Tiene 19 años y vive en un pequeño pueblo entre Bucha y Irpin. Unos días antes de que las tropas rusas se retiraran de la región de Kiev, salió de su casa para intentar ir a ver a sus padres. No llegó. Fue secuestrada en el camino y llevada a un sótano y allí pasó encerrada cuatro días, junto a una decena de mujeres. Los soldados las subían a la planta superior por turno y las violaban en grupo. “Cada vez ella pensaba que sería la última, que ya la matarían después”, cuenta Natalia Miroshnycenko, la psicóloga que desde hace dos semanas se ha hecho cargo del caso de esta joven, una de las mujeres que están empezando a denunciar las violencia sufridas en los territorios ocupados por las tropas de Moscú.
Los casos afloran a través de las asociaciones especializadas en violencia de género que desde el comienzo del conflicto en el Donbás, hace ocho años, han tratado también casos de violaciones cometidas como arma de guerra. También la Oficina de la Defensora del pueblo de Ucrania, Lyudmyla Denisova, ha activado una línea telefónica a la que en las dos primeras semanas de abril han llegado 400 denuncias, que involucran también a víctimas menores.
“Estaban en la oscuridad. No había agua ni para lavarse ni para beber. Cuando habla de lo que le pasó menciona a los soldados llamándoles 'cerdos sucios y borrachos', y cuenta que mientras la violaban, le gritaban: 'Eres una banderivka, no vamos a permitir que de ti nazcan otros banderivtsi', en referencia a Stepan Bandera”. Miroshnycenko restituye el relato que poco a poco esta chica ha conseguido hacer. Es uno de los tres casos que esta psicóloga y profesora de la Universidad de Pedagogia de Dragomanova, en Kiev, está siguiendo tras ofrecerse para colaborar con una de las redes de profesionales que se han creado para atender a las víctimas de la guerra.
“Lo que hacemos ahora es una terapia exprés, de emergencia. La mayoría de mis compañeros lleva un caso o máximo dos porque es muy difícil asumir más”. En su red hay 30 casos de mujeres violadas pero, con los datos que manejan también otros grupos, calculan que una de cada ocho mujeres sufrieron violencias y abusos en las zonas ocupadas por las tropas rusas. “El principal miedo de cada madre era que esto le pasara a su hija”, comenta.
La dificultad de atender a estas víctimas depende de un factor que nadie más que ellas pueden manejar: el tiempo. “Algunas han perdido a familiares, han visto cómo mataban a sus maridos. Y lo que han sufrido se convierte en secundario”, comenta Galina Skipalska, directora de la sección local de la organización internacional Health Right y presidenta de la Fundación ucraniana para la Salud Pública. Desde 2014, organizaron un grupo de psicólogos preparados para atender a víctimas de estos tipos de violencias. Cuando comenzó la ofensiva rusa en febrero reactivaron el grupo. “Pasará como en la ex Yugoslavia: las mujeres empezarán a hablar dentro de meses, cuando puedan comenzar a entender y aceptar lo que han sufrido”, comenta Skipalska. En su organización tienen 10 casos documentados, incluido el de una niña de 14 años que se quedó embarazada tras la violación. La mayoría de los casos son de la región de Kiev, uno de la de Járkov y otro en Mikolaiv.
El miedo a testificar
Otra docena de casos son los que han registrado en la rama ucraniana de La Strada, la ONG internacional especializada en violencia de género y trata de seres humanos, que tiene una línea telefónica activa las 24 horas. En los días posteriores a la retirada rusa del norte del país, empezaron a recibir las primeras llamadas con denuncias de violencia sexual. “Que hasta ahora sean pocas no significa que haya pocos casos, sino que son aún pocas las personas dispuestas a contarlos”, dice Katerina Borozdina, vicepresidente de la organización.
“Al principio, ninguna de las víctimas quiere hablar directamente de lo que le ha ocurrido. Intentan olvidar, no quieren testificar. Y es algo normal, porque primero tienen que volver a sentirse en un lugar seguro. Tratamos de explicarles que no tienen que tener miedo a denunciar pero es un proceso largo”, comenta Borozdina. Ya pasó tras el comienzo del conflicto en las regiones separatista del este, donde los casos empezar a conocerse hasta un año después. “Primero tienen que admitir a ellas mismas lo que les ha ocurrido. Y superar el sentimiento de vergüenza, el miedo al rechazo de los demás, a que se sepa”.
Borozdina asegura que aún ninguna de las mujeres a las que están atendiendo ha conseguido dar detalles. Recuerda que una señora llamó para preguntar cómo podía salir de Ucrania porque su hijo va a cumplir 18 años dentro de poco y luego no le permitirán dejar el país por la ley marcial. Sólo en un segundo momento y como de pasada comentó: “Y a mí también me han violado”.
La primera llamada que la psicóloga Miroshnycenko recibió también fue la de una madre. Pasó en los primeros días tras la liberación de las ciudades al norte de Kiev. Su hija de 15 años había sido violada y había dejado de hablar y de comer y se pasaba todo el día agarrada a un peluche. Los padres la estuvieron buscando durante cuatro días. Ha recibido tratamiento médico en un hospital pero no aún no ha conseguido contar nada. “La madre se siente culpable, piensa que es culpa suya lo que ha ocurrido a la niña”.
De momento, el contacto que Miroshnycenko tiene con estas mujeres es por teléfono, por videollamadas de Skype. Pero en uno de los tres casos, su paciente le pide que ella pueda mantener su cámara tapada: “Tiene los dientes rotos y también le rompieron los dedos de la mano. Dice que decidió llamar porque empezaba a pensar en quitarse la vida. Es una chica de 24 años que trabajaba en Bucha donde había alquilado una casa para ella sola. Los soldados rusos entraron y la violaron en grupo durante días”. La violencia en grupo es el modus operandi que se repite en las denuncias.
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