Cuarenta años de dictadura hicieron mucho daño a España y continúan haciéndolo. Y uno de estos daños es que continúa habiendo hoy en este país una visión de la historia de España y de Europa muy conservadora, que no se corresponde ni con la historia real de España ni con la europea. El hecho de que no haya habido una “desnazificación” de España explica que predomine, a nivel popular, un franquismo sociológico que aparece incluso de vez en cuando en voces que se consideran o autodefinen de izquierdas. En lenguaje común, se continúa hablando en España de franquismo en lugar de fascismo, se confunde estalinismo con comunismo, se desconoce qué es el socialismo y se ignora el protagonismo del Partido Comunista en la lucha contra la dictadura en España. La enorme oposición de las derechas a recuperar la memoria histórica tiene como objetivo precisamente propagar la visión conservadora (reprimiendo la lectura progresista) de lo que ha ocurrido en España y en Europa.
Este desconocimiento generalizado explica que, nada menos que una dirigente del PSOE, que aspira a ser su Secretaria General, la Sra. Susana Díaz, llegue a decir que Marx y Engels no tienen nada que ver con la socialdemocracia (cuando ambos fueron los fundadores del socialismo que la socialdemocracia hizo suyo por muchísimos años), o que el PSOE nunca apoyó el derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones existentes en España (cuando, durante la clandestinidad, el PSOE hizo explícito tal apoyo, como consta en los documentos de tal partido durante la lucha contra la dictadura). Dicho desconocimiento también explica que no solo las derechas, sino incluso voces del PSOE, demonicen al comunismo español, ignorando que la labor de tal partido fue muy importante para conseguir los escasos derechos laborales, sociales y políticos existentes hoy en día en España. Escuchando a la Sra. Susana Díaz, uno no puede dejar de preguntarse: ¿si esta señora, dirigente del PSOE, desconoce estos hechos históricos, qué es lo que conocerá un ciudadano normal y corriente en este país?
Una ignorancia semejante de la historia real del socialismo aquí y en Europa aparece cuando un gran número de los medios de información y dirigentes políticos de las derechas (PP y Ciudadanos) presentan al 15-M, antes, y ahora a Unidos Podemos y las otras fuerzas progresistas (En Marea, En Comú Podem, Compromís o Units Podem Més) como partidos “antisistema”, situación que alcanza unos niveles más sorprendentes y paradójicos cuando dirigentes del PSOE añaden su voz a esta descripción. Puesto que el movimiento 15-M pedía democracia, criticando las instituciones representativas por no ser democráticas (“no nos representan”) y por carecer de transparencia y honestidad en su gobierno (“no hay pan para tanto chorizo”), llamarlos “antisistema” parece asumir que, por definición, el sistema democrático no es representativo ni honrado. Una situación semejante ocurre en cuanto a los partidos emergentes de izquierdas, también definidos como “antisistema”, los cuales están todos ellos pidiendo más democracia y más representatividad de las instituciones democráticas y más justicia social. Llamarlos antisistema quiere decir que los que así los definen asumen y dan por hecho que lo que el establishment político-mediático describe como instituciones democráticas no son ni representativas, ni decentes y honradas.
Correcciones históricas necesarias
Marx y Engels fueron los fundadores del proyecto socialista, del cual un componente fue la socialdemocracia. Decir que ni Marx ni Engels no tienen nada que ver con la socialdemocracia es semejante a decir que Jescristo no tiene nada que ver con el cristianismo. Este es el nivel de absurdidad al que se ha llegado en algunas esferas de la dirección del PSOE. En realidad, el marxismo fue la ideología imperante en la mayoría de partidos socialdemócratas hasta épocas muy recientes. Como he indicado en otro artículo (“Contestación a Susana Díaz: ¿qué es la socialdemocracia?”, Público, 08.06.2016), ha habido dos grandes tradiciones políticas establecidas por el mundo obrero basadas en el marxismo que, coincidiendo en su objetivo (alcanzar la sociedad regida por el principio de “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su habilidad y capacidad”), diferían en cómo alcanzarlo. Una de tales vías, la socialdemocracia, consideró que la vía para alcanzar el socialismo era la democrática, mientras que para el comunismo la vía era la sublevación militar (la toma militar del Palacio de Invierno) que consistía en la toma por la fuerza del poder y los aparatos del Estado. Es importante subrayar que la tradición comunista ha sido más exitosa en el mundo en vías de desarrollo, mientras que la socialdemócrata lo ha sido en los países capitalistas desarrollados.
El anticomunismo cavernario de las derechas y algunas izquierdas españolas
En cuanto al comunismo, hay que tener en cuenta que las derechas españolas (homologables a la ultraderecha según el espectro político europeo) se caracterizan por un anticomunismo enormemente cavernario y agresivo, agresividad que contagia en ocasiones a sectores y autores que se declaran de izquierdas. En general, las voces más extremistas en su anticomunismo en España suelen haber sido comunistas en su juventud que, para recuperar su aceptabilidad en los centros mediáticos del establishment y hacer que se olvide su pasado -considerado como un “sarampión”-, muestran odio hacia tal tradición política, como es el caso de Antonio Elorza, de El País, que en un artículo reciente escribió que el comunismo ha sido responsable de los mayores desastres en el siglo XX.
Cualquier académico, estudioso del tema, capaz de alcanzar mayor equilibrio en su evaluación de tal tradición política reconocerá que junto con páginas oscuras, el comunismo también ha tenido páginas positivas, mejorando la calidad de vida de las clases populares de sus países. Los datos así lo muestran. La esperanza de vida aumentó más rápidamente en la China comunista que en la India capitalista, siendo los indicadores vitales mejores en China que en India a pesar de tener China peores indicadores que India antes de que ocurriera la revolución comunista en aquel país. Y nunca hay que olvidar que la Unión Soviética, cuya revolución triunfó en un país casi feudal, fue la que derrotó al nazismo alemán en Europa, como reconoció incluso Winston Churchill, uno de los dirigentes más conservadores que ha tenido Europa. El problema que tuvo el comunismo fue que la identificación del Partido con el Estado, una vez conquistado el poder, estableció una nueva clase dominante que, al reproducirse, tergiversó negativamente aquel proyecto. Pero definir la experiencia global del comunismo como un desastre me parece una enorme frivolidad impropia de un Catedrático de Ciencias Políticas, como es tal personaje. Incluso hoy, hay que reconocer objetivamente el atractivo que representa Cuba en el mundo en vías de desarrollo. Incluso sus adversarios, como el Presidente Obama, han felicitado a Cuba por lo conseguido en muchas áreas del Estado del Bienestar, tales como sanidad y educación, así como en su ayuda internacional. Sería impensable que una personalidad política de este país, tanto de derechas como de centroizquierda, reconociese tal realidad, y todavía menos que lo dijera en público.
Los éxitos de la socialdemocracia
En los países capitalistas, sin embargo, fue la socialdemocracia la versión del socialismo que alcanzó mayor desarrollo. Su máxima expresión fue la universalización de los derechos civiles, sociales y laborales a través de políticas progresistas, lo cual incluyó el desarrollo del Estado del Bienestar, medidas que empoderaron enormemente a la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares. Estas reformas, en contra de la visión presente en algunos grupos minoritarios y supuestamente muy radicales dentro de las izquierdas, “no coaptaron a las clases trabajadoras” en el orden capitalista, diluyendo su deseo transformador. De acuerdo con esta visión, profundamente errónea, tales avances en derechos laborales y sociales se veían e interpretaban como “la humanización del capitalismo”, contribuyendo con ello a la salvación de este sistema. Según este entendimiento, “como peor sea la situación, mejor y más alta la probabilidad de que ocurra la revolución”. Tal suposición ha demostrado ser profundamente errónea, y ha contribuido al aislamiento de estos sectores radicales, que por lo general son sectores marginales.
En realidad, donde la socialdemocracia ha estado más próxima al socialismo ha sido en Suecia, cuando se aplicaron las reformas Meidner a finales de los años setenta, propuestas por los sindicatos (que en Suecia gozan de gran influencia en el Partido Socialdemócrata) y apoyadas también por el Partido Comunista sueco. Estas reformas establecían que un porcentaje de los beneficios adquiridos por las empresas pasaba a ser controlado por sus trabajadores, los cuales podrían comprar acciones de la propia empresa, con lo cual, a la larga, controlarían la empresa, pasando a ser los propietarios. Esta medida, aplicada en todo el territorio del país, hubiera significado la democratización de la propiedad, trascendiendo la concentración de la misma, que al ser privada y gozar de gran influencia en las instituciones mediáticas y representativas, reduce enormemente el ejercicio de la democracia.
Se culminaba así la vía reformista, confirmándose el fenómeno conocido de que si los trabajadores no tienen trabajo, quieren tener trabajo; cuando lo tienen, quieren tener un buen trabajo; cuando tienen un buen trabajo, quieren tener control de las condiciones del trabajo; y, cuando tienen esto, entonces quieren controlar la fábrica o la institución donde trabajan. Durante el Mayo francés y el Otoño caliente italiano, los trabajadores que lideraron la toma de las fábricas fueron los trabajadores de la manufactura que, según las teorías radicales, tendrían que haber sido los más coaptados e integrados en el sistema, al haber conseguido mejores salarios y mejores condiciones de trabajo.
Y ahí está la historia de la socialdemocracia, la cual considera el socialismo como su objetivo. Según esta vía, el socialismo se construye o destruye día a día. Cuando el mundo del trabajo se empodera y cuando se aplican políticas públicas que responden a la necesidad de la población y de los individuos que la componen (financiadas con recursos obtenidos de los que más tienen), se está construyendo el socialismo, aun cuando el gobierno o la fuerza política que lo aplique no sea o no se considere socialista. Y cuando los partidos comunistas han gobernado en los países capitalistas, han aplicado políticas socialistas semejantes a las realizadas por la socialdemocracia.
¿Cuándo los partidos de la socialdemocracia dejan de ser socialdemócratas?
La respuesta es fácil: cuando abandonan el objetivo de establecer el socialismo. Y esto lo hacen cuando dejan de ser parte de las clases populares, desarrollando sus propios intereses corporativos, que los distancian de las clases populares, y estableciendo, en su lugar, alianzas con los grupos financieros y económicos dominantes, que siempre ejercen un gran dominio e influencia sobre las instituciones políticas representativas y las instituciones mediáticas. El libro Parliamentary socialism, de Ralph Miliband, es el mejor libro sobre cómo suele ocurrir este abandono del socialismo por parte de los partidos socialdemócratas, abandono que es facilitado por la forma de desarrollo de la democracia representativa, que puede facilitar el surgimiento de este corporativismo, alcanzando su máxima expresión con la profesionalización de la política, es decir, la conversión de la política en el politiqueo que hacen los aparatos de los partidos. Esta situación facilita el establecimiento de la casta, peligro constante en el régimen representativo, lo que requiere cambios en el sistema de representatividad y el desarrollo de otras formas de democracia, incluyendo la democracia directa, tales como referéndums. Y es aquí donde las demandas de las nuevas izquierdas, basadas en el 15-M, permiten albergar una esperanza entre los partidos emergentes, basados en movimientos que exigen democracia y reviven el proyecto socialista. El vacío creado por la socialdemocracia española y su adaptación al neoliberalismo justificó la protesta popular y la demanda de recuperación de dicho proyecto, claramente abandonado por los aparatos del PSOE. De ahí la urgencia de una rebelión de los votantes de tal opción política (la gran mayoría personas claramente de izquierdas) frente al aparato de su partido, para forzar un movimiento del PSOE a la izquierda, impidiendo que obstaculice el establecimiento de un gobierno de izquierdas en España que probablemente será posible en un futuro próximo.
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