Desde hace nueve años, un abogado visita semanalmente el pabellón de máxima seguridad
de la Unidad Penitenciaria Nº 23 de la cárcel de Florencio Varela, en
la provincia de Buenos Aires, Argentina. Allí, de manera independiente,
sin apoyo estatal y aún lidiando con las autoridades del penal, Alberto
Sarlo brinda clases de filosofía, literatura y boxeo a 56 personas
privadas de su libertad.
A partir de los aprendizajes adquiridos en los talleres a lo largo de casi una década, los presos han publicado ya diez libros a través de su propia editorial, Cuenteros Verseros y Poetas. El material —que puede descargarse de manera gratuita— consta de cuentos escritos por los propios internos, con reflexiones, vivencias y análisis de autores como Jean Paul Sartre, Martin Heidegger, Michel Foucault, Jorge Luis Borges, entre otros. Y para este año están preparando otros tres: uno sobre filosofía, otro basado en cuentos de Shakespeare, y uno más con relatos en primera persona sobre las torturas, el hacinamiento y todo tipo de padecimientos sufridos en contexto de encierro.
Las historias sobre esos padecimientos no son puro cuento. El último informe de la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN), contabilizó 5328 casos de tortura y/o malos tratos en todo el territorio. La consigna que propone Sarlo, aunque parezca utópica en una país como la Argentina, es clara: "Pabellones con bibliotecas, sin violencia, sin pastillas y sin muertes".
El resultado está a la vista: hoy, varios de los colaboradores de Sarlo son exalumnos que, ya en libertad, trasladan sus conocimientos a otros penales bonaerenses. Son las nuevas "sucursales" del proyecto, como les llaman metafóricamente. Es así como continúan visitando cárceles, pero ahora como docentes. Además, dos de ellos, Brian Calla y Carlos Mena, hicieron el curso para instructores de boxeo y se recibieron con promedios de 9.50 y 10, y en un mes tendrán en sus manos los diplomas.
"Pabellón 4 intenta mostrar que es posible hacer algo aún cuando mucha gente intenta convencer a los demás de que estas personas no tienen solución", explica Gachassin en diálogo con RT.
Fiel a un estilo que dejó plasmado ya en sus obras anteriores, Habitación disponible (2004) y Los cuerpos dóciles (2015), Gachassin deja que la historia transcurra y 'se cuente sola'. Su trabajo consiste en colocar la cámara en el lugar preciso, moverse constantemente para captar las mejores escenas de lo que está ocurriendo, y mantenerse lo más invisible que se pueda para los protagonistas. En Pabellón 4 no hay preguntas, no hay voces en off. Lo único que aparece es una placa al inicio del film, que ni siquiera anticipa quién es y qué hace Sarlo en una cárcel de máxima seguridad.
"Es un tipo de documental al que se llama 'de observación' —detalla el director—. A veces parece más una ficción que un documental. Trato de contar o de dar mi opinión solamente con el montaje o con las cosas seleccionadas de lo que yo filmo. También con los testimonios de la gente, pero no dichos hacia mí, sino entre ellos. Es como si yo fuera una mosca en la pared, desde donde miro y trato de no intervenir".
La película muestra a Sarlo también en escenas cotidianas fuera del penal, con la intención de humanizar al docente mostrándolo como esposo y padre de familia; o como profesional dentro de su estudio de abogados —se dedica el derecho comercial—, interactuando con una asistente. Las imágenes interpelan: Sarlo podría ser cualquiera de nosotros. Pero probablemente no cualquiera de nosotros podría ser Sarlo.
"Cuando yo entré al pabellón 4 por primera vez había charcos de sangre. El 90 por ciento de los chicos no sabía leer. Formé equipos con los propios alumnos que ya tenían ese conocimiento y ellos mismos fueron alfabetizando al resto. Nicolás es el coordinador y es una máquina de alfabetizar pibes. En tres meses, no solo saben leer y escribir, sino que salen hablando y analizando la obra de Heidegger. Eso es un orgullo para mí", cuenta Sarlo a este medio.
Los textos se van complejizando a medida que los escritores adquieren más herramientas filosóficas y literarias. "Ya cuando le tocamos el culo a Borges, le tocamos el culo a cualquiera", bromea el abogado.
"Es básico, vos dale un lugar a los chicos, llamalo aula o como quieras, pero con una metodología opuesta a la que nos enseñaron oficialmente. Pasa por otro lado, por el contacto, por lo empático y por la pasión que uno le pone a lo que traslada. El contenido es indiferente: a mí se me da por la filosofía y la literatura, pero podría ser física cuántica. Trabajando mano a mano, sin prejuicios y dejando atrás los valores burgueses de la supremacía moral del hombre bien formado, se puede llegar a cualquier lado", sostiene.
Gachassin conoció en 2016 la historia de los ‘Cuenteros’ y encontró que encajaba muy bien con su perfil artístico. Investigó y a los pocos días se enteró por Sarlo que uno de los protagonistas de la película Los Cuerpos Dóciles, un joven que es condenado por robo, fue trasladado al pabellón 4 de la cárcel de Florencio Varela. Así terminó de decidir que ese sería su próximo documental.
"Alberto le está dando educación a chicos que nunca recibieron nada del Estado", señala el director. "El primer día de filmación me quedé con la mandíbula abierta. Entrar y ver a 56 presos de máxima seguridad en silencio total, prestándole atención a las clases de filosofía de Alberto, o explicando la teoría hegeliana mejor de lo que lo puedo hacer yo, me pareció una cosa de locos. Todo me resultaba increíble. Quedé encantado con Sarlo y con el proyecto".
"Para hablar de reinserción social, en algún momento estos chicos tendrían que haber estado insertos en el sistema. Son desclasados, son marginales, no son nada. Entonces no vengan a decirme que hay que re-insertarlo. Re-nada. Hay que insertarlos por primera vez", dice.
Y agrega: "Pero para eso tengo que creer en los valores de la sociedad esa en la que quieren que los inserten, la misma sociedad que avala la tortura en las cárceles, con esos jueces blancos y de corbata. Yo lo único que hago es reivindicar el derecho a la educación, una educación integrativa. En esos valores sí me paro. Educación para que tengan herramientas para pensar. Si esas herramientas te alejan de la violencia, ¡bien! Pero que el Estado también deje de ser violento".
Gachassin, por su parte, opina que no es fácil decidir, para alguien que no tiene muchas posibilidades económicas, dejar el delito, "sobre todo por la situación en la que está el país hoy", analiza.
Además, según el cineasta, toda la filosofía "tumbera" [carcelaria] que incorporan al interior de los muros también los mantiene presos "estando adentro y afuera de la cárcel, y eso es algo que va a terminar arruinándolos a ellos mismos". De ahí la importancia del proyecto de Sarlo, que abre nuevos caminos a través de los libros: "Los ayuda a pensarse y elegir, cosas que nunca hicieron antes. Los hace realmente libres".
Sarlo subraya que cerca del 60 por ciento de los presos en Argentina son procesados con prisión preventiva, es decir, no tienen condena firme. "Buena parte de ellos van a juicio oral y resultan ser inocentes. Pero una vez que entraste y estuviste seis meses en la cárcel y sos marginal, perdiste. Salís con odio. Las cárceles no dan abasto y están generando generaciones de odio, sangre y muerte. Porque van a salir, pero, ¿cómo?".
Gachassin coincide con la visión del personaje clave de su película, y refuerza la idea: "Es importante que la gente empiece a pensar con quién quiere encontrarse cuando esa persona salga de la cárcel, porque las condenas terminan ¿Con alguien que fue torturado, que tiene un odio terrible hacia la sociedad y que está dispuesto a cualquier cosa, o con alguien pensante, que reflexiona y que tiene la posibilidad de ser alguien? Aunque sea por una cuestión egoísta, hay que tratar de ser más humano".
A partir de los aprendizajes adquiridos en los talleres a lo largo de casi una década, los presos han publicado ya diez libros a través de su propia editorial, Cuenteros Verseros y Poetas. El material —que puede descargarse de manera gratuita— consta de cuentos escritos por los propios internos, con reflexiones, vivencias y análisis de autores como Jean Paul Sartre, Martin Heidegger, Michel Foucault, Jorge Luis Borges, entre otros. Y para este año están preparando otros tres: uno sobre filosofía, otro basado en cuentos de Shakespeare, y uno más con relatos en primera persona sobre las torturas, el hacinamiento y todo tipo de padecimientos sufridos en contexto de encierro.
Las historias sobre esos padecimientos no son puro cuento. El último informe de la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN), contabilizó 5328 casos de tortura y/o malos tratos en todo el territorio. La consigna que propone Sarlo, aunque parezca utópica en una país como la Argentina, es clara: "Pabellones con bibliotecas, sin violencia, sin pastillas y sin muertes".
El resultado está a la vista: hoy, varios de los colaboradores de Sarlo son exalumnos que, ya en libertad, trasladan sus conocimientos a otros penales bonaerenses. Son las nuevas "sucursales" del proyecto, como les llaman metafóricamente. Es así como continúan visitando cárceles, pero ahora como docentes. Además, dos de ellos, Brian Calla y Carlos Mena, hicieron el curso para instructores de boxeo y se recibieron con promedios de 9.50 y 10, y en un mes tendrán en sus manos los diplomas.
Una "mosca" en las paredes del penal
El proyecto de Alberto Sarlo ha sido fuente de inspiración para el documentalista local Diego Gachassin, quien, después de un trabajo de seis meses de filmación en el interior del penal, estrenó en 2018 la película Pabellón 4, donde da cuenta del fortalecimiento espiritual y cultural de un grupo de presos que no solo han aprendido a leer y escribir, sino también a "pensar la vida", como relata uno de los protagonistas en el film."Pabellón 4 intenta mostrar que es posible hacer algo aún cuando mucha gente intenta convencer a los demás de que estas personas no tienen solución", explica Gachassin en diálogo con RT.
Fiel a un estilo que dejó plasmado ya en sus obras anteriores, Habitación disponible (2004) y Los cuerpos dóciles (2015), Gachassin deja que la historia transcurra y 'se cuente sola'. Su trabajo consiste en colocar la cámara en el lugar preciso, moverse constantemente para captar las mejores escenas de lo que está ocurriendo, y mantenerse lo más invisible que se pueda para los protagonistas. En Pabellón 4 no hay preguntas, no hay voces en off. Lo único que aparece es una placa al inicio del film, que ni siquiera anticipa quién es y qué hace Sarlo en una cárcel de máxima seguridad.
"Es un tipo de documental al que se llama 'de observación' —detalla el director—. A veces parece más una ficción que un documental. Trato de contar o de dar mi opinión solamente con el montaje o con las cosas seleccionadas de lo que yo filmo. También con los testimonios de la gente, pero no dichos hacia mí, sino entre ellos. Es como si yo fuera una mosca en la pared, desde donde miro y trato de no intervenir".
La película muestra a Sarlo también en escenas cotidianas fuera del penal, con la intención de humanizar al docente mostrándolo como esposo y padre de familia; o como profesional dentro de su estudio de abogados —se dedica el derecho comercial—, interactuando con una asistente. Las imágenes interpelan: Sarlo podría ser cualquiera de nosotros. Pero probablemente no cualquiera de nosotros podría ser Sarlo.
"Cuando yo entré al pabellón 4 por primera vez había charcos de sangre. El 90 por ciento de los chicos no sabía leer. Formé equipos con los propios alumnos que ya tenían ese conocimiento y ellos mismos fueron alfabetizando al resto. Nicolás es el coordinador y es una máquina de alfabetizar pibes. En tres meses, no solo saben leer y escribir, sino que salen hablando y analizando la obra de Heidegger. Eso es un orgullo para mí", cuenta Sarlo a este medio.
Los textos se van complejizando a medida que los escritores adquieren más herramientas filosóficas y literarias. "Ya cuando le tocamos el culo a Borges, le tocamos el culo a cualquiera", bromea el abogado.
"Es básico, vos dale un lugar a los chicos, llamalo aula o como quieras, pero con una metodología opuesta a la que nos enseñaron oficialmente. Pasa por otro lado, por el contacto, por lo empático y por la pasión que uno le pone a lo que traslada. El contenido es indiferente: a mí se me da por la filosofía y la literatura, pero podría ser física cuántica. Trabajando mano a mano, sin prejuicios y dejando atrás los valores burgueses de la supremacía moral del hombre bien formado, se puede llegar a cualquier lado", sostiene.
Gachassin conoció en 2016 la historia de los ‘Cuenteros’ y encontró que encajaba muy bien con su perfil artístico. Investigó y a los pocos días se enteró por Sarlo que uno de los protagonistas de la película Los Cuerpos Dóciles, un joven que es condenado por robo, fue trasladado al pabellón 4 de la cárcel de Florencio Varela. Así terminó de decidir que ese sería su próximo documental.
"Alberto le está dando educación a chicos que nunca recibieron nada del Estado", señala el director. "El primer día de filmación me quedé con la mandíbula abierta. Entrar y ver a 56 presos de máxima seguridad en silencio total, prestándole atención a las clases de filosofía de Alberto, o explicando la teoría hegeliana mejor de lo que lo puedo hacer yo, me pareció una cosa de locos. Todo me resultaba increíble. Quedé encantado con Sarlo y con el proyecto".
Educación no es reinserción
Hay una palabra que molesta particularmente a Alberto Sarlo cada vez que le hablan desde afuera de las bondades de su proyecto: reinserción. Y lo deja claro en la película. Porque, por un lado, no es esa la finalidad de los talleres, y por otro, no le corresponde a él, como particular e independiente del Estado, asumir una tarea que le es ajena. Y en la que, además, no cree conceptualmente."Para hablar de reinserción social, en algún momento estos chicos tendrían que haber estado insertos en el sistema. Son desclasados, son marginales, no son nada. Entonces no vengan a decirme que hay que re-insertarlo. Re-nada. Hay que insertarlos por primera vez", dice.
Y agrega: "Pero para eso tengo que creer en los valores de la sociedad esa en la que quieren que los inserten, la misma sociedad que avala la tortura en las cárceles, con esos jueces blancos y de corbata. Yo lo único que hago es reivindicar el derecho a la educación, una educación integrativa. En esos valores sí me paro. Educación para que tengan herramientas para pensar. Si esas herramientas te alejan de la violencia, ¡bien! Pero que el Estado también deje de ser violento".
Gachassin, por su parte, opina que no es fácil decidir, para alguien que no tiene muchas posibilidades económicas, dejar el delito, "sobre todo por la situación en la que está el país hoy", analiza.
Además, según el cineasta, toda la filosofía "tumbera" [carcelaria] que incorporan al interior de los muros también los mantiene presos "estando adentro y afuera de la cárcel, y eso es algo que va a terminar arruinándolos a ellos mismos". De ahí la importancia del proyecto de Sarlo, que abre nuevos caminos a través de los libros: "Los ayuda a pensarse y elegir, cosas que nunca hicieron antes. Los hace realmente libres".
Sarlo subraya que cerca del 60 por ciento de los presos en Argentina son procesados con prisión preventiva, es decir, no tienen condena firme. "Buena parte de ellos van a juicio oral y resultan ser inocentes. Pero una vez que entraste y estuviste seis meses en la cárcel y sos marginal, perdiste. Salís con odio. Las cárceles no dan abasto y están generando generaciones de odio, sangre y muerte. Porque van a salir, pero, ¿cómo?".
Gachassin coincide con la visión del personaje clave de su película, y refuerza la idea: "Es importante que la gente empiece a pensar con quién quiere encontrarse cuando esa persona salga de la cárcel, porque las condenas terminan ¿Con alguien que fue torturado, que tiene un odio terrible hacia la sociedad y que está dispuesto a cualquier cosa, o con alguien pensante, que reflexiona y que tiene la posibilidad de ser alguien? Aunque sea por una cuestión egoísta, hay que tratar de ser más humano".
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