Para muchos, en España ser empresario de éxito es algo ético en sí, por contribuir a crear empleo o crear valor añadido. Para muchos otros, es justo lo contrario, por cuanto el empresario se enriquece a costa del trabajo de otros y, en el caso de empresas transnacionales, a costa también del medio ambiente, las comunidades locales o la estabilidad financiera. La historia de Nacho Escobar y de un futbolín casi mágico puede ayudar a evidenciar los matices y complejidades de ambas posturas.
Nacho estudió informática, pero su gran escuela ha sido la práctica: hacer realidad proyectos empresariales un tanto especiales. Especiales por su originalidad técnica y su compromiso social.
El último se llama Futboling, un futbolín mimado hasta el último detalle, lo que implica no sólo el diseño físico, sino, y especialmente, un software innovador que permite al jugador registrar un avatar para competir en puntos con cualquiera que juegue en otra máquina en el mundo. Cambia el sonido ambiente en función del resultado e incluso saca tarjeta roja. VER VÍDEO
Pero la innovación no acaba ahí. Del euro que entra en el cajón, nada va a fines de lucro. Un tercio va para una ONG que el jugador elige instantáneamente de entre una lista, otro tercio a la fundación que mantiene los futbolines empleando trabajadores con necesidades especiales, y el último tercio va para la propia institución en la que está instalado cada Futboling.
“Casi cada día nos llama alguien que quiere comprar o alquilar una máquina y le decimos educadamente que no”, cuenta Nacho. Y es que sólo la instalan en instituciones donde ese último tercio de euro puedan dedicarlo también a fines sociales concretos. Ya está en varias universidades españolas, como la de Extremadura o Salamanca. “Hemos tenido que decir que no a muchos hoteles, bares, peñas, chiringuitos o campings”.
“El dinero tiene que venir de algún lado”
Los futbolines, además, están fabricados 100% en España y hechos de componentes reciclables. Para financiar su construcción, la idea es que el coste de fabricación vaya a cargo de marcas patrocinadoras. Todavía no han firmado con ninguna, en parte por vetar marcas de alcohol, tabaco o juego, algunas que han llegado con importantes sumas encima de la mesa. Aunque ya hay otras compañías interesadas.
Nacho reconoce que algunas ONGs y universidades ya le han afeado el gesto cuando han mencionado la idea de vincular su imagen a la de empresas transnacionales. Esto es una dificultad que él mismo se plantea, y ha pensado en varias alternativas para el futuro, como el crowdfunding o el pago por adelantado de partidas para centros sociales que quieran futbolines sin marcas, “pero estamos hablando de un proyecto muy complejo, de mucho tiempo (llevan más de 4 años) y muchas personas, y para hacer la idea sostenible el dinero tiene que venir de algún lado.”
Horizontalidad y consenso
Pero esta no es la primera experiencia de Nacho tratando de conjugar ética con éxito empresarial. Hace 14 años montó, con varios socios, e-cultura, una diseñadora y gestora de proyectos culturales que llegó a tener 130 trabajadores, y en cuyo consejo de administración no importaba la cantidad de capital de cada socio, sino que se regía por el modelo “una persona, un voto”. Una empresa que, sin llegar a ser una cooperativa, presumía de funcionar como una asociación de vecinos. “Todos éramos iguales y los sueldos eran buenos. He conocido lo que es hacer las cosas solo y también en equipo en un modelo horizontal. Creo que este último es fantástico”, recuerda Nacho.
La empresa, sin embargo, está hoy en proceso de liquidación. “Crecimos mucho, quizá demasiado, pero por el camino diseñamos más de 200 proyectos de infraestructura y comunicación cultural. Nuestra visión humanista atraía a un lugar remoto (Extremadura) a los mejores profesionales, y así competíamos con los grandes. Dábamos soluciones globales: hablábamos con la gente del lugar y si, por ejemplo, era una zona minera, integrábamos en el proyecto una solución de reconversión industrial para el sector.”
¿Por qué se fue a pique? “Yo creo que todo empezó a ir mal cuando vendimos un porcentaje que compró una gran compañía. Cuando las cosas están bien habladas, se sabe qué hacer y cómo, y existe un equilibrio en lo social, una empresa es imparable. Pero el principio del fin viene cuando las decisiones ya no se toman por consenso y el capital se antepone a los criterios profesionales”. A lo que añade: “Y si la gente que trabaja está contenta, el servicio o producto es mucho mejor. Y esto suena muy moderno, pero es una realidad como la copa de un pino”.
Nacho y su socio Félix pretendieron seguir haciendo innovación social, y fue precisamente en el consejo de administración de esta empresa cuando por primera vez propusieron la idea de Futboling. Pero los intereses ya eran otros, y aquélla fue la última reunión del consejo para Nacho.
Hoy, Nacho y el equipo profesionales interdisciplinares que le ayuda han creado un producto “redondo”, innovador, que busca un fin social y que además tiene una gran demanda. Sobre la coherencia de su modelo de negocio, Nacho recuerda que “la universidad no quiere algo patrocinado por Coca-Cola, pero la sirven en sus bares y tienen máquinas de vending con el logo bien visible”.
Probablemente, pronto firmen con varios patrocinadores. Veremos, por ejemplo, a Movistar o a Vodafone en una de las máquinas de Futboling, en lo que algunos verán como una manera de lavar su pésima imagen y ganar clientes sin mejorar sus comportamientos en el día a día. Para otros, esto no tiene porqué ser un problema, sino al revés, como ellos, pensarán que es mejor que las grandes empresas destinen el dinero a algo así.
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