El gobierno de Estados Unidos lleva tiempo jugando con cartas marcadas. A finales de siglo pasado comenzó a conocerse la existencia de Echelon, un sistema tecnológico basado en el espionaje y orientado, entre otras cosas, a dar soporte a los intereses de las multinacionales estadounidenses. Los informes conseguidos por el periodista británico Duncan Campbell descubrieron la pérdida de miles de millones por parte de empresas europeas, como Airbus frente a Boeing en 1994, debido a la utilización de información privilegiada. En Estados Unidos siempre han mostrado interés por organizar conferencias internacionales y eventos, facilitando la labor de sus agentes con objetivos políticos y comerciales. Unos años más tarde, cuando se comienza a investigar sobre esta cuestión, se despistan con Al Qaeda y surge el atentado del 11 de septiembre de 2001. De la misma forma que no se le cobra una deuda a un amigo los días posteriores al fallecimiento de su madre, los europeos fueron dejando correr el asunto del espionaje. Hasta el 5 de junio de 2013.
Una de las consecuencias principales de los acontecimientos del 11-S fue la facilidad con la que el pueblo norteamericano aceptó canjear libertad por seguridad. Sin entrar a valorar si se trata de protección contra amenazas surgidas desde las propias instituciones, éstas encontraron el terreno propicio para sacar adelante iniciativas como la Ley Patriótica, rechazada antes del atentado. De esta manera, todavía no se había disipado el humo de la zona zero cuando esta ley volvió a ser votada y ampliamente aprobada, otorgando al Estado una mayor capacidad de control y un progresivo aumento en el presupuesto de las agencias de inteligencia, en particular la NSA (National Security Agency).
A partir de las primeras revelaciones de Edward Snowden, podemos saber cómo esta opaca organización interceptaba, analizaba y conservaba enormes cantidades de información relacionada con la vida de millones de personas en todos los lugares del mundo. Echelon se había transformado en aplicaciones más avanzadas como Prism, Tempora o Xkeyscore. El escándalo obligó finalmente a Obama a dar explicaciones en octubre de 2013, anunciando la intención de su gobierno de cesar las escuchas y desclasificar algunos documentos que, entre otros, implicaban la vigilancia de hasta 35 dirigentes en países como Alemania, Brasil, Francia, México o España.
Actitud servil en Europa
En el caso concreto de los países europeos, la publicación de estas informaciones ha dejado patente la relación de subordinación hacia el imperio norteamericano. Las evidencias de espionaje a gobiernos y embajadas apenas han elevado alguna voz de queja, más como un intento de mostrar cierto decoro ante la ciudadanía que de cara a tomar medidas concretas.
Es el caso de Alemania, donde la escucha continuada a su jefa de gobierno no ha desatado ningún escándalo, y cuya postura muestra, una vez más, una dependencia absoluta hacia EEUU; de Francia, que adopta una actitud cómplice por del interés de colaboración con la NSA como soporte para sus operaciones en el norte de África, así como controlar a los grupos violentos islamistas dentro de su territorio. España aún ha ido más allá: las informaciones que desvelaron 60 millones de llamadas pinchadas entre diciembre de 2012 y enero de 2013 o las presuntas escuchas a políticos desde la época de Zapatero, apenas han generado unas tibias declaraciones acompañadas -eso sí- de una docilidad absoluta a la hora de permitir un aumento de tropas e infraestructura estadounidenses en las bases de Rota y Morón.
Otros países han actuado con más dignidad y soberanía, es el caso de México o Brasil. En este último, al conocerse que fueron interceptadas las comunicaciones de la presidenta Dilma Rousseff y de sus colaboradores, ésta decidió cancelar su inminente visita oficial a EEUU y una semana después, en la Asamblea General Anual de la ONU, pronunció un discurso ante un auditorio repleto de presidentes, en el que acusó abiertamente a las agencias estadounidenses de espionaje económico, rechazando la previsible y manida justificación del terrorismo. Al mismo tiempo propuso a las Naciones Unidas una administración plural de la red mundial.
En estos últimos años, el Estado brasileño avanza en la reestructuración de los sistemas informáticos de empresas públicas estratégicas como Petrobras. También con la puesta en marcha de potentes inversiones, como el cable submarino que Telebras está desplegando directamente desde Fortaleza a Lisboa, el primero que conecta directamente con Europa sin pasar por Estados Unidos. En cualquier caso, la postura del país latinoamericano refleja una de las pocas excepciones de un panorama internacional donde la realpolitik prevalece sobre la justicia internacional.
Implicaciones comerciales
Por otro lado, las revelaciones de Edward Snowden han provocado en muchos casos el efecto contrario al interés de las compañías de su país. La relación directa de un programa de vigilancia masiva llamado Prism, que intercepta y extrae información de nueve principales empresas estadounidenses de Internet -Microsoft, Google, Facebook, Youtube Apel, AOL, Yahoo, PalTalk y Skype-, ha despertado en todo el mundo una creciente desconfianza en aplicaciones y material informático que surten las empresas de origen estadounidense.
Un informe de la ITIF, asociación tecnológica con sede en Washington y respaldada por grandes empresas del sector, estima la cifra de pérdidas entre los 21.500 y los 35.000 millones de dólaresdurante el periodo que va desde 2014 hasta 2016.
Aunque el gobierno de Estados Unidos asegura haber detenido los programas de vigilancia masiva, no existe ninguna prueba que lo evidencie. Son actividades que, por su propia naturaleza, se llevan en secreto, al margen del control público. Por otro lado, las revelaciones han demostrado que apenas existen formas de transacción segura en las comunicaciones. Ni siquiera implementando los mecanismos de seguridad más avanzados, como el uso de redes privadas virtuales, el avanzado protocolo de cifrado SSL o programas criptográficos, las comunicaciones se encuentran a salvo de intrusiones.
Con aplicaciones como Xkeyscore se controla a los usuarios de programas criptográficos, que pasan a ser sospechosos por defecto y automáticamente vigilados. Algunos programas comerciales incluso integran agujeros de seguridad, diseñados para habilitar una futura conexión. El uso de smartphones tampoco escapa el alcance de esta policía del pensamiento, con tecnología que incluye la interceptación en aparatos de compañías con tradición de contar con un sistema robusto y seguro en sus comunicaciones.
La famosa empresa de enrutadores Cisco es otra de las compañías que interesan a la NSA. El 80% del tráfico actual de internet pasa por EEUU, donde esta agencia tiene un control absoluto. Al mismo tiempo, cuenta también con la ayuda de su inestimable aliado británico, país que viene a ser un switch en la infraestructura geográfica de la red mundial de internet, por donde pasa prácticamente la totalidad del tráfico existente entre Europa y América del Norte.
En estos nodos, un programa llamado Tempora, definido por Snowden como “el programa de vigilancia más grande de la historia de la humanidad”, tiene la capacidad de analizar los datos relacionados con correos electrónicos, Facebook, historiales de búsqueda en Google o el almacenamiento de conversaciones telefónicas.
En última instancia, si surge alguna compañía donde los datos cifrados no pueden ser hackeados, a esta Stasi cibernética todavía le queda un as en la manga en forma de presión institucional y requerimiento judicial, obligando a la compañía rebelde a aportar los datos necesarios. Es el caso deLavabit.com, donde su dueño, después de librar una larga batalla judicial en la que no evitó la cárcel, recomienda no usar ninguna compañía que tenga vínculos con las instituciones. Tanto Lavabit como Silent Circle, otra compañía de correos cifrados, se han visto obligadas a suspender sus servicios.
Vigilancia de gobiernos díscolos
Si todas estas acciones han ocurrido –y presumiblemente ocurren- en una Europa de gobiernos complacientes con las autoridades USA, cabe preguntarse ¿qué grado de penetración y actividad podemos esperar si surgen gobiernos alternativos a los mandatos de la troika que puedan alterar, siquiera mínimamente, las relaciones con el gigante americano? El teléfono personal de Angela Merkel fue vigilado por la NSA desde el año 2002, cuando solo era presidenta de la CDU. El mismo tratamiento han recibido fuera de Europa personajes como el ayatolá Ali Khamenei de Irán, el secretario de la ONU Ban Ki-moon, o los ministros de Venezuela, a los que parecen sintonizar a diario desde Estados Unidos con la pasión de quien sigue un serial radiofónico.
Con este tipo de informaciones y el historial de la agencia y gobierno de Estados Unidos, casi resulta ingenuo pensar que no estén interviniendo todo tipo de comunicaciones a nuevas figuras políticas que pudieran alterar el desarrollo de la tradicional política europea. Lo único que puede estar en el aire es saber qué uso se le está dando a la información obtenida, a quién le llega y de qué modo.
En Junio de 2013 Edward Snowden encendió una luz que convirtió las elucubraciones en evidencias. Con la luz nuevamente apagada y sin Leyes de Acceso a la Información que alcancen a cubrir estas actividades, parece que volverán las tinieblas a la espera -quién sabe- de otro efecto Snowden.
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