Está presente en la ropa que vistes, el aire que respiras y la estrategia diplomática de cualquier nación, pero su fin es inminente e inevitable. El experto en energía Jorge Morales de Labra acaba de publicar Adiós, petróleo, una obra de lectura rápida y clara que recorre la historia del combustible fósil más adictivo para la humanidad y plantea varias reflexiones sobre un futuro próximo sin el llamado oro negro.
La energía como negocio y arma política. ¿En qué momento dejó de ser un derecho?
La energía nunca ha sido un derecho en sí. Desde que en el siglo XIX se empezara a explotar el petróleo, jamás se ha contemplado la energía como derecho. La gente siempre ha tenido que pelear por la energía y esta ha sido una fuente permanente de conflicto en todo el mundo, al menos los últimos 150 años.
Le doy la vuelta a la tortilla: ¿la energía debería ser un derecho fundamental para el desarrollo socioeconómico?
La transición energética no es como cambiar cromos, es decir, no consiste solo en cambiar combustibles fósiles por renovables. Tiene que ver mucho con un término muy bonito pero que tiene muchas cosas detrás: la democratización de la energía. Las energías renovables permiten por primera vez en la historia que cada cual decida qué energía quiere para sí mismo. Esto nos puede parecer muy snob aquí en los países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), pero está siendo una verdadera revolución en países de África o en la India, por ejemplo, donde la gente está montando sistemas fotovoltáicos con baterías, llevando electricidad a sitios impensables. Las renovables permiten que la energía esté más cerca de ser un derecho en la medida en que es más accesible para toda la población. Recordemos que hay más de 1.000 millones de personas ahora mismo sin acceso a la electricidad.
El libro recorre la historia del petróleo, desde su descubrimiento hasta hoy. ¿Cuál es el próximo episodio en la historia de este recurso? ¿Muerte y defunción perpetua?
Seguiremos consumiendo petróleo durante muchos años pero sin duda habrá una revolución radical en su consumo. Ya hemos empezado por la generación de energía eléctrica, e inmediatamente pasaremos a otra fuente. Vaticino que de aquí a 2025 más de la mitad de los coches que se vendan serán eléctricos, y eso cambiará la fisionomía de las ciudades y la calidad del aire de las mismas. Después avanzaremos a otros sectores. Creo que el más difícil de abordar será el de la petroquímica. No nos damos cuenta de que miremos a donde miremos hay petróleo: ropa, material de oficina… Ese es el que más tardaremos de eliminar.
El subtítulo del libro es Historia de una civilización que sobrevivió a su dependencia del oro negro. ¿Optimismo o realismo?
Desengancharnos del petróleo se debe a tres razones. En primer lugar, sabemos que no va a durar mucho. La Agencia Internacional de la Energía estima que tenemos petróleo para 70 años más. Hemos vivido en un espejismo: en seis generaciones hemos dilapidado todas las reservas que han tardado cientos de millones de años en generarse. En segundo lugar, tenemos un problema medioambiental gordísimo. El cambio climático es sin lugar a dudas el reto más importante al que nos hemos enfrentado como civilización y el que más consenso científico ha logrado en la historia. Además, tenemos un problema de contaminación en las ciudades que ya es un problema de salud pública de primer orden. Hace años señalábamos a China por el aire contaminado, pero ahora nos damos cuenta de que no solo es problema exclusivo de los chinos. Creo que el escándalo Volkswagen ha abierto los ojos a mucha gente en ese sentido. El problema de la contaminación de las ciudades es un problema global. No podemos seguir matando a la gente. Hay 3,7 millones de muertos al año por la contaminación del aire en las ciudades según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Tercero: a día de hoy existe una alternativa que, además, es más barata. En las subastas internacionales las renovables ganan a las energías fósiles. Esto hace que los grandes fondos de inversión desplacen su dinero para invertir en renovables. Estas tres razones nos abocan a una transición rápida.
Gas Natural Fenosa, por citar un ejemplo, está llevando a cabo grandes campañas para posicionar el gas natural como el recurso imprescindible en la transición hacia un modelo basado en energías limpias. ¿Realmente el gas natural es imprescindible?
El gas natural no es imprescindible para la transición hacia las energías renovables. Lo que ocurre es que es el menos malo de todas las tecnologías de generación no renovables que tenemos funcionando en España. Si me preguntan cómo desarrollaría esa transición energética, yo sí contaría con ese gas, pero con el gas existente, ojo. En ningún caso construiría centrales nuevas. Aprovecharía las que hay construidas y empezaría a cerrar mucho antes las demás, como las de carbón o las nucleares, por ejemplo. ¿Eso quiere decir que necesitemos el gas natural para hacer la transición a las renovables? No, quiere decir que viene bien utilizarlo hasta que lleguemos a 100% renovables. Para 2050 estoy convencido de que seremos capaces de llegar a ese 100% sin necesidad de ningún tipo de gas.
¿Qué hace el lobby de los combustibles fósiles para entorpecer la transición hacia un modelo limpio de energía?
Mentir. El caso más sangrante fue el de Peabody, la empresa de carbón más importante de EEUU. Cuando quebró aparecieron documentos que mostraban cómo la compañía era el centro de financiación de muchos grupos negacionistas del cambio climático. Hace poco el MIT [Instituto Tecnológico de Massachusetts], que no es cualquier instituto, acreditó que desde hace décadas las grandes petroleras estadounidenses son conscientes del efecto de los vertidos de petróleo y las emisiones contaminantes. Hay una enorme responsabilidad, por ser suave, por parte de estas empresas que quieren alargar sus negocios lo máximo posible siendo plenamente conscientes de las consecuencias de su negocio. Es similar a lo que pasó con la industria del tabaco.
¿Cuál es el precio geopolítico de nuestra dependencia a los combustibles fósiles?
Es un precio altísimo. Toda la estrategia internacional de la mayor parte de países llamados “desarrollados” se basa en el problema de las materias primas en general, de las materias energéticas en particular, en concreto el petróleo. Las intervenciones militares son clave y su daño es directo e indirecto. Fíjate en la crisis migratoria. No solo están los daños directos sobre determinados países, es que después además esas economías se centran en unos grupos muy concretos y el resto de la población malvive y se ve obligada a desplazarse a, por ejemplo, Europa. El petróleo ahora mismo no solo es un problema por la polución, sino que además ha contaminado también las relaciones políticas en todo el planeta.
El gas que consumimos en España viene principalmente de Argelia, un país con un gobierno semiautoritario y con un limitado margen de libertad de expresión. ¿De qué forma nuestra dependencia del gas argelino condiciona la situación política y social en ese país?
Yo creo que es evidente y negarlo sería absurdo. No solo España, el resto de países importadores netos de combustible intervienen política y a veces militarmente en los países donde tienen intereses energéticos. En el libro narro que la inmensa mayoría de los conflictos después de la segunda guerra mundial tienen su origen en el petróleo o en derivados del petróleo. Si Argelia cortara el suministro de gas en España, habría una crisis muy relevante, sobre todo si sucediera en invierno. Mira lo que ha pasado cuando Rusia ha cortado el suministro a ciertos países de Europa del Este, por ejemplo Ucrania, creando una situación crítica con gente muriendo de frío. No conviene relativizar la importancia que tiene Argelia en este momento para España, tenemos una gran dependencia de este país y, a pesar de que la ley dice que no debemos superar el 50% de compras de gas a Argelia, con frecuencia superamos ese límite y por tanto somos muy dependientes de lo que pase en aquel país. Naturalmente gran parte de nuestros esfuerzos diplomáticos en el norte de África están destinados a que la situación en Argelia sea estable para asegurar el suministro de gas.
Llama la atención, según cuenta en el libro, que el seguro por catástrofe nuclear en España es por un valor de 700 millones de euros. ¿Es una cifra suficiente para un país como el nuestro?
Yo creo que, claramente, la suma asegurada del seguro de responsabilidad civil de las nucleares es una de sus grandes subvenciones. Mira Fukushima: tras seis años, llevan gastados más de 100.000 millones de euros, mientras lo que cubre el seguro nuclear en España hoy son solo 700 millones. Aplicado a otro ámbito de la vida no lo aceptaríamos, pero la energía nuclear goza de unas prebendas que no se ven en otros ámbitos. Nadie aceptaría que el seguro de un coche cubriera como máximo 200 euros en caso de accidente, pero eso sucede en la nuclear. Todo lo que supere los 700 millones de euros lo asume el Estado. ¿Por qué? Porque no hay ninguna compañía aseguradora del planeta que asuma un riesgo de 100.000 millones de euros. Ese es el problema que tiene la nuclear. Aunque es poco probable, en caso de accidente el riesgo es tan elevado que ninguna compañía es capaz de asegurarlo y por tanto es un negocio que socializa los riesgos a costa de privatizar los beneficios.
Sobre las renovables, ¿qué cambios pueden parecernos impensables ahora pero serán parte de nuestra rutina en los próximos años?
Yo creo que lo que está cambiando, con la enorme madurez tecnológica alcanzada en energía solar y eólica, es la capacidad de almacenamiento. En menos de diez años habrá una “explosión” de almacenamiento. El coste de las baterías de litio se ha reducido un 50% en cuatro años, un claro indicio de que vamos a una velocidad tremenda. Los especialistas dicen que antes de 2020 llegaremos al límite de 150 dólares por kWh [kilovatios-hora], el límite en el que el coche eléctrico es plenamente competitivo con el coche de combustión. Esto va a cambiar el mundo porque permitirá el acceso a electricidad en lugares donde no hay red, y en otros casos mucha gente se desconectará de la red. Ante esa disyuntiva los gobiernos tendrán que fomentar el uso de la red, y para eso tendrán que eliminar normas como el famoso impuesto al sol que tenemos en España, que es absurdo. De lo contrario estarán promoviendo lo que los americanos llaman “la espiral de la muerte”: cuanta más gente se canse de un sistema regulado que no les convence, más se irán del sistema, y eso hará que los que se queden tengan que pagar más, lo que incentivará aún más a salirse del sistema. No me gustaría ver un sistema eléctrico desconectado. Creo que los gobiernos deberían reaccionar antes de que eso ocurra, para aprovechar una red que nos ha costado más de 100 años, en vez de poner cada uno una batería en su casa. Confío en que la razón se imponga y aprovechemos la red que tengamos y las ventajas de las baterías para llegar a un sistema basado al 100% en renovables lo antes posible.
¿Cree que vamos hacia un punto medio en el que la gente tenga capacidad de almacenar pero también de generar y utilizar la red, no solo para obtener energía, sino para compartirla?
Sí, y esto lo hemos visto en la principal eléctrica alemana. Hace menos de un mes E.on sacó una aplicación en la nube y si, por ejemplo, tienes una planta solar en casa y en algún momento te sobra energía, la compañía te la guarda en la nube. ¿Qué significa eso? Que luego esa energía se la puedes dar a tu vecino, o puedes utilizarla para cargar tu coche eléctrico en un centro comercial con eso que tienes almacenado en la nube… Esto es el nivel 3.0 en el mundo de la energía y ya se está dando. Cuando le planteo eso a alguna eléctrica en España, flipan y me dicen que aquí es ciencia ficción porque la normativa española es tan rígida que estamos a años luz de permitir ese tipo de intercambios. En el futuro el consumidor no se limitará a pagar la factura sino que tendrá renovables propias y podrá hacer con ellas lo que quiera. Creo que habrá consumidores que tendrán sus propias baterías, incluida la de su coche eléctrico. Por ejemplo 200 kilómetros de autonomía en una batería normal equivalen a 60 kWh, es decir, lo que consumen seis casas durante un día en España. Yo no creo que la gente necesite una batería estática en su casa, sino un sistema descentralizado que permita compartir energía en tiempo real, porque eso es más eficiente que guardarla en baterías.
En España no tenemos petróleo ni gas, pero tenemos sol y viento. ¿Cómo hemos llegado a una situación en la que el gobierno sanciona a quienes pretenden ser más limpios, más eficientes y más independientes desde el punto de vista energético?
Es un cúmulo de circunstancias. Hicimos una sobreinstalación de renovables en su momento, por ejemplo en 2008 con la fotovoltaica. También se han sobreinstalado otras tecnologías. Tenemos un problema de exceso con las plantas de gas y no se ha querido cerrar prácticamente ninguna. En este país vivimos muy acostumbrados a no tocar lo que ya está, somos poco valientes en ese sentido. Por otra parte no tenemos política energética, venimos dando bandazos y poniendo parches. Llega un ministro que cree en las renovables y nos convertimos en los más renovables de Europa, llega otro que no se lo cree y se lo carga. Tenemos el modelo sandía: aquí los que creen en las renovables son rojos por dentro y verdes por fuera. Esto solo ocurre en España. Las renovables son una cuestión de sentido común, mira la señora Merkel, que es la más renovable de Europa y no hay ninguna sospecha de que sea roja.
Partimos de una situación de sobrecapacidad. Gran parte de nuestro problema en el recibo de la luz es que estamos pagando infraestructuras que no necesitamos y claro, al partir de una situación de exceso las correcciones son mucho más difíciles. Estoy convencido de que la mayoría de las centrales nuevas que se pongan en España serán renovables, no de gas o de carbón, pero la pregunta es cuándo. De momento como nos sobra tanta capacidad, lo que tendríamos que hacer es empezar a cerrar, pero los políticos y las empresas tiemblan ante esta decisión. Creo que este es el problema principal que tenemos aquí: falta valentía, falta visión estratégica compartida en el contexto de la energía.
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