Europa enfrenta una crisis de sequía: el 20% de su superficie padece de falta de agua. A pesar de las recientes precipitaciones intensas en áreas específicas, la sequía persistente que afecta a España y a gran parte de Europa no se alivia. Este problema, exacerbado por el cambio climático, es en gran medida el resultado de años de administración inadecuada de los recursos hídricos.
Las intensas lluvias, especialmente las experimentadas en la Península Ibérica, pueden llevar a algunos a creer que la etapa de sequía y los calurosos días de verano han terminado. Sin embargo, este alivio es engañoso, ya que la falta de agua no es una circunstancia natural sino una consecuencia de años de gestión insuficiente.
Los datos muestran que durante las dos primeras décadas del siglo XXI, una media de 62.000 km² de tierras agrícolas en Europa se han visto afectadas por la sequía, lo que equivale al doble del tamaño de Bélgica. Además, las sequías en Europa tienen un alto precio: se calcula que generan daños económicos de hasta 9 billones de euros anualmente. Y en un futuro con un aumento de 1.5 °C en las temperaturas globales, los costos podrían llegar a los 25 billones de euros por año.
El consumo excesivo de agua, particularmente en la agricultura, es uno de los principales culpables. En países como España, casi el 80% del agua disponible se utiliza para riego, poniendo al país en la lista de naciones con mayor estrés hídrico en Europa.
Un estudio reciente se enfocó en casos de Francia, España, Países Bajos y Bulgaria, todos ejemplos de cómo la mala gestión puede llevar a la desecación de humedales y la extracción no sostenible de aguas subterráneas. En respuesta a esta crisis, es imperativo que la Unión Europea tome medidas más firmes en sus políticas medioambientales y climáticas para garantizar la seguridad del agua.
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