28 mar 2021

Ernest Cañada: “El sector turístico en España vive de parasitar al Estado”

En 2014, tras una reunión de un colectivo de camareras de piso en Lloret de Mar (Gerona), dos de ellas se animaron a crear un grupo de Facebook para difundir sus desvelos y reivindicaciones. El nombre del grupo fue Las kellys, palabra inventada que nos lleva a Ernest Cañada (Barcelona, 51 años), un investigador que había publicado en El País un artículo viral titulado Las que limpian los hoteles, igual nombre que daría a un libro un año después. De "las que limpian" se pasó a "las que li". Y de ahí a "las kellys". Ese fue el nombre por el que empezó a conocerse popularmente a un colectivo que encarnaba la máxima expresión de la precariedad y la falta de equidad en el sector al que la economía había fiado la salida de la Gran Recesión.

Ha pasado más de un lustro. En esta era frenética, toda una eternidad. El nuevo emblema de la precariedad ahora es un rider que trabaja como autónomo para una plataforma digital mientras se le intenta convencer de que la inestabilidad es un estilo de vida joven y que la juventud, hoy día, dura hasta la jubilación. Cañada, doctor en Geografía y coordinador de Alba Sud, un centro de investigación sobre turismo con perspectiva crítica, ha ido anotando y analizando todos los cambios ocurridos desde entonces: agudización de un neoliberalismo discursivo que exalta el individualismo laboral, concentración del capital, avance del capitalismo de plataformas, penetración de fondos de inversión, mayor precariedad en el empleo...

Y, finalmente, la pandemia.

Cañada y su colega y también investigador Iván Murray han plasmado en Turistificación confinada un diagnóstico según el cual la pandemia, al mismo tiempo que ha interrumpido abruptamente la actividad turística, actúa como acelerador de tendencias ya existentes. ¿Cómo? Asfaltando el terreno para completar su dominio a los grandes fondos de inversión, agudizando el desequilibrio de poder entre una propiedad cada vez más blindada y una fuerza laboral necesitada y con frágil amparo legal. Este ensayo colectivo, lanzado con apoyo de la Universitat de les Illes Balears y de la Generalitat de Catalunya, escruta un sector machacado en el que el negocio hotelero tradicional se tambalea, el trabajo se devalúa bajo la hegemonía de oportunistas y capitalistas digitales, los camareros retroceden ante los riders y surgen las dark kitchens, que fortalecen la posición de las empresas de reparto. El parón del turismo es sólo en superficie. En el fondo, bulle en transformaciones. Los fenómenos rupturistas se suceden y van escribiendo a toda prisa las nuevas reglas.

Cañada es capaz de dar coherencia al conjunto en apariencia indescifrable.

PREGUNTA: ¿Han mejorado las kellys desde aquel 2014?

R: Han ganado en visibilidad, sí. Se pudo ver su situación de arrinconamiento y debilidad mientras batíamos año a año el récord de turistas. Consiguieron una voz. Además, se produjo un reconocimiento de algunas enfermedades profesionales. Se quedaron cosas en el tintero, como la jubilación anticipada o el fin de las externalizaciones. Si lograron algún avance, fue por su movilización en un momento de asfixia. Lo que temo es que las luchas se puedan ver frenadas.

P: ¿Por la nueva crisis?

R: Sí. El empresariado turístico, en particular el hotelero, ha tenido como estrategia fundamental la devaluación del trabajo, con fórmulas de contratación para abaratar los costes, ratios imposibles y externalizaciones. La base del modelo ha sido la devaluación del trabajo. Al mismo tiempo, los mecanismos de protección social del Estado han dejado fuera a buena parte de los trabajadores. Ese es el punto de partida, al que llegamos tarde por no haber desmontado la reforma laboral. Ahora lo vamos a pagar con más precariedad. Hay años de lucha en riesgo. Si no cambia la estructura de contratos, el sector va a seguir funcionando en base a la precariedad. En el caso de las kellys, muchas han ido al paro –aunque no siempre cobrando desempleo, por no haber cotizado lo suficiente–, y las que quedan tienen más carga de trabajo. Hay razones para estar alerta ante esta nueva crisis, de la que podemos salir con más desigualdad y el poder peor repartido.

P: Es un fenómeno que va mucho más allá de las kellys.

R: Claro. El sector turístico está extendiendo la precariedad a cada vez más colectivos. Por ejemplo, al trabajo de limpieza y mantenimiento de las viviendas de uso turístico, que sufre niveles de precariedad como el de las propias kellys y no tiene ni organización ni visibilidad. También a la atención al cliente en las plataformas, que no la lleva Airbnb o la plataforma que sea, sino que la subcontratan a call centers.

P: Usted defiende que, en contra de la extendida idea de que esta crisis está castigando a Airbnb, en realidad esta plataforma se ha preparado para salir fuerte, consiguiendo 1.000 millones de euros de financiación.

R: ¡Claro! Muchos han pensado que, como no hay turismo, Airbnb caerá... Hay que pensar que Airbnb tiene una estructura flexible. Puede cortar muchos pasos, porque no es propietaria de los pisos. Puede recortar empleo ahora y recuperarlo después. Su posición sale reforzada. La lógica de estas plataformas es nueva. No consiste en crear estructuras muy grandes, sino en conseguir el control estratégico sobre el sector. Y eso lo mantienen. Airbnb lo mantiene, porque tiene capacidad para conseguir fondos e invertir en marketing y en tecnología. Eso es lo fundamental: tener capacidad de concentrar capital y crear condiciones de monopolio. Ahora las plataformas, como Airbnb, son más flexibles y se pueden desprender de trabajadores. Como al empezar la pandemia, cuando Airbnb rescindió un contrato con un call center y 800 trabajadores se fueron a la calle. Todo este modelo de alojamiento que ha triunfado desde la crisis de 2008 se ha hecho sobre la base de un trabajo muy precario. Y no sólo ha sido en el alojamiento.

P: ¿También en la hostelería? Su trabajo destaca cómo los riders están desplazando a los camareros del centro del modelo.

R: La transformación está siendo enorme y la pandemia la acelera. Por un lado, tenemos al cocinero y al camarero que lleva el plato a la mesa, cuyas condiciones eran malas y ahora empeoran. Pero además ahora el grueso del negocio se está desplazando al envío a domicilio, que se hace con riders, trabajadores aún más precarios, con fórmulas de relación laboral todavía más desreguladas. Es verdad que hay intentos de regulación, como la nueva ley [ver aquí y aquí]. Pero cuidado, porque podemos ver que, hecha la ley, hecha la trampa, y que se acaben beneficiando las empresas de trabajo temporal.

P: ¿Algún otro colectivo sufre creciente precariedad?

R: Destacaría a los guías turísticos. Ya había una tendencia a la desregulación, con un intento de suprimir sus carnés profesionales. Su situación es difícil y puede complicarse. Nos encontramos con que, además de ser autónomos, lo cual les genera aún más inestabilidad, surgen los free tours, que trabajan por una parte de las propinas que entregan los turistas, de las cuales tienen que entregar una parte a las empresas, algunas muy grandes, como Sandemans. Son elementos que hacen temer que la precariedad se agudice cuando llegue esa supuesta recuperación del sector.

P: ¿Cómo prevé esa recuperación?

R: Habrá una cierta reactivación cuando se generalice la vacuna. Pero, más que la reactivación, es importante la transformación por debajo. Hay una aceleración de dinámicas previas. El capital financiero está ganando peso en el turismo, sobre todo en el hotelero y de intermediación. Eso llevará a mayor precariedad.

P: ¿Por qué?

R: Son capitales sin compromiso, ni con el destino ni con los trabajadores. Buscan un retorno rápido de su inversión. Prefieren estar un año o dos, vender e irse a otro lugar. Antes de salir, deben mejorar sus indicadores, como el Ebitda [beneficio antes de impuestos, intereses, depreciaciones y amortizaciones]. ¿Qué implica esto? Que el trabajo se ve siempre como un coste variable, no como un coste fijo. Y hay que buscar por todos los medios mecanismos para abaratarlo. Eso endurece las relaciones laborales. Vamos a ver una oleada de presión sobre los trabajadores del sector turístico. Más carga de trabajo, más polivalencia, más flexibilidad. La mitad de los convenios colectivos están en suspenso, sin negociar. Ni retroceden ni avanzan. El próximo ciclo de negociación será en peores condiciones. La entrada de fondos de inversión en el sector hotelero ha complicado las cosas. También la irrupción de plataformas como Airbnb, que no sólo desregulan el trabajo, sino que tienen mecanismos para evitar la organización sindical y llevan a una competición a la baja al sector hotelero.

P: Turistificación confinada sitúa a los fondos de inversión y plataformas digitales como los grandes ganadores. ¿Quién pierde?

R: En términos empresariales, el sector hotelero tradicional y las empresas independientes que no forman parte de los conglomerados, porque se produce un proceso de fuerte concentración, que viene de la crisis de 2008. Pero también pierden los trabajadores. Pierde una ciudadanía que ve cómo se destina gran cantidad de recursos públicos a un sector que se beneficia de una enorme desregulación. Y pierden los residentes.

P: ¿Los residentes?

R: Hay una gran pérdida de vivienda residencial, una subida de precios. Y un malestar social. Pensemos en las dark kitchens [cocinas fantasma, donde sólo se hace comida para las empresas de distribución], que suponen una nueva ocupación de estructuras urbanas, con más tráfico, más ruido... Hay una transformación de la ciudad, convertida en un espacio de negocio al servicio de un sector muy precario que contribuye poco a las arcas públicas a través de impuestos. El coste del turismo para la sociedad es enorme. Hay que ser conscientes de esto ante esta nueva crisis, que es distinta de la anterior y tendrá consecuencias propias.

P: ¿Cuáles?

R: De la crisis de 2008 se salió con un proceso de crecimiento del turismo. No es casualidad que haya sido en esta última década cuando se ha producido la expansión de las grandes plataformas. La pandemia va a dar una vuelta de tuerca más, si no actuamos para evitarlo. Lo estamos viendo. Tenemos que incorporar ya a empresas como Glovo, Deliveroo o Uber Eats al análisis, por su gran capacidad de control monopolístico y de imposición de las reglas en la hostelería. Ahí está el caso de las dark kitchens, que ponen toda la cadena de la hostelería en manos de las empresas de distribución. Esa es la clave. El éxito de las plataformas no viene, como tanto se dice, de la innovación o de la tecnología, sino de la capacidad de conseguir fondos, que les permiten invertir para crear condiciones de monopolio. Lo que distingue a las plataformas digitales no es la innovación, sino la búsqueda del monopolio.

P: Al arrancar la pandemia, los críticos con el modelo hablaron de una posibilidad para replantear las cosas. ¿Ha habido replanteamiento?

R: La crisis evidenció la vulnerabilidad de nuestra especialización e invitó a pensar en alternativas. Pero en términos de empleo, no es fácil. Hay una tendencia un poco naíf a pensar que la crisis es una oportunidad. Es como si antes no hubiéramos visto lo que pasaba, y ahora lo descubriéramos. No se trata de eso. Hay intereses de clase. Si hay transformación, será fruto de un conflicto social que parta de la defensa del empleo y de las ciudades. No va a haber otra. Ahora bien, en paralelo necesitamos propuestas.

P: ¿Qué propuestas?

R: Lo primero es invertir fondos públicos en mecanismos de protección social que tengan en cuenta la precariedad, que no dejen fuera a las trabajadoras externalizadas, a los autónomos... En segundo lugar, ayudas condicionadas a medidas fiscales, ambientales y de calidad laboral. Hay que condicionar cualquier tipo de recurso público, porque estamos generando una deuda que habrá que pagar, no lo olvidemos. No puede ser que compañías que salen de ERTE hagan un ERE y repartan beneficios a la cúpula. No podemos malgastar dinero público en volver al mismo modelo turístico. En tercer lugar, hacen malta mecanismos para dejar de ser una economía basada en el sol y playa. Ese cambio requiere inversión e intervenir en la economía para una transición ecológica. Por supuesto, no es fácil. Y tardará. Por eso necesitamos mecanismos de protección social que no sean la broma del Ingreso Mínimo Vital, que está embarrancado.

P: ¿Sigue el sector en el discurso del “cuanto más, mejor”, sin planificar una transformación real?

R: Sí. La lógica empresarial es la misma. Que hay que reactivar la maquinaria, que los turistas tienen que llegar ya, como antes. A pesar de la vulnerabilidad a la que nos condena ese modelo. Le pueden dar un tinte de sostenibilidad, o de digitalización, de reconversión de destinos maduros. Pero es un barniz. El fondo es el mismo: hay que pagar con fondos públicos y endeudamiento la recuperación del sector empresarial, para volver cuanto antes al mismo funcionamiento de antes de la pandemia. No se busca cómo evitar la repetición del esquema, sino cómo reactivar para volver a crecer. Y eso implica la entrega de fondos públicos. Estamos en un momento de “toma el dinero y corre”. El sector empresarial quiere fondos públicos para una vuelta al mismo modelo.

P: Usted habla de “condicionalidad” de las ayudas, “transición”, “diversificación”. Ese ya es el discurso oficial del Gobierno. ¿No es real? ¿Qué falla?

R: Que en nada se llega al fondo. Ni con los ERTE, ni con el Ingreso Mínimo Vital. Lo veo en ciudades como Lloret de Mar, construidas en torno al turismo, donde la gente resiste con las red familiar y el banco de alimentos. ¿Condicionalidad? No hay. Ahí está el caso de NH [que ha recibido ayudas y tiene un despido masivo en marcha]. Subvencionamos a un sector que continuamente exige ayudas públicas. ¿Diversificación? Necesitamos una apuesta en serio, y no la hay. El sector de los cuidados es precario, dependiente del trabajo no remunerado de las mujeres. Hacen falta planes que no repitan el esquema de dependencia del turismo. Y sin cerrar los ojos a la realidad. Porque el turismo no va a desaparecer, ni es razonable plantearlo. Por esa hace falta una transición sociecológica.

P: ¿En qué consiste?

R: La política turística ha consistido en que el Estado ayude a las empresas. Esto es coherente y lógico para las empresas, pero ignora las necesidades de la mayoría: buenas condiciones laborales, acceso a espacios al aire libre, salud, bienestar... Hace falta una nueva perspectiva que dé mayor peso al turismo doméstico, al turismo de interior, que esté pensado para la mayoría y sus necesidades. Esto no significa desmontar el turismo, pero sí cambiar sus prioridades. Por ejemplo, llevamos 12 años de recortes en políticas medioambientales, no hay una red de parques urbanos para bajar la presión sobre las áreas más saturadas. En este debate sobre las propuestas la izquierda está mal situada.

P: ¿Se refiere al Gobierno?

R: Me refiero a la izquierda política y social, en sentido amplio. Porque la izquierda ha pensado sólo en términos de resistencia. ¡Y suerte que lo ha hecho! Estaríamos peor sin la denuncia de la turistificación en ciudades como Barcelona o Sevilla. Pero nos hemos quedado cortos, porque parece que no concebimos que el turismo se pueda organizar de una forma que no sea al servicio de la reproducción del capital. Sí podemos pensar en políticas al servicio de la mayoría en empleo, educación, sanidad... Es fácil. En turismo, no. Nos cuesta mucho pensar en una política turística propia de la izquierda.

P: ¿Diría que la izquierda en España no tiene política turística propia?

R: Diría que hemos avanzado poco en su definición. La resistencia es necesaria frente a la explotación, la desposesión y la destrucción. Pero el turismo es demasiado importante como actividad económica como para no tener una perspectiva propia. Si no, cuando llegas a la institución, estás en peor situación, como ha ocurrido en el ámbito municipal, donde se han hecho cosas, sí, como un intento de controlar las viviendas ilegales, pero siempre con políticas reactivas.

P: ¿Cómo explicaría la falta de una planificación estatal en un sector, el turístico, con tanto peso en la economía?

R: No ha habido una política pública de turismo en España. Ha habido una política de uso de recursos públicos para las empresas. Ese es el drama. Hemos tenido unas políticas públicas dictadas por el sector empresarial para quedarse con los recursos públicos.

P: Cuando habla de aprovechamiento de recursos públicos por parte del sector turístico, ¿a qué se refiere? Lo entiendo ahora con los ERTE, pero, ¿qué más?

R: Hay mucho más. Subvenciones, abaratamientos de costes directos, promoción... Le hacemos el marketing a los empresarios con dinero público, con campañas en ocasiones dictadas por el sector. La medida sobre vivienda anunciada por el Gobierno [beneficios fiscales a cambio de rebajas en el alquiler] son ventajas para los propietarios de vivienda, que se ha convertido en un bien de mercado. Pero no es sólo todo eso. El sector turístico se beneficia de algo que no es suyo: las ciudades, los recursos naturales, las fiestas... Todo eso es utilizado para su beneficio por un sector parasitario del Estado, que necesita recursos públicos porque vende cosas que no son suyas.

P: ¿Diría que el sector turístico español vive de parasitar al Estado?

R: Sí. La gente no va al hotel por el wifi, va por unos bienes comunes de los que el sector se aprovecha, con un modelo que no extiende sus beneficios a la mayoría. Por eso el sector necesita el control del debate y reacciona cuando se le cuestiona.

P: Pienso en la reacción de la Mesa del Turismo contra Alberto Garzón, cuando pidió su dimisión por afirmar que era un sector de “bajo valor añadido”.

R: Y tenía razón. Lo que ocurre es que el sector necesita el control del debate para poder mantener su demanda de recursos públicos. Hay que recordar la acusación de turismofobia cuando se empezaron a cuestionar las consecuencias del proceso de turistificación. No hay fobia contra los turistas, sino una crítica a un modelo, que además implica nuestra subordinación dentro de la Unión Europea. Fuimos concebidos como la playa y el lugar de ocio para el norte de Europa y seguimos siendo eso. La pandemia nos ha puesto claramente ante el espejo, que nos muestra la consecuencia de destruir nuestro tejido industrial. Necesitamos cambiar las reglas del juego para alcanzar mayor margen de soberanía. Y, mientras tanto, hay muchas cosas que podemos hacer. Para empezar, escuchar más a los trabajadores, sus problemas y sus necesidades.

P: ¿El término “sostenibilidad” sigue siendo válido o está manido?

R: El problema de los conceptos manoseados es que pueden significar tantas cosas que acaban por no significar nada. O, como en este caso, que se ponen al servicio de una especialización y para la creación de un nicho para los espabilados de turno. Pasa como con el “turismo responsable” y el “turismo inclusivo”, que pueden quedarse sólo en palabras. Más que las palabras, me interesa ir al fondo del asunto. Si hablamos de sostenibilidad, responsabilidad e inclusividad, es porque hay insostenibilidad, irresponsabilidad y exclusión. Ante eso, hay que actuar. Debemos estar atentos, para que no se den facilidades económicas y regulatorias a un nuevo ciclo de reactivación del mismo modelo. Y cuando advierto esto lo hago porque creo que no hay una historia terminada, sino que la historia se construye en conflicto, actuando. Hay que prepararse. Porque crisis sanitarias y económicas a va haber más, no nos engañemos. Y además tenemos encima una crisis climática de caballo. La pandemia es también un aviso.

P: ¿Y qué solución hay para comunidades como Baleares, con casi un 40% de la economía dependiente del turismo?

R: La apuesta desbocada por el turismo ha sido una locura, una trampa. Ahora lo vemos con claridad. No ha generado desarrollo social. Baleares tiene muchos de los peores indicadores sociales de todas las comunidades. ¿Qué podemos hacer? Un giro de timón. Hay propuestas de transición ecológica urgente de colectivos como Terra Ferida, GOB... Porque la vulnerabilidad es tremenda. ¿Recuerdas la borrasca Gloria? Ahí se produjo un desabastecimiento de alimentos en los mercados en Baleares. Descubrimos que se habían abandonado mínimos fundamentales del sector primario por esa especialización en construcción, turismo y especulación. Fue un golpe. Luego, con la quiebra de Thomas Cook, volvimos a ver la gran dependencia de Baleares. Y ahora, con el covid, está en jaque mate toda la economía. Comunidades como Canarias y Baleares, y un montón de ciudades, como Lloret de Mar, Salou [Tarragona], Calviá [Mallorca], o en Los Cristianos [Tenerife], u otros lugares construidas en torno al turismo internacional, están rotas. Las ciudades construidas para el turismo deben mirar a lo que pasó en Detroit. Es la imagen que mejor explica el coste del abandono, en este caso industrial. Si no actuamos, si cerramos los ojos, vamos a un escenario parecido al de la caída de grandes ciudades industriales en Estados Unidos. Debemos tener muy presente esta imagen.

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