Miles de trabajadores se han visto durante estos años empujados al desempleo de manera repentina y sin una alternativa tangible en el horizonte. Madres y padres de familia cuyos planes se han hecho trizas, sus necesidades básicas han quedado postergadas y que viven cada día sintiendo una profunda incertidumbre por su futuro y el de los suyos. Personas que ven su mundo derrumbarse presas de la impotencia y la desesperación, y que intentan contener una situación que les supera sin más apoyos que el de sus allegados.
La presión de poder poner un plato de comida cada día en la mesa, en hogares donde incluso una marca blanca es un lujo, o la angustia que supone esperar una oportunidad laboral mellan la autoestima de la persona y afectan a su estado de ánimo, y se suman en muchos casos al estrés que produce afrontar el pago de un alquiler cuando no se tiene un sueldo o, incluso, el drama de quedarse en la calle por un inminente desahucio.
En España se han incrementado los casos de depresión, ansiedad y suicidio, una parte de ellos vinculados cientificamente a factores como el desempleo, las dificultades para pagar la hipoteca o el riesgo de ser desahuciado.
El impacto de la crisis económica en la salud mental de la población española ya es tangible.
Los suicidios son la punta del iceberg del deterioro del estado de la salud mental en general. Un problema de salud pública, subestimado por las autoridades políticas y sanitarias, que se lleva vidas de forma silenciosa y que deja una marca indeleble a familiares y amigos de las víctimas.
Desde hace años se habla, y muchas veces se duda, de la existencia de las llamadas víctimas de la crisis.
Fran, Coy, y Nani, protagonistas del documental, son algunas de estas víctimas invisibilizadas.
Los que se quedan.
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