabo. ¿Hay miedo a dar pasos en este sentido?
Hay miedo al cambio, a mudar de costumbres, porque el sistema de transporte que tenemos en Madrid está basado en el coche individual. Este es un proceso a largo plazo en el que tenemos que educarnos de forma diferente sobre transporte y también poner a disposición más restricciones, que son necesarias a corto plazo, para después a medio plazo implantar un sistema de transporte basado primero en el peatón, y después en la bici y en el transporte público. Me consta que el equipo de Manuela Carmena, con apoyo de Equo, está en este camino. Es una cuestión de justicia con la gente trabajadora, que es la que tiene menos recursos, menos acceso a un medio ambiente de buena calidad. Y al mismo tiempo también es justicia con el planeta y las generaciones futuras porque tendremos un Madrid con menos contaminación.
¿Por qué en España, a diferencia de países como Francia, Dinamarca o Alemania, no hay un partido verde independiente y fuerte?
No estoy al 100% de acuerdo con ese diagnóstico porque con la aparición de Equo sí hemos dado un salto cualitativo importante. No vuelvo a las razones históricas de la debilidad del movimiento verde debido al franquismo, la transición democrática y la relación poco consistente con otros partidos de izquierda. Lo más importante es que ahora hay un partido que por fin ha llegado a las instituciones con más fuerza que nunca, con un diputado europeo, tres diputados en el Congreso, varios parlamentarios regionales y autonómicos y cien concejales a nivel estatal. Lo que tenemos que plantearnos ahora es cómo podemos dar un salto cualitativo más para conseguir llegar a esta gente que se considera ecologista, entre un 8% y un 10% en España, pero que no vota al partido ecologista. Tiene mucho que ver con la forma de entender y presentar la ecología como algo transversal que lo cambia todo: cambia las políticas económicas, las políticas de empleo, las sociales… Si somos capaces de transmitir la ecología como algo que va a ser el pilar del nuevo ciclo político, estoy seguro de que Equo no será ningún partido considerado pequeño, sino que será de primera línea.
Con Equo en el Congreso, ¿cuándo vamos a escuchar más voces ecologistas en el pleno?
Yo creo que ya están llegando. Ocurrió hace poco con las consultas con Felipe de Borbón. En las primeras celebradas en julio no estuvimos, pero en las segundas sí que hemos participado porque justamente hemos hecho esa reflexión de que se tiene que escuchar esa voz potente de la ecología política. Hemos dado un paso adelante importante y desde luego tenemos que pensar la ecología política como una fuerza que pueda hablar de igual a igual con el resto de socios de la confluencia.
Podemos ha ido moderando sus propuestas desde su nacimiento y finalmente apuesta por un reparto más equitativo de la riqueza, cambiar de modelo productivo… Pero siempre basándose en la idea de crecimiento económico, que entra en confrontación con los postulados ecologistas. ¿Cómo acomodan estos dos puntos de vista? ¿Existe ese debate?
Este es un debate entre algunos sectores de Podemos que apuestan por el crecimiento, otros que no lo hacen… Nosotros tenemos una visión muy clara: el crecimiento no es la solución, es un problema tanto a nivel social como ecológico. No compartimos con los compañeros de Unidos Podemos al 100% la matriz ideológica, lo cual es lógico porque si no seríamos el mismo partido, pero creo que hemos avanzado bastante. Y creo que la cuestión del crecimiento va a ser central en los próximos años porque Europa, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, se construye sobre el dogma del crecimiento, de la reconstrucción. El problema que tenemos ahora mismo, mas allá de cuestiones ideológicas, es que el crecimiento no va a volver, se ha terminado y tenemos que aprender a vivir sin él. El gran reto que tenemos como fuerzas progresistas transformadoras es ver qué tipo de políticas vamos a construir en la sociedad postcrecimiento. Si los partidos transformadores quieren aportar respuestas a la ciudadanía, tienen que tener respuestas en este marco. Creo que en ese sentido Equo y los verdes europeos vamos a aportar muchísimo.
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